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OCTUBRE DE 2009
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Una breve historia
Los ancestros de nuestros museos actuales son las antiguas colecciones de objetos considerados valiosos para fines de conservación y estudio o como un símbolo de estatus de sus dueños, práctica que se dio en muchas partes del mundo.

En el México prehispánico, los grandes tlatoanis poseían tesoros privados y bellos jardines con flora y fauna de distintas regiones, en los cuales estudiaban las propiedades curativas de las plantas.1

En Europa, monarcas, nobles e intelectuales comenzaron esta práctica en el siglo XV. En los siglos XVI y XVII, estas colecciones se ampliaron para incluir, además de obras de arte, objetos de valor histórico y cultural, incluyendo rarezas del mundo natural. Muchos de estos objetos provenían de otras tierras, como resultado de sus expediciones o conquistas.

Estas colecciones, instaladas en galerías privadas, sólo podían ser vistas por un grupo selecto que incluía estudiosos de las recién creadas sociedades científicas. A mediados del siglo XVIII, estos museos se abrieron al público con fines educativos y recreativos. Los pioneros exhibieron las colecciones reales que pasaron a formar parte del Museo Británico, en Londres, inaugurado en 1759, y el Museo de Louvre, en París, en 1791.

Los primeros museos de contenido científico aparecieron en París. En 1793, se inauguró el Museo de Historia Natural que incluía una gran variedad de especies vegetales, animales y minerales. En 1798, se abrió el Conservatorio de Artes y Oficios que exhibía máquinas de vapor, telares, cronómetros e instrumentos científicos, con el fin de servir de inspiración a artesanos y contribuir al perfeccionamiento de la industria nacional. En 1824, aparece el primer museo de ciencia del continente americano, el Franklin Institute en Filadelfia (Estados Unidos).

En México, en 1790, José Longinos inició el Conservatorio de Antigüedades que incluía ejemplares de animales, plantas y minerales, que después se convertiría en el Museo Nacional Mexicano, inaugurado por Guadalupe Victoria en 1825. En 1866, Maximiliano de Habsburgo lo convirtió en un museo público, pero su existencia como tal fue más breve que el Imperio mismo. La colección se fue incrementando y pasó por varias manos hasta llegar a su morada actual en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México.

El siglo XIX sería testigo del nacimiento de los grandes museos nacionales de historia, arte y ciencias que ostentaban el patrimonio cultural y tecnológico de cada país. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por atraer al gran público, fueron visitados por muy pocos, dado el carácter erudito con que se presentaban los objetos.2, 3

Para finales del siglo XIX, la doble función de los museos de historia natural como lugares para la investigación y docencia estaba claramente establecida. Con estos fines, en 1881, los especímenes del mundo natural de la amplísima y heterogénea colección del Museo Británico fueron separados para dar origen al Museo de Historia Natural. Otros ejemplos notables con esta doble finalidad son el Museo de La Plata (Argentina), el Museo Paulista (Brasil) y el Museo Nacional de Río de Janeiro.

A principios del siglo XX, se inauguraron dos museos de ciencia que presentan los primeros aparatos que podían ser manipulados por el público: el Deutsche Museum de Munich, Alemania (1903) y el Science Museum de Londres (1909). También de esa época son el Museo de Geología en la Ciudad de México (1906), el Royal Ontario Museum, en Toronto, Canadá (1912), el Museum of Science and Industry en Chicago (1926) y el Palais de la Découverte de París (1936).



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