Bioy del otro lado
del espejo


Bioy del otro lado
del espejo
      Autores

Adolfo Bioy Casares, desertor contumaz de la universidad —primero Derecho, luego Filosofía, después Letras—, imaginativo y metódico; criado en una distinguida familia de la burguesía argentina; políglota, entrometido explorador, constante y precoz.

Este hombre bastante tuvo que ver con la divulgación científica: “un tío mío, tal vez para ayudarme al hacerme escribir sobre cualquier tema, y que mi escrito fuera pagado, y en ese sentido alentarme, y también para acercarme a la lechería que él dirigía con su hermano Vicente, y era la obra de su padre, me pidió que escribiera un folleto sobre el yogur”, recordaba Bioy Casares, luego de ganar el Premio Cervantes, en 1990. Y para llevar a buen término aquella aventura, invitó a Jorge Luis Borges; juntos leyeron a Pasteur y a otros autores semejantes, discutieron sobre lácteos, industrias e higiene; y ese contacto inicial con la ciencia a través de la escritura tuvo un efecto determinante en Adolfo Bioy Casares: “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado”.

Pero, además del tiempo, Bioy compartió otra afición con Borges: el deslumbramiento por los espejos, presentes en el origen del verbo especular y vestigios del largo tránsito del pensamiento mágico al razonamiento científico, porque nos formamos una imagen de la realidad, principalmente, a partir de los estímulos visuales que percibimos; de ahí que la óptica sea una de las ciencias más antiguas. De manera que —como si se tratara de un científico que echa a andar un experimento en busca de la verdad, por aproximación, y poco después de haber concluido aquel folleto de divulgación científica parido a cuatro manos con Borges— Adolfo Bioy Casares puso a prueba su alcance imaginativo con una novela singular, cuya publicación, en 1940, le garantizó un lugar en la historia de la literatura universal: La invención de Morel, donde pone en práctica ese gusto por el universo de los espejos: “Casi diría que siempre vi los espejos como ventanas que se abren sobre aventuras fantásticas, felices por lo nítidas. La posibilidad de una máquina que lograra la reproducción artificial de un hombre, para los cinco o más sentidos que tenemos con la nitidez con que el espejo reproduce las imágenes visuales, fue pues el tema esencial del libro”.

La novela comienza con un hombre —de quien nunca escucharemos su nombre— que desembarca en una isla en calidad de prófugo (¿de qué o de quién huye; por qué lo hace?). Sus días y noches transcurren sin apenas variación hasta la “milagrosa” jornada en que “de un momento a otro, en esta pesada noche de verano, los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta como veraneantes instalados desde hace tiempo en Los Teques o en Marieband”.
     La cualidad afantasmada de esos personajes, surgidos a partir de una “aparición inexplicable” y que comienzan a poblar la isla que el narrador creía inhabitada, dan forma y textura al relato. Al principio el hombre asume que pueden tratarse de “efectos del calor de la noche en mi cerebro”, sin embargo rectifica inmediatamente: “Pero aquí no hay alucinaciones ni imágenes: hay hombres verdaderos, por lo menos tan verdaderos como yo”. Personas vestidas a la usanza de dos o tres lustros antes, que repiten coreografías al aire libre y en una sala de dimensiones pequeñas, “verde, con un piano, un fonógrafo y un biombo de espejos, que tiene veinte hojas, o más”.
     El hombre fija especialmente su atención en Morel, “mundano hombre de ciencia”, responsable de haber inventado “un sistema para recomponer las presencias de los muertos” con un éxito casi total. Más aún: lee con esmero las bitácoras del insólito inventor: durante largo tiempo Morel analizó la radiotelefonía, la televisión, el cinematógrafo, el fonógrafo y la fotografía, y se concentró en perfeccionar la captación de ondas olfativas, térmicas y táctiles para luego ingeniar un método de transmitirlas. El resultado de sus desvelos es una máquina inédita con tres partes: la primera resulta de un conjunto de espejos que retiene imágenes a las que les adhiere “perfectamente sincronizados” los sonidos, la resistencia al tacto, los sabores, los olores, la temperatura; la segunda parte se encarga de grabar esas sensaciones, y la tercera las proyecta, sin pantallas ni papeles, puesto que “sus proyecciones son bien acogidas por todo el espacio y no importa que sea día o noche”. El hombre asiste a la explicación del propio Morel, cuando reúne al grupo para explicarles su talento e invocar cierto “fenómeno de espejismo”, para hablarles de la inmortalidad no esperada: “Mi abuso consiste en haberlos fotografiado sin autorización. Es claro que no es una fotografía como todas; es mi último invento. Nosotros viviremos en esa fotografía, siempre. Imagínense un escenario en que se representa completamente nuestra vida en estos siete días. Nosotros representamos. Todos nuestros actos quedan grabados”.

Si existen ciertas semejanzas en la forma como la ciencia y la literatura exploran tanto la imaginación como el lenguaje, en sus métodos para inventar y descubrir, La invención de Morel es un artefacto que desde hace más de 75 años se mueve entre lo posible y lo probable, como reconoce el propio Adolfo Bioy Casares cuando se encuentra con alguien que parece haber materializado lo que él soñó algún día: “En Italia, en el 49 y en el 51, yo leía un diarito del ejército norteamericano, porque solía traer noticas de la Argentina. Un día leí con alguna curiosidad en ese diario la descripción de una máquina que proyectaba imágenes tridimensionales, en un todo idéntica a las personas, animales, plantas y cosas que reproducía. Me divirtió la idea de que alguien hubiera leído La invención de Morel y fingiera que existía la máquina. Debió de parecerme improbable que en tan poco tiempo la realidad la hubiera logrado. No sé qué hice con ese ejemplar del diarito; debí de guardarlo, pero negligentemente, porque no recuerdo haberlo tenido otra vez ante mis ojos.”

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