Hablar de los orígenes de la disciplina arqueológica en México implica adentrarse en una controversia en torno a la historiografía¹ de la misma, la cual, no obstante la importancia que reviste para la historia de la ciencia en nuestro país, y en particular de la arqueología, ha sido marginada de los foros académicos mexicanos, quizás para no entrar en el terreno de cuestionar las respuestas existentes a problemas ya planteados. Ello ha provocado que la discusión haya caído casi en el olvido de profesionales y estudiantes de la materia. El objetivo de este texto es reseñar esta problemática, puesto que de ella se puede obtener una lección importante: el conocimiento se construye con la diversidad de enfoques, esto es lo que hace crecer a la ciencia, la constante discusión de sus postulados.

La definición regularmente aceptada de la arqueología es: ciencia que estudia las culturas del pasado a través de la recuperación, descripción y análisis sistemático de los restos materiales de esas culturas. Sin embargo, creo que una mejor definición sería: ciencia que estudia las culturas del pasado a través de la recuperación, descripción y análisis sistemático de los complejos simbólicos contenidos
en los restos materiales de esas culturas; es decir, todo objeto creado por una sociedad con una carga simbólica que le da sustento. Los objetos transmiten mensajes, cuando el arqueólogo rescata un objeto también rescata esta carga simbólica; por ejemplo, una ofrenda desenterrada en el Templo Mayor de México Tenochtitlan se compone de diversos objetos que el arqueólogo decodifica, determinando a qué deidad estaba dedicada y cuál era el propósito de ella; a esto me refiero con la expresión complejos simbólicos, y el comienzo de esas actividades determina, a su vez, el inicio de la disciplina arqueológica.