Mi estancia de tan sólo dos días en Toronto se debió a que tramitar mi visa tardó 11 días, y cuando la recibí tuve que tomar el vuelo de la 1 a.m. para ir directo del aeropuerto a mi plática mañanera. Ésta fue para niños de sexto de primaria.
El plantel al que fui invitada es una escuela experimental, en la que investigadores universitarios pueden probar sus ideas sobre enseñanza a niños reales; no se trata de prodigios, sino de alumnos electos al azar. Allí se acaba de reemplazar el sistema antiguo por el de competencias. Por cierto: me han invitado a escuelas en México para explicar qué es eso de las competencias, y cuando confieso mi ignorancia los docentes me miran desolados. Pero al fin entiendo de qué se trata: la idea es proponer un trabajo a los estudiantes y darles mucho tiempo para desarrollarlo; en este caso, el tema fue las fases de la luna. A los maestros no les interesa que los alumnos contesten bien o mal; su objetivo es que piensen cómo explicarse la Naturaleza, trabajen en equipo y discutan cuál modelo dilucida mejor el fenómeno. Más tarde, el profesor describe la explicación propuesta por la ciencia, como una manera alterna de comprender un fenómeno. Así los estudiantes aprenden que la ciencia no es la verdad absoluta, pues ésta es inalcanzable, pero aun así la ciencia es útil.