Los humanos siempre hemos querido controlar el futuro o, al menos, predecir lo que va a ocurrir. En el mundo de la exploración científica sucede algo similar; los cosmólogos tienen la habilidad de explicar el pasado y futuro del Universo a través de un lenguaje muy particular: las ecuaciones. Pero muy a su pesar, siempre hay factores universales que causan controversias con sus propuestas. Preguntas como: ¿es el Universo finito o infinito? y ¿de qué ésta hecho?, resultan el pan de cada día para ellos. Aunque ya se han hecho notables progresos en la comprensión del cosmos, particularmente en los últimos años, todavía no tenemos una imagen completa; no obstante, podría ser que ésta no estuviera lejana.

A pesar del aspecto grumoso que el cielo muestra en cualquier noche estrellada, nuestro Universo, visto a gran escala, puede considerarse isótropo, homogéneo y en expansión; aclaremos un poco esto: consideremos, por ejemplo, un globo lleno de aire; para nuestros ojos, el aire es el mismo en todas direcciones (es isótropo) y tiene las mismas propiedades a lo largo de cualquier dirección que se elija (es homogéneo). Si pudiésemos observarlo con un potente microscopio, veríamos que el aire en realidad se compone de muchísimas moléculas que chocan y se mueven aleatoriamente –en esta visión la cualidad de isotropía no se ha perdido, pero si la homogeneidad–.

De la misma manera, el Universo puede considerarse lleno de un fluido de materia y radiación isótropo y homogéneo que, visto en detalle (es decir, a través de nuestros ojos que ahora actúan como el microscopio), presenta diversas irregularidades (cúmulos de galaxias, galaxias, estrellas, planetas, etcétera).