El lector científico:
Un año a la velocidad
de la luz


El lector científico:
Un año a la velocidad
de la luz
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A raíz de un acuerdo al interior de la Organización de las Naciones Unidas, a finales del año 2013, se decidió que este 2015 sería nombrado Año Internacional de la Luz

Y como siempre, en este tipo de iniciativas, existen objetivos específicos: promover tecnologías de iluminación que mejoren la calidad de vida tanto en la naciones desarrolladas como en las llamadas en vías de desarrollo, reducir la contaminación lumínica y el desperdicio de energía, facilitar que las mujeres tengan un mayor poder y participen más significativamente en la investigación científica, promover la educación entre los jóvenes y fortalecer el desarrollo sustentable.
     Razones sobran para organizar una actividad así a nivel mundial, pero el comité organizador del Año Internacional de la Luz ha destacado ciertas coincidencias aritméticas que nos hacen recordar aquella anécdota que contaba Jorge Luis Borges, relacionada con la muerte de su madre a los 99 años de edad, cuando alguien se acercó para decirle con tono triste: “¡Qué lástima! ¡Si hubiera vivido una año más, habría llegado a los 100 años!”, a lo que el escritor porteño agregó: “¡Qué admiración tan curiosa tiene usted, señor, por el sistema métrico decimal!”. Y es que en este 2015 se coinciden varios homenajes a los números redondos: los primeros estudios sobre óptica, encabezados por el sabio musulmán Ibn Al-Haytham, iniciaron en el año 1015; las investigaciones de Auguste-Jean Fresnel en relación con la naturaleza ondulatoria de la luz, propuesta por él hacia 1815; la teoría del electromagnetismo de James Clerck Maxwell en 1865; la teoría del efecto fotoeléctrico y la inclusión de la relatividad general y la luz en la cosmología por 1905 y 1915, cuya autoría debemos a Albert Einstein; y el desarrollo de la fibra óptica por Charles Kao, en 1965.

“La luz nos incumbe a todos. Es gracias a la luz que sabemos cuál es nuestro lugar en el espacio y en el tiempo; es también gracias a ella que hay vida en la Tierra”, afirma Ana María Cetto, destacadísima científica mexicana que forma parte del Comité Directivo del Año Internacional de la Luz 2015, quien con esa convicción reta a científicos, ingenieros, poetas, artistas y estudiantes —a “todos aquellos inspirados por este maravilloso fenómeno”— para que revisen el papel de la luz en la cultura y la sociedad; los invita a aprender más acerca de la naturaleza de la luz y sus aplicaciones múltiples. 
     De muchas maneras, ésta es una invitación a acercarnos a personajes como el británico Joseph Wright (1734 – 1797), quien nació en una época en que todo estaba por hacerse en el campo científico, y cuya maestría en trazo pictórico facilitó una mayor difusión del trabajo de los filósofos naturales de su época, antecedentes directos de nuestros científicos actuales; James Watt y sus máquinas de vapor, Alessandro Volta y sus baterías químicas; fue amigo del poeta e inventor Erasmus Darwin y del matemático Charles Babbagge.
     Hijo de un abogado que siempre alentó sus intereses artísticos, Joseph Wright nació en la población inglesa de Irongate, en la región de Derby, en 1734. Desde los 17 años comenzó su educación con el respetado retratista Thomas Hudson. Experiencia de la cual rescató un pequeño experimento personal que lo alejaba significativamente de su maestro: intentar los retratos en interiores, con luces artificiales. Con talento y terquedad consiguió afinar una habilidad original, única, una técnica propia para capturar la luz de manera caprichosa, inédita hasta entonces: el llamado claroscuro, el cual enfrenta la luz contra la oscuridad, casi violentamente, sobre el lienzo, con un dramatismo intenso.
     Lo que vino después para Wright fue una búsqueda, como científico que prueba una y otra vez diferentes procesos para un mismo resultado, aunque no se tenga muy claro cuál sea: se trasladó a la ciudad de Liverpool, se casó, con el tiempo recorrió casi la totalidad de Italia con  asombrada mirada; tuvo seis hijos, tres de los cuales murieron. De regreso en Inglaterra pasó una corta temporada en la población de Bath y, al final, decidió instalarse con su familia, más o menos para siempre, en Derby. Durante sus odiseas por villas, naciones, calles y puertos, John Wright de Derby tuvo contacto con muchos de los pioneros en el desarrollo tecnológico europeo —las semillas de lo que se conocería como Revolución Industrial— y la investigación científica. 

Y, sin embargo, aquéllos también eran tiempos duros para el pensamiento científico: escasas las academias y las instituciones; insuficientes, casi inexistentes los apoyos financieros para experimentar. Justamente, cuando todo estaba por descubrirse, Wright tuvo el talento de hacer visible una realidad que permanecía oculta para la mayoría de las personas en la Europa del siglo XVIII y hasta principios del XIX: esa sensación de misterio, hallazgo y romanticismo que parecían suscitar los hombres de ciencia —aunque algunas mujeres, como Caroline Herschel, Anne-Marie Paulze o Mary Somerville, en esos años, desarrollaban una obra científica influyente y notoria, en los óleos de Joseph Wright de Derby, eran los hombres quienes protagonizaban las historias que en su obra aparecían dotados de una vivacidad deslumbrante, propia de aquel periodo, de aquella agitación cultural que colocaba a la humanidad y al razonamiento como eje central del universo. En la obra de Joseph Wright, la luz conduce al asombro. En su Experimento con un pájaro en una bomba de aire, por ejemplo, desmenuza la excitación del asombro en una serie de mensajes: toda la atmósfera está permeada por esa luz de una vela que parece esconder más de lo que muestra; se distingue la reverencia en rostro de los presentes. El científico controla una bomba de aire en cuyo interior se encuentra un pájaro. Su mano amenaza con cerrar (¿o con abrir?) la llave de paso en la parte alta de la vasija, lo que provocaría que el aire escapara (o vuelva a entrar) y el pájaro muera. Demostración exacta de que los seres vivos necesitan del aire para sobrevivir. El pintor británico encontró en la ciencia la inspiración necesaria para materializar las grandes esperanzas que entonces despertaba la exploración de lo desconocido, la reinterpretación del mundo. Sus claroscuros tuvieron una influencia determinante en la apreciación de la ciencia y de los científicos. 
     De manera que sobre este año de luz se extiende el claroscuro de la sombra del luminoso Joseph Wright como un mapa celeste.   

  • Cetto, Ana María, La luz. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
  • Eisenman, Stephen F., Historia crítica del arte del siglo XIX. Madrid: Ediciones Akal, 2001. 
  • Sitio oficial mexicano del Año Internacional de la Luz: http://www.luz2015.unam.mx/
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