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Marzo-Abril 2012
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La ciencia y sus rivales

MARIO MÉNDEZ ACOSTA

La guerra de los edulcorantes
Al revés de lo que ocurre, por ejemplo, con el tabaco o con ciertos productos utilizados como conservadores de alimentos enlatados o ahumados, en dosis ordinarias todos esos edulcorantes son absolutamente inocuos y no se han observado daños clínicos ni epidemiológicos en las poblaciones humanas consumidoras.
Pocos productos alimenticios de la época actual han sido sujetos a tanta mala prensa como los edulcorantes –ya sea naturales o artificiales– de mayor utilización en estos tiempos.

Existe una verdadera obsesión, apreciable sobre todo en Internet, por denunciar lo que se supone son gravísimos efectos contra la salud, ocasionados por su consumo. Los productos cuestionados incluyen casi todo lo que se encuentra en el mercado, y van desde el azúcar refinado hasta los ciclamatos (comercializados bajo el nombre de Sucaryl), pasando por el aspartame (que se vende como Nutrasweet o Canderel), la sacarina (distribuida como Sacaryl o Sweet ‘n’ low) y la sucralosa, cuyo nombre comercial es Splenda.

Para los más extremistas, lo único libre de peligros a la salud es el azúcar mascabado y un edulcorante llamado stevia –extracto de una planta de la familia del girasol (Asteraceae)–, cuyas hojas tienen un dulzor 300 veces más potente que el azúcar, el cual, paradójicamente, resulta ser más tenue al principio de su degustación, pero de una mayor duración que el azúcar común, y se comercializa con el nombre de Svetia, el cual, no obstante haber estado bajo cuestionamiento por varias agencias de salud en el mundo,1 es muy apreciado por naturistas y promotores de las dietas saludables y milagrosas.

No obstante, si se analiza la evidencia clínica y experimental, es posible ver que los peligros señalados han sido sumamente exagerados y, de hecho, no existe amenaza sustancial alguna para la salud a partir del consumo normal de todos estos productos.

El caso más notorio fue el de los ciclamatos, que se vendían en los años sesenta como edulcorantes (de los laboratorios Abbot), cuya venta, en 1969, fue prohibida por la Agencia de Alimentos y Drogas (FDA) de EUA, por considerar que grandes cantidades de este producto pueden causar daño hepático y testicular, además de cáncer de vejiga. A pesar de todo ello, ningún laboratorio público o privado ha obtenido resultados que apoyen ese hallazgo hasta la fecha, por lo que el ciclamato es hoy legal en la Gran Bretaña y el resto de Europa, donde se expende y utiliza libremente. Pero, aunque la FDA ha aceptado no contar con evidencia de que el ciclamato sea un cancerígeno en ratones o ratas, el producto sigue prohibido en EUA.2

Algo similar sucedió con la sacarina, comercializada desde 1879, y que en los años sesentas también fue calificada de cancerígena, por lo que se obligó a los fabricantes a incluir en la etiqueta una leyenda precautoria, advirtiendo al público que algunos estudios ligaban el consumo de la sacarina con el surgimiento de cáncer en roedores. Ningún experimento confiable apoyó esta afirmación y, en 2010, la Agencia de Protección Ambiental estadounidense declaró que la sacarina no estaba incluida en la lista de sustancias potencialmente dañinas para el ser humano.3

El aspartame ha sido objeto de enconada controversia, su aprobación por la FDA, en 1974, fue muy criticada por quienes declaraban que la investigación apoyada por esta institución era inadecuada y errónea. Además, la activista combatiente contra el aspartame, Betty Martini, ha promovido en EUA demandas carentes de soporte documental sobre numerosos riesgos de salud asociados con su consumo, en dosis normales –como esclerosis múltiple, lupus sistémico, toxicidad provocada por el metanol, ceguera, espasmos, dolores punzantes, convulsiones, dolores de cabeza, depresión, ansiedad, pérdida de memoria, defectos de nacimiento y muerte–.

Varios investigadores, como B. A. Magnuson, G. A. Burdock, J. Doull, Kroes y otros,4 han examinado y desacreditado estas afirmaciones de riesgo para la salud en numerosos proyectos de investigación científica. Aún más, también han sido rechazadas por los gobiernos de Canadá, Nueva Zelanda y otros más, así como por las principales organizaciones de seguridad alimentaria y de la salud, como la European Food Safety Authority y !e European Commission Scientific Committee on Food.5 Así, el aspartame ha sido considerado seguro para el consumo humano por más de noventa países en todo el mundo, en consonancia con funcionarios de la FDA, cuya declaración pública describe el aspartame como “uno de los aditivos alimentarios más ampliamente probados y estudiados que la Agencia haya aprobado”, y agrega que su seguridad es clara. Conclusión: el peso de la evidencia científica en torno a este punto indica que el aspartame es seguro como edulcorante no nutritivo.

De uso creciente es también la sucralosa, la cual se considera culpable de destruir la fauna intestinal provechosa y causar efectos dañinos en roedores, además de modificar el ADN en los mismos, aunque tales efectos no han sido observados en seres humanos.

Es importante señalar que los efectos supuestamente dañinos de todas estas pruebas derivan de obligar a consumir dosis gigantescas de los productos a algunos animales de laboratorio y, aún así, no todos los resultados de los experimentos han mostrado los efectos nocivos mencionados.6

Al revés de lo que ocurre, por ejemplo, con el tabaco o con ciertos productos utilizados como conservadores de alimentos enlatados o ahumados, en dosis ordinarias todos estos edulcorantes son absolutamente inocuos y no se han observado daños clínicos ni epidemiológicos en las poblaciones humanas consumidoras.

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