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ERNESTO PRIANI SAISÓ
Dónde reside el placer
Estas teorías y preocupaciones, así sea en su generalidad,
están vinculadas claramente con concepciones filosóficas del XVIII; por ejemplo, la idea de que el placer es corporal (es decir, se produce sin la intervención de las facultades superiores del alma) y que su producción puede ser mecánica, es completamente moderna. Tanto en la Grecia clásica como en el mundo romano, el placer era entendido como una pasión que tiene, sin embargo, una base anímica: sólo los seres con alma son capaces de sentirlo, porque es una experiencia del alma y no del cuerpo. Pero al discutir con René Descartes (1596–1650) el filósofo alemán G. W. Leibniz (1646–1716), hace ver que para el filósofo francés la causa del placer consiste en el “sentimiento de nuestros poderes”, lo cual supone que el placer sólo puede ser percibido a partir de la conciencia y, por ende, los animales no podrán percibirlo; así, según Leibniz, el placer tendría que explicarse como un proceso material para explicar por qué no sólo el hombre, sino también los animales sienten placer.

La diferencia puede parecer simple e, incluso, sutil, pero pensar en el placer como un proceso que no requiere la concurrencia de las facultades superiores como la conciencia, la inteligencia o el juicio, es un cambio radical; implica que el placer puede ser experimentado sin la intervención de la conciencia y, por tanto, el goce está dado por la realización de un proceso exclusivamente del cuerpo. Ahora, como a partir de Descartes, y más tarde Julien Ofrray de La Mettrie (1709-1751), el cuerpo es concebido como una máquina, se entiende que el placer puede ser producido por procesos mecánicos, y de ahí el nacimiento de las primeras y rudimentarias maquinarias para el placer.

Pero esta mecanicidad del placer está en la base de algo más. Visto como resultado final de un proceso corporal, el placer se entiende como una ganancia cuya contraparte, por supuesto, es el dolor, que se entiende entonces como una pérdida; pero, si el placer es una ganancia para el cuerpo, ¿cómo se traduce esto para el hombre, en su humanidad? La respuesta es simple: en una cualidad positiva. En el caso de la cama, en una cualidad eugenésica, pero en general, para el hombre, en bienestar.

El centro del pensamiento utilitarista es precisamente éste: el placer es un criterio de evaluación de una acción que se aprueba o se rechaza a partir de la cantidad de placer o dolor que puede reportar. Autores como los ingleses Jeremy Bentham (1748-1832) o John Stuart Mill (1806-1873), padres, además, del pensamiento económico liberal, son profundos hedonistas al asumir que la vida placentera es aquella que se traduce en bienes para el hombre y, por ende, en un bien. Esta premisa, que sin duda es uno de los fundamentos del liberalismo económico y del capitalismo como tal, no ha dejado de ser atacada y cuestionada, pero también defendida hasta nuestros días. A fin de cuentas, una de sus consecuencias es que lleva a pensar que toda riqueza debe poderse traducir en placer y, por lo tanto, hay una relación estrecha entre goce y costo.
Cama/Isftic
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