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Perla marÍA DEL CARMEN ACEVEDO MARTÍNEZ
Y GUSTAVO ESTEBAN peralta abarca
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En los últimos años, se ha hecho común tener animales de compañía, principalmente perros cachorros que, desafortunadamente, al crecer, dejan de ser del agrado de sus dueños, convirtiéndose en un problema del que tratan de deshacerse, y terminan abandonados en la vía pública, donde viven y se reproducen.

El resultado es un serio problema ambiental, sanitario, social y legal en la ciudad, debido, entre otros contratiempos, a la contaminación de espacios públicos con heces caninas (fecalismo). El Comité Pro Animal estima que hay 16 millones de perros en la república mexicana, de los cuales 10 millones son perros callejeros. En el Distrito Federal son cinco millones, de los cuales, tres millones son callejeros; además, al año nacen aproximadamente 128 mil perros en situación callejera y, cada mes, se arrojan 14,000 cuerpos de perros sacrificados a los basureros al aire libre.1

Anualmente se registran 150 mil agresiones de perros a personas, lo que constituye un riesgo por la transmisión de rabia –la enfermedad más conocida, pero no la única que los perros pueden transmitir a los humanos–.

Debido a la gran cantidad de animales que expulsan sus desechos en la vía pública, se calcula que las heces caninas llegan a 625 toneladas diarias; estos desechos se convierten en polvo susceptible de llegar con facilidad hasta los seres humanos, a los depósitos de agua e, incluso, a los alimentos.

Lo más preocupante es que los perros callejeros pueden tener bacterias y parásitos, que son expulsados en la materia fecal y llegan a causar enfermedades gastrointestinales, respiratorias, oculares y de la piel en los humanos; el rastro de esos excrementos se junta con otros contaminantes que contribuyen a hacer de la capital mexicana una de las más contaminadas del mundo, en la que cada mes mueren unas 140 personas por afecciones vinculadas con la contaminación;2 en particular, la contaminación fecal canina es causa de serias enfermedades en los humanos, entre las que se encuentran:

» Giardiasis. Es causada por protozoarios –por lo tanto, seres microscópicos– del género Giardia, de forma ovalada muy característica, parecida a una pera; los cuales poseen dos núcleos y un disco que les sirve para adherirse a las células intestinales (figura 1). Este parásito infecta el intestino delgado de varios mamíferos, entre ellos el perro y el hombre. Su principal manifestación es la diarrea. Hay evidencia de que la misma especie que se encuentra en los perros puede encontrarse en los humanos. Algunos datos de la Ciudad de México indican que entre 42 y 51% de los perros adultos son portadores de este parásito.3

» Dipilidiosis. El causante de esta enfermedad es un gusano plano llamado Dipylidium caninum, que se localiza en el intestino delgado. Su cuerpo llega a medir 50 cm, y está compuesto por muchos fragmentos con forma de semilla de calabaza; su color es preponderantemente blanco, aunque ligeramente amarillo-rojizo (figura 2). Este gusano no posee aparato digestivo, y absorbe los nutrientes del animal que parasita, por lo que causa su desnutrición.

Se transmite de una manera compleja, ya que la larva se encuentra en el estómago de las pulgas; así, para que los perros se infecten deben tragarse las pulgas, las cuales, ya en su tracto digestivo, liberan las larvas y éstas empiezan a crecer y reproducirse, expulsando una gran cantidad de huevos que se encuentran dentro de una especie de empaques parecidos a diminutas semillas de melón, y que salen en las heces del perro. Posteriormente esos huevos serán nuevamente ingeridos por pulgas y se reiniciará el ciclo. Los humanos se infectan con la ingestión accidental de una pulga, lo cual parece raro, sin embargo, suele ocurrir en niños pequeños que juegan con perros y tierra.

» Toxocariosis: Es una enfermedad causada por un gusano redondo y no segmentado llamado Toxocara canis, que puede medir hasta 12 cm, y se aloja en el intestino delgado de perros, con mayor frecuencia, en cachorros (figura 3); ellos ingieren huevos larvados que, al llegar a su tracto digestivo, liberan una larva, la cual lleva a cabo una migración a través de varios órganos del cachorro: hígado, corazón y pulmones, para después regresar y establecerse en el intestino delgado, donde se reproduce y libera una gran cantidad de huevos –aproximadamente 70,000 por día–4 que el perro arroja de su cuerpo en las heces.

Una vez en el ambiente, los humanos pueden infectarse al tragar accidentalmente los huevos, de los cuales se libera la larva. Si bien es cierto que el humano no es el huésped habitual, y por ello la larva no alcanza su madurez ni se reproduce en su organismo, sí lo habita, migrando de un órgano a otro –de ahí su nombre de Larva Migrans Visceral–, ya que se desplaza por hígado, corazón, ojos, riñones, pulmones e, incluso, el cerebro, por lo que puede llegar a ocasionar la muerte, afectando principalmente a niños entre dos y siete años.

Este parásito es muy frecuente en la Ciudad de México, pues se sabe que entre 8 y 17% de las áreas verdes están contaminadas con huevos de T. canis excretados por perros parasitados. Además, se calcula que 80% de los cachorros están colonizados por este parásito.4,5,6

» Ancilostomosis. Es causada por gusanos redondos llamados Ancylostoma caninum que miden hasta 2 cm; son muy delgados y parasitan el intestino delgado de los perros (figura 4). Una vez dentro de su intestino, se alimentan de su sangre, para lo cual poseen una lanceta parecida a un gran diente que emplean para fijarse al intestino del perro y succionar sangre de éste; así, las larvas se desarrollan hasta llegar a su estado adulto, se reproducen y liberan huevos que salen con las heces del perro. En el ambiente, dentro de los huevos, los embriones se desarrollan hasta formar una larva que, después de un tiempo, es liberada del huevo y continúa su desarrollo en el exterior hasta alcanzar la etapa infectante.

El perro puede ingerir las larvas, o bien, éstas atraviesan su piel, generalmente, a través de los espacios interdigitales; es así como éstas entran a la circulación sanguínea y, de ahí, migran hasta el intestino delgado.

El humano se infecta, principalmente, cuando las larvas penetran la piel, lo que puede ocurrir a través de los pies descalzos. Después de que la larva ingresa en el humano, se desplaza bajo la piel, ocasionando daño subcutáneo, por lo que se le llama Larva Migrans Cutánea.

Como se observa en la figura 5, y con apoyo de los datos mencionados, podemos ver que estos parásitos tienen potencial zoonótico; es decir, que pueden ser transferidos de animales a humanos y, en ocasiones, de forma recíproca; en este caso, los perros son transmisores de la giardiosis, dipilidiosis, toxocariosis y ancilostomosis.



CURRÍCULUM

Perla María del Carmen Acevedo Ramírez es bióloga por la Facultad de Ciencias-UNAM, maestra por la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia-UNAM y estudiante de doctorado en la misma. Su área de investigación es la parasitología, en
particular, en parásitos de perros y de ovinos, con interés específico en las zoonosis y control biológico de nematodos. Participó como becaria
en Universum, en varios talleres y concursos de difusión y divulgación de la ciencia.


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Versión impresa
Norma ISO 690

ACEVEDO RAMÍREZ, Perla María del Carmen y Gustavo Esteban PERALTA ABARCA. "No tiene la culpa el perro, sino quien lo deja en la calle". Revista Ciencia y Desarrollo, Agosto 2010, Vol. 36, no. 245, p. 6-12.

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Norma ISO 690-2

ACEVEDO RAMÍREZ, Perla María del Carmen y Gustavo Esteban PERALTA ABARCA. "No tiene la culpa el perro, sino quien lo deja en la calle" [en línea]. Revista Ciencia y Desarrollo, Vol. 36, no. 245, Agosto 2010. Disponible en: Colocar URL. [Consulta:Día-Mes-Año]


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