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NOVIEMBRE DE 2009
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H. ÁNGEL MANJARREZ-HERNÁNDEZ Y SANDRA GAVILANES-PARRA
Inmunoprotección contra enfermedades

La leche es, sin embargo, mucho más que el alimento por excelencia para el recién nacido; es también el vehículo de comunicación entre el sistema inmunitario materno y el infante, ya que el primero, además de protegerlo contra microorganismos patógenos, dirige y educa activamente el sistema inmunitario del bebé, así como su metabolismo y su microflora.

Numerosos estudios epidemiológicos5, 6 nos indican que los infantes alimentados con leche materna disminuyen el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como: diabetes, cáncer en la infancia, esclerosis múltiple, obesidad, síndrome de muerte súbita del recién nacido, enfermedad celiaca (incapacidad crónica de tolerar alimentos), enfermedad autoinmune de la tiroides, apendicitis, osteoporosis, enfermedades cardiovasculares, infección con la bacteria Helicobacter pylori (causante de úlceras gástricas), enfermedad de Crohn (inflamación crónica del intestino), colitis, artritis reumatoide juvenil, tonsilitis (infección de las amígdalas), alergias como rinitis
(inflamación de la mucosa nasal), y asma (dificultad para respirar).

El mecanismo mediante el cual la leche materna conduce a disminuir el riesgo de adquirir o desarrollar dichas enfermedades crónicas aún no se entiende claramente, pero parece estar relacionado con la actividad de las células inmunitarias y troncales, así como con las proteínas bioactivas, las cuales guían el correcto desarrollo del infante hasta su completa formación. Se les llama bioactivas porque actúan sobre las células de la mucosa del tracto gastrointestinal del infante activando procesos bioquímicos conducentes, entre otras funciones, y a la maduración del propio sistema inmunitario del neonato; ejemplos de estas proteínas bioactivas son hormonas, citocinas (proteínas que regulan la función del sistema inmunológico) y factores de crecimiento. A continuación se enuncian los principales componentes inmunitarios contenidos en la leche materna:

» Las células inmunitarias de un individuo, así como las de la leche materna son principalmente del tipo leucocitos (células sanguíneas blancas implicadas en la eliminación de microorganismos dañinos extraños), de las cuales podemos asumir que promueven el desarrollo de la respuesta inmune neonatal, al haberse demostrado que tanto macrófagos (células especializadas en reconocer y eliminar microorganismos dañinos) como linfocitos (células que amplifican la respuesta inmunitaria y producen anticuerpos) generan citocinas capaces de influenciar la maduración y el desarrollo de células inmunitarias en el infante (tabla 2).

» Las células madre tienen la capacidad de dividirse indefinidamente sin perder sus propiedades ni la facultad de generar diversos tipos de células especializadas. El doctor Cregan Creag cree también que el pecho materno funciona para el recién nacido de la misma manera que la placenta para el bebé en el vientre, ayudándolo a completar su crecimiento y desarrollo correcto, de acuerdo con su dotación genética.7, 8

» El sistema de anticuerpos también llamados inmunoglobulinas son moléculas de origen proteico cuya función, en el organismo humano, es adherirse a los organismos que consideran patógenos, con lo cual previenen que éstos se fijen a las células epiteliales humanas, y evitan la penetración de virus, bacterias y toxinas, brindando protección contra infecciones causadas por microorganismos. Los anticuerpos son de cinco tipos diferentes, que se nombran según las siglas: IgG, IgA, IgM, IgD e IgE (Inmunoglobulinas G, A, M, D y E); todos ellos presentes en la leche humana, pero por mucho, el tipo más abundante es el IgA de secreción, que en los adultos se encuentra en grandes cantidades, tanto en el interior de los intestinos como en el sistema respiratorio, donde constituye una importante línea de defensa local. Pero el recién nacido produce sólo pequeñas cantidades de estos anticuerpos, pues alcanza los niveles del adulto, aproximadamente, al cumplir un año; no obstante, si es alimentado únicamente con leche materna, recibirá alrededor de un gramo de anticuerpos IgA al día; en consecuencia, los bebés alimentados con fórmulas tienen mucho menos medios para luchar contra los patógenos que lleguen a ingerir.9

» Los anticuerpos transmitidos al infante están dirigidos específicamente contra los microorganismos patógenos con los que ha entrado en contacto la madre durante alguna etapa de su vida, pues su organismo sólo crea aquellos requeridos para combatir los patógenos presentes en su ambiente; así, el bebé, al tomar la leche materna, recibirá protección específica contra los agentes infecciosos que seguramente se encontrará durante sus primeras semanas de vida.

» Aún más, de alguna manera, la leche materna favorece el establecimiento de bacterias benéficas en el intestino del bebé, por ello los anticuerpos IgA que éste ingiere de su madre no combaten las bacterias benéficas útiles que normalmente se encuentran en el intestino, las cuales forman parte de la flora intestinal que contribuye, entre otros procesos, a evitar la colonización intestinal de microorganismos patógenos.

» Las proteínas inmunitarias bioactivas contenidas en la leche humana, como hormonas, factores de crecimiento (como el epidermal y neuronal) y citocinas, de las cuales se sospecha son las responsables de acelerar el crecimiento y desarrollo de los infantes, son moléculas que estimulan la maduración del propio sistema inmunitario de mucosas del neonato, pues se ha demostrado que los bebés alimentados con leche materna producen mayor cantidad de anticuerpos en respuesta a inmunizaciones o vacunas.10

En estudios con animales se ha podido constatar que el desarrollo postnatal del intestino ocurre más rápidamente en animales alimentados con leche de su propia madre, lo cual se debe en gran parte a que la leche materna contiene también hormonas como cortisol (promueve la síntesis de glucosa y afecta numerosos sistemas fisiológicos, incluyendo la función inmunitaria), factores de crecimiento e insulina, entre otros. Dentro de las proteínas defensoras se encuentra una considerable variedad: la lactoferrina, que, además de ser fuente de hierro para los infantes, también tiene propiedades antibacterianas y antivirales. Esta proteína captura el hierro que las bacterias patógenas necesitan para sobrevivir en el intestino del infante. Recientemente se descubrió que la lactoferrina interactúa directamente con las células del sistema inmunitario y estimula específicamente la proliferación de linfocitos. Otra proteína es la lisozima, destructora de bacterias invasoras.

La leche materna también tiene pequeñas moléculas antimicrobianas de origen proteico llamados péptidos que se insertan en la membrana de diversos microorganismos, produciendo agujeros a través de los cuales penetran otras sustancias microbicidas para combatirlos desde su interior. Se conoce también que los azúcares de la leche, llamados oligosacáridos, bloquean la adherencia de bacterias a la mucosa gastrointestinal del infante, evitando que se establezca la infección.11


Madre amamantando a su hijo/Luana Fischer Ferrerira

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