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Enero-Febrero 2012
Hélix
La ciencia y sus rivales

MARIO MÉNDEZ ACOSTA

Visiones culturales de la muerte
La ciencia y sus rivales
La negativa a aceptar la muerte como un fin irremediable de la existencia lleva a conclusiones curiosas en algunas comunidades.

El ser humano es el único ser vivo que está consciente de que algún día va a morir, de manera inevitable, lo que se traduce en una serie de creencias y prácticas culturales cuyo objetivo es tranquilizar su ánimo y, sobre todo, conjurar el temor a la extinción total de la conciencia individual de la persona.

La negativa a aceptar la muerte como un fin irremediable de la existencia lleva a conclusiones curiosas en algunas comunidades. En el lejano Oriente, y entre algunas culturas americanas, se considera que los espíritus de los antepasados fallecidos prefieren quedarse –al menos un tiempo– en las proximidades del domicilio familiar, mostrando reticencia a retirarse o a perder influencia, por lo que se les rinde constante homenaje.

En algunas comunidades de Nueva Guinea, ello lleva a que se otorgue el trato de personas vivas a los restos de los difuntos, a los cuales se mantiene sentados en un estado de semi embalsamamiento, en lugares cercanos a la residencia familiar.1

Entre algunas tribus, como los Yanomamis del Amazonas, esta concepción lleva a que los restos sean calcinados y las cenizas consumidas por sus deudos.2

En el antiguo Egipto es sabido que se practicaba un cuidadoso embalsamamiento de algunos cadáveres, como una garantía y condición necesaria para su permanencia como individuos en un más allá que resultaba ser prácticamente idéntico al valle del Nilo.

Es por ello curioso el trato cultural que se otorga en la civilización occidental cristiana al fenómeno de la muerte y a sus estadios posteriores. La visión religiosa del cristianismo es muy clara en este sentido, ya que las llamadas postrimerías señalan un fin muy específico para las almas según su conducta en la vida, y no parece haber excepción para nadie. No obstante esto, la creencia en fantasmas y aparecidos está muy difundida y no es condenada como especialmente herética por la Iglesia.

Hay así, nada más en Inglaterra, por lo menos 21 castillos –según la guía de turistas–que se consideran embrujados por fantasmas muy celebrados. El alma en pena es un personaje muy usual en la imaginería popular de los siglos XVII al XIX en América Latina. Personajes como La Llorona, Don Juan Manuel, la Monja de la Llave, en Perú, y otros fantasmas célebres, se convierten en imágenes legendarias que aún hoy infunden en muchos el miedo.

En nuestro continente, a fines del siglo XIX, tuvo también gran aceptación el espiritismo o espiritualismo, en sus diversas corrientes, según las cuales es factible comunicarse con los difuntos que permanecen en lugares no muy bien definidos. Es conocido el caso, en México, del presidente Francisco I. Madero, quien seguía esta fe con gran fervor, pues tenía un espíritu consejero llamado José y se manifestaba seguidor de la rama espiritualista de Alán Kardek.

El Islam, por su lado, es muy estricto en la prohibición de la creencia en fantasmas, por ello no hay casas embrujadas ni castillos con fantasmas en las naciones musulmanas. De igual manera, el hinduismo y el budismo no permiten la manifestación de almas en pena, ya que postulan un proceso muy estricto de reencarnación inmediata para todos los seres vivos, en la llamada rueda de la vida.

La reencarnación plantea problemas filosóficos interesantes, pues se reconoce que cada encarnación no guarda los recuerdos de la anterior, lo que prácticamente hace que cada existencia se inicie desde cero. Ello implica que en algún lugar debería existir una especie de banco de memoria o registro de los hechos buenos o pecados de cada espíritu a lo largo de su devenir, donde se irían acumulando los méritos para determinar cuándo se llegará a alcanzar el Nirvana o la unión con la deidad. Se calcula que han vivido alrededor de 107 mil millones de seres humanos, desde que surgió el Homo sapiens, de los que sólo viven ahora unos 7,000 millones. De modo que, en promedio, hemos tenido unas 15 reencarnaciones, cada uno de los que ahora existimos.3

Si no existe reencarnación, la suerte de ese enorme número de almas es un misterio auténtico. Cada creencia religiosa propone una solución distinta y la solución individual se puede encontrar sólo en la fe. Por ello es posible decir que son afortunados quienes no tienen duda sobre su destino final.

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