Por qué no se van los transgénicos


Por qué no se van los transgénicos
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Entre los temas predilectos de los creyentes en las teorías conspirativas persiste, con tenacidad, el asegurar que los alimentos y los cultivos transgénicos son nocivos, por lo que deben ser combatidos y eliminados.

Sostienen también que detrás de esta conspiración se encuentran empresas transnacionales químicas o agroquímicas, como Monsanto, que pretenden apoderarse del control de todos los cultivos sin importar que los alimentos transgénicos resulten perjudiciales para la salud humana (algo de lo que no se ha presentado evidencia confiable alguna).1 No existen, pues, cifras que aparezcan en algún estudio clínico que detalle la naturaleza de dichos daños y su extensión en la raza humana.
     Los alimentos transgénicos que se cosechan en el presente fueron creados con el fin de mejorar aspectos y detalles agronómicos, como la resistencia a plagas, o bien, su resistencia a herbicidas. En estos casos, los mayores beneficios los recibe el agricultor a través de la simplificación en el manejo, el incremento en los rendimientos y la reducción de los costos de producción. Numerosos estudios muestran también que la adopción de este tipo de cultivos está teniendo un gran efecto positivo en la economía de la totalidad de los países, por los efectos sociales y económicos del sector y los incrementos en las exportaciones. De igual manera se ha beneficiado el medio ambiente por efecto de la disminución en el uso de insecticidas y algunos plaguicidas, la sustitución de ciertos herbicidas por otros menos tóxicos y, por la sinergia, o cooperación provechosa, lograda con prácticas conservacionistas —como la siembra directa—, que es un sistema productivo fundado en la ausencia de remoción del suelo, en rotaciones de cultivos y también en el mantenimiento de los suelos cubiertos por rastrojos. Favorece la captura y preservación de carbono en el suelo y mejora la fertilidad edáfica —relacionada con los suelos—, que preserva la estructura y la humedad del propio suelo. El crecimiento de la productividad de muchos cultivos permite, además, preservar los medios ambientes o hábitats naturales sin devastarlos para la producción agrícola y se ha podido usar el agua y los suelos con mayor más eficiencia.2
     Un alimento transgénico es así, uno que fue modificado genéticamente para obtener algún beneficio en el consumo humano. Las alteraciones se realizan en la estructura genética de aquél, y se efectúan sumando, restando o cambiando la forma de las cadenas de genes o cromosomas, mediante distintas manipulaciones. Con esto se obtiene frutos de mayor tamaño, hortalizas más resistentes, o de más rápida —o lenta— maduración; también, por ejemplo, aves de corral con más carne o con la capacidad de poner una mayor cantidad de huevos que las naturales.
     Una hazaña de la ciencia de esta magnitud requiere un gran desarrollo tecnológico y, la verdad, hoy contamos con la tecnología que basta para que, teóricamente, se pueda hacer cualquier cosa por medio de la ingeniería genética. El único límite reside en una cuestión puramente humana, relacionada con los valores éticos, culturales, morales y hasta legales de cada sociedad. Pero, el mérito debe ser bien valorado: la alteración genética de los alimentos acarrea grandes ventajas.
     Muchas personas han manifestado un temor en verdad saludable hacia ese poder, no debe omitirse lo trascendente de dichos avances. Los alimentos transgénicos muestran un gran potencial para cambiar, para bien, la vida en la Tierra e, incluso, a niveles potencialmente tan importantes que resulta difícil de expresar, como pueden ser, por ejemplo, crear una gran herramienta para acabar el hambre en el mundo o aún para lograr generaciones más saludables y longevas de todo tipo de especie, incluyendo la humana.
     Casi todos los alimentos transgénicos accesibles actualmente a los consumidores son de primera generación. Esto implica que manifiestan beneficios directos para los cultivadores y productores, pero no para los consumidores. Es evidente que este hecho no tiene relación con los avances logrados, sino con el empleo que se le da, como manifiestamente ha sucedido a lo largo de la historia.
     Entre los beneficios de los alimentos transgénicos se encuentran la resistencia a plagas; la capacidad de producir toxinas insecticidas por su propia cuenta; la de obtener frutos más grandes, en mayor cantidad, en menor tiempo, usando menos recursos y muchas otras ventajas más. 
     En el futuro, los alimentos transgénicos tendrán la capacidad de crecer y desarrollarse con menos agua, suponiendo un importante ahorro para zonas con problemas de sequía, así como también obtener cultivos aprovechables de mayor tamaño. No debe haber duda de su validez futura, pero va a ser necesario madurar como una sociedad que beneficie a los más y no sólo a los menos.3

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