Durante el pasado Campeonato Mundial de Futbol, causó gran sensación el hecho de que un pulpo llamado Paul, habitante de un acuario alemán, pudo pronosticar sin equivocarse quién sería el triunfador de todos los partidos que jugó la selección alemana, así como el del juego final que definió el campeonato de 2010.1
Lo ocurrido demuestra, no que el molusco cefalópodo tuviera poderes adivinatorios, sino más bien que éste se constituyó en un ejemplo de las asombrosas potencialidades del azar. Un proceso aleatorio o regido por el azar como es el desarrollo de los resultados de una eliminatoria –en un deporte complejo, como futbol soccer– tendrá que presentar el surgimiento de diversas coincidencias con una frecuencia y complejidad pronosticables.
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