La primera vez que tuve contacto con un animal marino de enormes dimensiones fue hace casi diez años, cuando llegué a estudiar biología marina en La Paz, Baja California Sur. Recuerdo que, a las pocas semanas de estar instalado, un grupo de amigos y yo nos decidimos ir a nadar con el tiburón ballena, el cual en ese entonces no tenía tanta fama como la tiene ahora, ni existía control o código de conducta para nadar con él.
     Al llegar al sitio en donde los tiburones se alimentaban, yo tenía esa sensación de nerviosismo y emoción que hace latir el corazón a mil por hora, pues, al ver por primera vez unas aletas triangulares fuera del agua y unas enormes sombras bajo el agua, las cuales eran más grandes que la lancha, el conjunto de sentimientos, emoción y miedo me paralizaba por instantes, pues no sabía si aventarme al agua o ni siquiera acercarme a la orilla de la lancha.
     Por fin pude meterme, y el haber nadado con esta criatura me cambió la vida; ese día, sin siquiera planearlo, descubrí que no había errado en el camino tomado al irme a estudiar biología marina, pues ha sido la mejor decisión de mi vida.
     Diez años después, también sin haberlo planeado, regresé al mismo sitio y tomé un tour para nadar con el tiburón ballena en el mismo lugar que la primera vez; al llegar me di cuenta de que volvía a tener la misma sensación de emoción y adrenalina propulsora, pero ahora el miedo a lo desconocido fue sustituido por la emoción de nadar a su lado y poder capturar con mi cámara su enorme majestuosidad.