Von Braun trabaja animosamente en los Estados Unidos; primero proyecta un viaje a Marte que no prospera en su momento, y después logra poner en órbita el Explorer I, pequeño satélite con dispositivos que acopiaron valiosa información para el futuro de la investigación espacial.
(Continuación de la introducción escrita por Thomas O. Paine, exadministrador de la NASA para la tercera edición (1991) del libro El proyecto Marte escrito por von Braun, en 1948, y traducido al inglés en 1953).
Los 70 científicos y técnicos propuestos por von Braun para el viaje a Marte requerían 46 transbordadores con capacidad para colocar en órbita terrestre 39 toneladas (los transbordadores de la NASA sólo cargan 20 toneladas), con una frecuencia de lanzamiento de 10 días (los actuales requieren entre 75 y 125 días), los cuales efectuarían 950 vuelos en ocho meses, suponiendo estar cinco de ellos siempre en mantenimiento, para lo cual se necesitaban 5.32 millones de toneladas de combustible, con un costo de 500 millones de dólares, que von Braun equiparaba con diez veces la gasolina de alto octanaje que se empleara en los seis meses que duró el Air Lift de Berlín...
El resultado en órbita sería tener 10 astronaves, cada una con una masa de 3 mil 720 toneladas, listas para abandonar nuestro planeta mediante una elipse de transferencia que en 260 días las llevaría a colocarse en una órbita en torno a Marte.
Mientras von Braun y su equipo trabajaban en los Estados Unidos, Helmut Gröttrup y sus ingenieros transferían la tecnología de las V-2 a los ingenieros soviéticos dirigidos por Sergei Korolev, Valentín Glushko y otros eminentes soviéticos. Stalin estaba especialmente impresionado por los planes de Eugen Sänger e Irene Bredt acerca de un bombardero antípoda capaz de llegar a América. Este era un concepto de avión aeroespacial parecido a una gigantesca V-2 piloteada y provista de alas. Además, Stalin había dado la más alta prioridad al desarrollo de misiles de alcance intercontinental, así como a la construcción de bombas atómicas. Al mismo tiempo, se construían grandes complejos de lanzamiento para probar los cada vez más potentes cohetes soviéticos. En 1954, impulsados por los progresos de la cohetería, en ambos lados de la cortina de hierro se desarrollaron proyectiles intercontinentales cada vez más poderosos.
