Las tres muertes de un matemático


Las tres muertes de un matemático
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El sosiego de una tarde de primavera finaliza con el sonido de una pistola que alguien acciona en el interior de una elegante casa, en Lomas de Chapultepec, Ciudad de México.

Hay quien asegurará que fueron tres balazos; otros más jurarán haber escuchado al menos cuatro balas salir de aquella Colt calibre treinta y ocho. Sin embargo, de una circunstancia no podemos tener dudas: la última de esas balas detonó varios segundos, cualquier minuto, después del resto. Ese postrer disparo acabó con la vida de una mujer —una abogada— de rojiza cabellera. Las primeras balas terminaron con la existencia de un hombre; un matemático que había rebasado los setenta años de edad, quien había transitado por geografías y por ideologías, que venía de haber renacido varias veces, siempre alrededor de personajes, ideas y momentos definitorios para el devenir de la historia en el siglo XX.
     Unos días antes, el hombre —el matemático— había recibido en su casa de Palo Alto, California, una carta que lo inquietó. Algo se decía en su interior, o algo se callaba o se sugería, que lo hizo preparar algunas cosas en un par de maletas pequeñas e improvisar un viaje de regreso a México, el país en el que se había reinventado casi medio siglo antes. 

A Jean Louis Maxime Van Heijenoort —el nombre de aquel matemático que habría de morir asesinado la tarde del 29 de marzo de 1986— siempre le costó encajar, ser uno de los normales. Quizá lo mismo que sucede con todos: no es fácil atinar frases, ritmos, ademanes, cuando uno crece en un país ajeno a la historia familiar. Tal vez a ello se deba que, casi involuntariamente —en una buena parte de las fotografías que registran la vida diaria de su admirado León Trotsky sobre territorio mexicano—, Van Heijenoort siempre aparezca detrás suyo; alerta, pero también sutil, como quien asume que su presencia en la fotografía es un error o un malentendido, pero que, al mismo tiempo consigue atraer la atención de la lente que lo enfoca con claridad, como validando la calidad de guardaespaldas del filósofo de la revolución soviética, mientras afirma su condición propia.
     Lo cierto es que Jean Van Heijenoort —hijo de un inmigrante holandés y de una francesa que debió renunciar a su nacionalidad a causa de este matrimonio— nació en París durante el verano de 1912; tiempos tempestuosos para habitar la capital francesa…
     El padre murió a causa de una hemorragia digestiva, cuando Jean no había alcanzado los tres años de edad. De apariencia nostálgica y embelesado en sus propias ocurrencias y preocupaciones; sujeto al escarnio de los compañeros, debido a su nombre extranjero, a su cuerpo agigantado con precocidad, Van Heijenoort resultó ser un estudiante extraordinario. Consiguió varias becas para procurarse una educación totalmente fuera de las condiciones financieras de su pequeña familia. Así llegó al Lycée Saint-Louis de París, un centro educativo de prestigio y exigencia. Allá comenzó estudios formales de matemática —aunque después los habría de abandonar— al mismo tiempo que se interesó en la política; principalmente, en el comunismo. Esto no es casualidad: corrían los días en que se pondría a prueba el potencial real de las alternativas de organización social al capitalismo derivado del orden industrial, los años posteriores a la Revolución de Octubre en Rusia. Además —y esto suele pasar desapercibido— a Carlos Marx le interesaba fuertemente la matemática. De hecho, redactó más de un millar de notas, apuntes y desarrollos sobre diferentes aspectos matemáticos, entre ellos el cálculo diferencia e integral, las funciones de Lagrange, el concepto de límite de Cauchy, las nociones modernas de límite y continuidad de Bolzano y Weierstrass, etcétera.
     De manera que no debe extrañarnos el intenso interés que a los veinte años de edad Van Heijenoort, un matemático en potencia, se manifestó en pro de la organización social y el reparto de la riqueza; por la política con un énfasis muy marcado en el trotskismo, el movimiento internacional surgido alrededor de Lev Davidovich Bronstein “Trotsky”, uno de los estrategas clave para el triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia.
     Van Heijenoort y Trotsky se conocieron en una ciudad de Turquía llamada Prinkipo. Desde ese momento y por más de seis años, Jean Van Heijenoort acompañaría a Trotsky en la mayoría de sus horas. Un periplo que incluyó, además de Turquía, estancias en Francia, Noruega y, finalmente, México.
     Luego del asesinato de Trotsky en nuestro país, en 1948, Jean Van Heijenoort —treinta y seis años de edad, dueño de un pasado memorable y a la vez desechable— consiguió ser admitido para cursar estudios de posgrado en la Universidad de Nueva York, donde volvería a probar la capacidad de su prodigiosa mente hasta doctorarse en matemática. Apenas el comienzo de una tardía carrera que despertó admiración y respeto en el mundo de las funciones, los silogismos, el espacio y las ecuaciones del siglo XX. Su obra From Frege to Gödel: A Source Book in Mathematical Logic es un referente mundial en la materia. Ejemplar fue su desempeño como editor de las obras del impar matemático austriaco Kurt Gödel y de otros proyectos librescos que maquinaba en aquel año de 1986, cuando a su casa de Palo Alto, California, llegó aquella carta.

Dueño de una memoria envidiable, a Van Heijenoort no le representa esfuerzo alguno reconocer la caligrafía que decora el sobre: Ana María Zamora, abogada e hija de prestigioso abogado mexicano, su tercera esposa (por miedo o por costumbre, nunca se sabrá; habría de conservar voluntad y arrojo todavía para un cuarto matrimonio posterior) con quien se había casado dos veces, y de quien se había divorciado de forma lastimera, estrepitosa, le advierte de una nueva —otra más— crisis nerviosa. Le envía por correspondencia alguna amenaza de suicidio que esta vez su ex marido decide (¿por qué?) sí atender: algunos documentos sin terminar de leer sobre el escritorio de trabajo, una pequeña maleta con poca ropa, apenas para uno o dos días fuera de casa, un viaje tan corto que no amerita avisar a nadie, despedirse de ninguno, un vuelo de improviso a México; una, dos, cuatro, ocho conversaciones larguísimas, inútiles, que terminan en balbuceos o monosílabos.
     El triunfo del cansancio sobre el dilatado y magro cuerpo del matemático que se excusa para retirarse a descansar sobre una cama en esa gran casa de Lomas de Chapultepec que alguna vez consideró también su hogar, el sonido gélido de tres detonaciones correspondientes a tres balas —¿una por cada vida vivida?— que por la cercanía entre la pistola en acción y la cabeza en reposo transitan apaciblemente por la masa encefálica de Jean Van Heijenoort. 

  • Bradu, Fabianne. André Breton en México. Fondo de Cultura Económica: México, 2012.
  • Delville, Patrick. Viva. Anagrama: Barcelona, 2016. Traducción de Juan Antonio Molina Foix.
  • y José Manuel Fajardo.
  • Gall, Olivia. Trotsky en México, y la vida política en tiempos de Lázaro Cárdenas (1937 – 1940). Ítaca/UNAM/CEIICH: México, 2013.
  • Padura, Leonardo. El hombre que amaba a los perros. Tusquets Editores: Barcelona, 2009.
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