Cuerpo es contención, contenido y continente

Cuerpo es las manos con las que trabajamos, y lo que se nos escapa de las manos, que dice sí cuando no queremos; que quiere algo cuando no lo decimos.

Amamos u odiamos con, en y para el cuerpo, porque la unión que logramos a través del amor o la destrucción que provocamos con el odio, no es sólo para el otro, sino también para nosotros.

Cuerpo es, pues, desde la gran sociedad hasta el pequeño hipotálamo, en ambas direcciones: memoria de lo acumulado por todos nosotros, en ese mundo de símbolos que nos hacen coincidir en el lenguaje. Pero también memoria de las sensaciones que fueron material de las imágenes, las cuales esconden nuestros más íntimos afectos.

Cuerpo es el todo universal y el todo individual, a los cuales siempre se les va algo; es decir, cualquiera de las dos opciones es insuficiente. Eso que es inaprensible como el humo también constituye al todo, porque se trata de una totalidad que trasciende, que deviene. Por ello, ni el lenguaje formal del discurso, aun el más rico, logra abarcar lo que sucede fuera y dentro de nosotros.

Por lo mismo, ni el conjunto de sensaciones más abundante agota el mundo de lo que estamos por sentir. Todavía nos queda, al menos, nuestra muerte y, antes de ella, lo que dejemos como obra, lo que engendremos, lo cual, después de todo, es más importante que nuestra despedida.

Podemos ser en el hacer, gracias a que somos cuerpo. Nuestros actos se desprenden de nosotros y nos dan a conocer ante el otro, pero simultáneamente se presentan como algo ajeno. Porque la obra, una vez producida, se separa del actor, se hace extraña a él y éste se desconoce en ella. Así, tan válido es decir: Por sus obras los conoceréis, como cierto resulta señalar por sus obras los desconoceréis.

¿Qué es entonces el cuerpo? Nada que pueda dividirse, nada que pertenezca a un solo tiempo, nada que permita ser señalado con una sola palabra y, sin embargo, o tal vez por ello, aquí estamos.