El cerco fronterizo se remite al límite entre lo conocido y lo que se rehúsa a todo decir y significar; no obstante, es un límite que sólo el símbolo puede trascender mediante una exposición siempre indirecta y analógica. Para Trías, el símbolo constituye la manifestación sensible de lo sagrado; revela la congénita ambivalencia y duplicidad de éste; de ahí que todo símbolo sea ambiguo, pues une a la imagen visible, lo invisible.

En la filosofía de Trías⁴ el símbolo se advierte como una unidad (sym-bálica) que presupone una escisión. En él se encuentran desunidas la forma simbolizante (o aspecto manifiesto del símbolo) y lo simbolizado (que constituye su horizonte de sentido). Esto es, se posee alguna de sus partes pero no se dispone de la clave que permita encontrar su significado.

El acontecimiento sym-bálico constituye un complejo proceso en cuyo marco puede tener lugar la coincidencia de ambas partes. Una de ellas (la que se posee) puede considerarse la parte simbolizante del símbolo. La otra (que no se tiene) es su mitad, sin la cual la primera carece de sentido.

Pensemos en el símbolo como una unidad, como aquello que originalmente existía formado por dos partes, las cuales perdían significado una vez separadas o escindidas, y sólo podían volver a tomar significado al reunirse. En analogía con el limes o cerco fronterizo como intersticio que une y separa, que actúa como intersección y, a la vez, como división o demarcación entre cercos, dichas partes pueden remitirse al cerco del aparecer o mundo y al hermético o cobijo de lo sagrado.

Así, el límite es también una instancia que permite la vinculación de mensajes entre mundos; algo así como un correo de doble dirección que se hace posible gracias al símbolo. Éste no puede entenderse racionalmente, pues su peculiaridad radica en que revela velando y vela revelando; de ahí su carácter de ambigüedad. Al respecto, conviene recordar el carácter del dios romano Jano.

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