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Marzo-Abril 2012
Hélix
Tristeza, fundamental para la interacción humana
Tristeza
La tristeza es una emoción que genera dolor y malestar, pero también facilita la instalación de un sólido aprendizaje acerca de ciertas situaciones adversas, y nos induce a protegernos mejor en el futuro.

Transitar lenta o rápidamente de un estado emocional a otro o dentro del mismo, pero con diferente grado de intensidad, nos permite responder adaptativamente a las señales del ambiente que indican la proximidad de una recompensa o de un daño potencial, ya sea al organismo o a nuestros seres queridos. En este sentido, pretender eliminar, ignorar o sedar una emoción como la tristeza (como lo ha promovido la poderosa industria farmacéutica)1 puede tener como desenlace más complicaciones que beneficios.

La tristeza se puede producir después de la pérdida de: un ser querido, un objeto o el estatus social y económico; aunque los estímulos provocadores suelen variar ampliamente en cada cultura. En Japón, dos conceptos son utilizados para enfrentar pérdidas enmarcadas en situaciones de desastre: uno es Shikata ga nai, que podría traducirse como “es inevitable”, y se refiere a una reacción común ante situaciones incontrolables; el otro concepto es gaman, y se relaciona con el estoicismo extraordinario que observamos en los sobrevivientes del terremoto tsunami, en la ciudad de Kurihara, en la prefectura de Miyagi, así como en el accidente nuclear en Fukushima; estos términos incluyen reacción de calma, perseverancia y firmeza frente a eventos que se encuentran más allá del control personal.

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LIBS, el nuevo detective de la química analítica
El desarrollo de láseres de alta potencia, sobre todo los láseres pulsados, ha permitido alcanzar potencias capaces de producir una ablación -o rompimiento-de cualquier tipo de material.

El láser, poco después de su invención en 1960, ha logrado tener una amplia variedad de aplicaciones hasta convertirse, hoy día, en un dispositivo esencial en muy variados campos de nuestra vida cotidiana. Aplicaciones, que van desde un simple apuntador láser en una conferencia, un lector de audio o video (como tu reproductor de DVD) hasta aquellas capaces de hacer cortes quirúrgicos con una precisión milimétrica en cuestión de segundos, son prueba fehaciente de su gran potencial práctico.

Para decirlo de manera simple, un láser es un dispositivo que genera luz intensa, monocromática, altamente concentrada y ordenada; en otras palabras, un láser es un amplificador de luz con características muy especiales, como describiremos a continuación.

Sabemos que no existe algo capaz de viajar más rápido que una partícula de luz –llamada fotón–, cuya velocidad es de 300’000,000 m/s; velocidad con la cual Supermán daría siete vueltas al planeta en poco menos de un segundo. Ahora, si a esto añadimos una dirección única para todos los fotones que emergen de un láser, el dispositivo será capaz de concentrar una gran cantidad de energía sobre un espacio definido en, prácticamente, un instante; ¡por eso resulta tan peligroso apuntar un láser hacia un ojo!

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Qué hay tras la decisión del consumidor
Entre la oferta y el regalo
Si la máxima "el mercado se rige por la ley de la oferta y la demanda" fuese cierta, el consumidor tendría una gran ventaja, pero en la realidad, ésta se anula con una buena cantidad de artificios.

¿Cómo es que preferimos comernos una hamburguesa que nos ofrecen de manera gratuita en un tianguis (pese al riesgo en nuestra salud), a comprar una gran hamburguesa a bajo costo?

¿Por qué preferimos un teléfono celular de última generación con decenas de opciones gratuitas (que casi nunca utilizamos), a la compra de tiempo-aire que, en sentido estricto, sí requerimos, y podría ser mucho más barato?

Según Dan Ariely, experto en psicología del consumo, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), este tipo de decisiones en la compra están sumidas en las más ancestrales reminiscencias humanas, y en la transmisión de valores fundamentales que trascienden la tecnología misma.

De acuerdo con las teorías estándar de la economía, todo el mercado se rige por la ley de la oferta y la demanda, y parecería que, en ese contexto, el consumidor tuviera la última palabra, ¡nada más lejos de la verdad! Según las investigaciones de Dan Ariely, lo que un consumidor esté dispuesto a pagar por un producto o un servicio, es sumamente manipulable, ¡en efecto se manipula! Ni usted ni yo tenemos ninguna ventaja, colocados en el tablero en el que nos obligan a jugar los sistemas económicos. Entre las series de experimentos e investigaciones más interesantes, realizadas por el MIT en torno a este hecho, se encuentra algo que parecería muy sencillo, y tan antiguo como el concepto gratis.

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La clasificación maya de suelos
La etnoecología conduce al reconocimiento del valor cultural del complejo kosmos-corpus-praxis, para lograr la apropiación intelectual y material de los paisajes, de manera respetuosa.

El conocimiento tradicional desarrollado por las comunidades indígenas, en el transcurso de muchos siglos, ha sido recientemente valorado y atendido –aunque de manera insuficiente–, debido a su innegable utilidad en la predicción, explicación y control de innumerables fenómenos naturales que han contribuido de manera decisiva a la comprensión de nuestro mundo, integrándose a este conocimiento científico, al tiempo que lo enriquece, al ofrecer soluciones –por sí solo– a problemas ambientales que impactan a todos los países, como la pérdida de la biodiversidad, la degradación de los recursos naturales y el cambio climático, entre otros, por lo que se reconoce necesariamente el uso de todo tipo de conocimiento útil para entender la dinámica de los ecosistemas y contribuir al mejoramiento del ambiente.

En las últimas décadas, los saberes tradicionales empiezan a ser utilizados y revalorados por la comunidad científica internacional, como parte de la etnoecología,* disciplina que puede definirse como el estudio transdisciplinario relacionado con la percepción de la naturaleza por parte de una comunidad humana específica, con base en sus creencias (kosmos) y conocimientos (corpus), para manejar los ecosistemas, paisajes y recursos naturales (praxis), a partir de sus significados simbólicos y representaciones.1, 2

A menudo se hace énfasis en el corpus y en la praxis, dejando de lado el kosmos, quizá porque la comprensión de las cosmovisiones indígenas resulta difícil de digerir para la ciencia occidental, debido a que, en buena medida, aquéllas conciben a los humanos como parte de la naturaleza; en cambio, en la cultura llamada occidental se habla de naturaleza y sociedad como dos esferas juntas, pero diferentes. Ejemplo: muchas culturas indígenas saben que pueden hacer uso de la tierra, pero que ésta no les pertenece, por lo que deben respetar y garantizar su conservación; por el contrario, en el esquema occidental –hasta hace, relativamente, poco tiempo–, el objetivo se ha orientado a obtener la máxima ganancia de la tierra en el menor tiempo posible, sin considerar su detrimento o, incluso, agotamiento total.

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