Llegó el huracán. Todo era actividad, se quitaron lámparas y ventiladores, se guardó el mobiliario de las terrazas, las sillas de playa se acomodaron en torres y se sumergieron en las albercas para evitar su dispersión por el viento. Se protegieron los grandes ventanales clavando tiras de madera en forma de marco y se fijaron hojas de triplay al muro.

Debido a la alerta naranja, el aeropuerto y el ferri suspendieron actividades a las nueve de la mañana. Los barcos se resguardaron en Cuba. A las doce del día ya estaba nublado, el toque de queda se dio tres horas después. Había una extraña sensación de tranquilidad con incertidumbre, la naturaleza aún estaba en calma.

Se recomendó guardar el equipaje en el baño al abandonar la habitación y dirigirse al refugio, el cual es en una construcción sólida circular, con techo de arco falso (bóveda maya), sin ventanas, pero con entrada amplia sobre un corredor que comunica al vestíbulo principal; cuenta con sanitarios y salida hacia las cocinas, además de estar protegido entre varios edificios, y está desplantado a medio nivel (es decir, aproximadamente 2 metros arriba del nivel de la entrada del hotel).

Como el viento arreciaba, salimos de las habitaciones tras un chubasco a las cinco de la tarde. En el refugio se repartieron frazadas para dormir sobre el piso, parecía una tienda de beduinos. Algunos fuimos a la recepción para obtener información acerca del avance del huracán por la radio local y por internet.

La tecnología nos permitía verlo acercarse en las imágenes del satélite NOAA emitidas en tiempo real, cada 30 minutos; supimos por el Servicio Meteorológico Nacional que Emily era extremadamente peligroso, apuntaba al norte de Cozumel y a las 6:00 p. m. descendió dirigiéndose a la punta sur.

Aunque el nerviosismo crecía, la información oportuna fue útil para mantener buen ánimo. Parecíamos marinos en su barco, leíamos los boletines y salíamos a observar el cielo y el mar que iban cambiando, el viento aumentaba y llovía. Vimos que el ojo del huracán entraría hacia la punta sur, en algún lugar entre Tulum y Playa del Carmen. A las 7.30 p. m. vimos el último aviso “Alerta roja, resguardo total: permanecer adentro”.

En el refugio, la gente se veía tranquila. A las 9 p.m. hubo un ligero sobresalto al apagarse la luz, a pesar de que ya sabíamos que se suspendería para evitar cortocircuitos; entonces entró en funcionamiento la planta propia con dos lámparas ámbar que propiciaron un ambiente de quietud.