Gagarin: el cosmonauta sonriente


Gagarin: el cosmonauta sonriente
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Hace medio siglo, a Yuri Alekseyevich Gagarin, le bastaron algo así como ciento ocho minutos para registrar su nombre en la Historia con mayúscula: el 12 de abril de 1961, aquel antiguo obrero ruso, hijo de campesinos, comenzó a transformarse en una de las celebridades del siglo XX.

Durante aquellas horas, antecedidas por largos años de planificaciones, experimentos fallidos, buenas y malas decisiones, así como cuantiosas inversiones, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin orbitó la Tierra y regresó para contarlo con una gran sonrisa en los labios. Fue el primero en cumplir aquel antiguo anhelo de viajar más allá de los límites de nuestra imaginación. 

Los padres de Yuri Alekseyevich Gagarin eran granjeros afincados en Klushino, una población cercana a la ciudad de Moscú y Yuri, fuertemente interesado por la cosmonáutica, hizo una breve carrera académica en la Escuela Vocacional Técnica de Lyubertsy, mientras laboraba como obrero metalúrgico. Pero, a los 20 años de edad se enroló en una intensiva formación como piloto aviador, pasó a la Fuerza Aérea Soviética y, en 1959, alcanzó el grado de teniente. Después de una compleja serie de pruebas de selección, Gagarin se transformó en el primer cosmonauta soviético y, de paso, en flamante representante del proletariado más allá de las fronteras terrestres. Antes había sido testigo del lanzamiento al espacio de un maniquí llamado “Ivan Ivanovich”, en 1961; también había visto regresar sanas y salvas (y convertidas en leyenda) a Belka y Strelka, y se había enterado de los resultados de la misión encabezada por Laika. De cualquier manera, Gagarin no estaba convencido de que él mismo correría con buena fortuna, y no parecía muy seguro de que fuera posible hacer un periplo fuera de la Tierra y volver a nuestro planeta con vida. 
     El 12 de abril de 1961, Gagarin se enfrentó a la realidad y a sus temores. Fue conducido a través de un elevador hasta la plataforma de lanzamiento de la nave Vostok I e ingresó en ella. Ahí estuvo por más de dos horas escuchando alguna música en búsqueda de cierta serenidad, hasta que a las 9:07 horas de la capital soviética se puso en funcionamiento el sistema de cinco motores de la nave.
     Surgieron algunas fallas técnicas, se perdió la comunicación, hubo algunos desperfectos durante el lanzamiento y también en el aterrizaje (aunque todo esto se dio a conocer hasta mucho tiempo después), pero la misión transcurrió con ejemplar felicidad: el Vostok I había alcanzado una rapidez de 28 mil kilómetros por hora e instantes después se hallaba sobrevolando el Océano Pacífico, mientras el primer cosmonauta bebía y comía sin aparente mayor preocupación. Recorrió Sudamérica, África, finalizó una órbita completa en poco menos de dos horas hasta regresar sobre territorio soviético, apretar un botón, liberar su asiento para salir volando del Vostok, accionar su paracaídas y respirar aliviado al tocar suelo. “Vengo del espacio”, les dijo a las primeras personas que encontró.

Mientras daba la vuelta a la Tierra, Gagarin intuía que las probabilidades de regresar a nuestro planeta con vida no eran muchas. Así que decidió tragar saliva muy despacio e inaugurar la tradición de espetar alguna frase célebre en los momentos importantes allende nuestro planeta: “Habitantes de la Tierra, cuidemos esta belleza, no la destruyamos…”. El periplo de Gagarin animó a los soviéticos a preparar a la primera mujer cosmonauta: Valentina Vladimirovna Tereshkova, quien, alejada de las frases rimbombantes, se concretó a completar casi 50 órbitas alrededor de la Tierra, sobre el Vostok VI, en junio de 1963. Y, en marzo de 1965, Aleksei Leoneov se convirtió en el primer ser humano en dar un paseo fuera de la Tierra.
     EUA, a través de su agencia espacial trató de responder y lanzó la cápsula Freedom 7, apenas 23 días después de finalizada la primera misión soviética, así que Alan Shepard pasó a los registros como el primer estadounidense lanzado al espacio exterior.
     Pero, ya entonces, los soviéticos habían contraatacado con Valentina Vladimirovna Tereshkova… Humillado, el gobierno de Estados Unidos concentró todas sus energías —y sus finanzas— en desarrollar el programa Apolo con el objetivo de hacer valedera aquella temeraria promesa del joven presidente John F. Kennedy: “lograr que un hombre vaya a la Luna y regrese salvo a la Tierra antes de que finalice la década de los años sesenta”, lo que consiguieron finalmente en julio de 1969 con Neil Armstrong, Michael Collin y Edwin “Buzz” Aldrin sobre el suelo lunar. 
     El 27 de marzo de 1968 —un par de semanas después de haber cumplido 34 años de edad— Yuri Alekseyevich Gagarin murió en un accidente a bordo de un avión MiG-15, ya convertido en leyenda. Tan popular era, y también tan odiado por buena parte del aparato gubernamental soviético, que inmediatamente surgieron leyendas alrededor de las causas de su deceso. Su nave se estrelló en un bosque muy cerca de Kirzhach con tal fuerza que fue casi imposible identificar su cadáver.  

  • Casado, Javier. Wernher von Braun, entre el águila y la esvástica. Madrid, Melusina, 2009.
  • Mingote, Antonio y José Manuel Sánchez Ron. El vuelo de Ícaro. Madrid, Editorial Crítica, 2010.

Las transformaciones sociales y políticas de la primera mitad del siglo XX, sobre todo las dos Guerras Mundiales, propiciaron la consolidación de dos supernaciones: los Estados Unidos de América (EUA) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), además del silencioso, pero constante, desarrollo de la República Popular de China. En ese contexto, la investigación científica y el fortalecimiento de la estructura tecnológica de las naciones fue un elemento fundamental. Por ejemplo, en la URSS de los años cincuenta un egresado del Instituto Politécnico de Kiev y de la Escuela Técnica Superior de Moscú, el ucraniano Sergei Korolyov, con gran experiencia como piloto, además de ser uno de los fundadores de los primeros grupos de diseño y desarrollo de cohetes, se coló en el aparato gubernamental hasta encabezar los proyectos de tecnología espacial.
     A él se debe que la URSS haya lanzado el primer satélite artificial, llamado Sputnik, después de apenas unos meses de original trabajo. Unos años después, los soviéticos se apuntaron otra victoria cuando lanzaron vehículos tripulados al espacio exterior. Los tripulantes eran dos pasajeras, Belka y Strelka, surgidas del amplio y riguroso programa de entrenamiento y reconversión de perros callejeros en astronautas del gobierno de la URSS, a las cuales siguieron otros personajes célebres como Laika, que, a bordo del Sputnik II, cruzó la frontera de nuestro planeta, rodeada de artilugios para almacenar su excremento, máquinas para medir su ritmo cardiaco y su presión arterial, y más importante aún, dotada de un micrófono para mandar la señal que dio el banderazo a la lucha por la conquista del espacio exterior. 

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