La terrible visión de la humanidad futura planteada por H. G. Wells en su novela La máquina del tiempo, donde se dice que en un futuro lejano nuestra especie se dividirá en dos grupos muy distintos, uno de los cuales se convertirá en depredador del otro, ha resurgido en estos días.
Ahora es el historiador israelí de la universidad de Oxford, Yuval Noah Harari, quien replantea totalmente en serio la posibilidad de que la humanidad futura se bifurque en dos grupos biológicamente distintos, desde luego, uno de ellos privilegiado y el otro desposeído y condenado a la servidumbre.
En su éxito de librería Homo Deus, Harari prevé un nuevo mundo, uno en el cual la brecha entre aquellos que logran subir a bordo y los que son dejados atrás será más grande que la existente entre los imperios industriales y las sociedades agrarias y la que se abre entre homo sapiens sapiens y los neandertales.
El argumento fundamental para justificar tan lapidaria conclusión es el hecho de que los tratamientos médicos avanzados, así como los estudios de diagnóstico clínico —sobre todo los de índole genética— se han hecho increíblemente caros para esperar que puedan brindarse habitualmente a toda la población.
Cita como ejemplo el caso de la actriz Angelina Jolie quien, gracias a un análisis genético muy costoso, descubrió que ella y sus familiares cercanas eran portadoras de un gen que las condenaba a padecer, de manera inevitable, cáncer de mama a partir de una determinada edad. Ante esta perspectiva, la actriz determinó hacerse una mastectomía total para evitar el cáncer.
Afirma Harari que esos grandes avances, hoy día tan caros, no se generalizarán ni bajarán de costo, ya que el avance de la tecnología hará superfluos a la mayoría de los seres humanos y la economía en todos sus aspectos podrá hacer uso de robots y sistemas computarizados con un alto nivel de inteligencia artificial.
Este temor no es nuevo; surgió, principalmente, durante el siglo XIX con la aparición de maquinaria manufacturera —como los telares— e hizo que apareciera el movimiento de los luditas encabezado por artesanos ingleses, quienes destruían los telares industriales y las máquinas de hilar que amenazaban con dejarlos sin empleos.
Por supuesto, este temor era infundado, la revolución industrial trajo numerosos empleos que, eventualmente, se convirtieron en trabajos bien pagados para la mayoría de la población; aunque, desde luego, no se eliminó la disparidad social. Harari señala que esto y la generalización de la atención médica socializada se debió a que el sistema económico necesitaba esa mano de obra especializada, así como grandes núcleos de población joven y sana para combatir en las guerras que requería el rejuego internacional de potencias que buscaban mercados y colonias.
Pero ahora, dice Harari: la suerte de esas masas desposeídas ya no es del interés de quienes controlan el capital, puesto que los robots y la inteligencia artificial pueden hacer todo el trabajo industrial y postindustrial; por otro lado, las guerras pueden ser libradas a distancia con drones y cohetes teledirigidos.
Claro que lo anterior carece de fundamento. En primer lugar, el abaratamiento y la expansión de todo tipo de forma de diagnósticos y tratamientos médicos es un gran negocio para toda la humanidad.
La creación de mejores filtros de diagnóstico para recién nacidos implica la prevención de males cuya curación y tratamiento resulta una carga insostenible para los sistemas de salud, que no se irán a ninguna parte, como supone Harari.
La facilidad para comprar trabajo físico humano sólo implica la aparición de más tiempo de ocio, aunque nunca desaparecerá del todo, ya que los servicios de cuidado de ancianos y niños, así como el mantenimiento de hogares y jardines, además del manejo de la agricultura avanzada, siempre requerirá de cultivadores, cuidadores, cosechadores y distribuidores de los productos agropecuarios, sin dejar de lado el servicio doméstico y de cuidado infantil que ninguna máquina puede dar aún.
Se puede concluir que la división de la humanidad en morlocks y eloim es un peligro que no está a la vista por el momento.
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