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MAYO DE 2007
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ENRIQUE ARCE MEDINA

EL LEGADO DE SÓCRATES

El cuidado del alma

Un suceso interesante en la vida de Sócrates es la declaración del Oráculo de Delfos, la cual afirmaba que “ningún hombre viviente era más sabio que Sócrates”. Por supuesto, ya para entonces gozaba de gran reputación y, aunque parece que esto no lo tomó muy a pecho, le sirvió para reforzar su idea de cumplir una misión especial hacia sus compatriotas: buscar la forma de hacer el alma tan buena como sea posible.

El alma de que habla Sócrates y que en la literatura, desde Homero, se toma como la psique, es como un aliento que acompaña al hombre mientras está vivo y exhala cuando éste muere. Aunque según se lee en el Fedro, uno de los diálogos de Platón, el alma es parte de una persona antes de que nazca, y habrá conocido el mundo ideal de los dioses; pero al nacer, esta alma olvida todo ese ideal. Con la mayéutica Sócrates usa la conversación como terapia para despertar saberes que dormitan en el alma. La idea de la inmortalidad del alma era muy común en la época de Sócrates; de hecho, parte de las creencias de la secta órfica y que mucho antes los pitagóricos habían propuesto.

Platón explica, por boca de Sócrates –en los diálogos, claro–, el funcionamiento del alma a través de un modelo: una carroza que consta de dos corceles, uno dócil y otro rebelde, además del auriga o jinete que debe gobernar el paso de los corceles. El alma es como la esencia de uno mismo y los demás la captan como una imagen que en realidad es uno mismo. Así quería enseñarnos que uno es lo que piensa y por lo cual los demás nos conocen. Por ello es natural que Sócrates aceptara como su deber predicar el cuidado del alma. En el Critón, otro de los diálogos, Sócrates, en tono educacional, dice: “un buen ciudadano sabe que él debe estar por debajo de la ley y de la patria, y por encima de cualquier deseo de transgredir el orden existente”; Sócrates asumía que la conducta de los ciudadanos depende de cómo el auriga conduce el rumbo de sus corceles.

 
 
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