La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) menciona que 62% de las especies amenazadas en el mundo han sido afectadas por actividades relacionadas con la agricultura; las cuales han ocasionado 70% de pérdidas en la diversidad biológica terrestre; por ello, conservar la biodiversidad —parte integral de los sistemas alimentarios— es crucial para alcanzar los objetivos del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020).1
En 2015 se registraron 48,626,474.4 km2 de tierras agrícolas (37.26% de la superficie terrestre);2 a pesar de esta cifra y los costos ambientales por la producción de alimentos, no ha sido posible satisfacer las necesidades alimenticias de la población.
En 2017, las personas con hambre en el mundo sumaron 821 millones (una de cada nueve), según el último informe del estado de la seguridad alimentaria y la nutrición.3 Estas cifras se reflejan en la prevalencia de malnutrición en la población, la cual, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se define como la confluencia de dos condiciones: la desnutrición —relacionada con retraso en el crecimiento (estatura inferior a la adecuada con la edad), emaciación (peso inferior al correspondiente con la estatura), insuficiencia ponderal (peso inferior al que corresponde con la edad) y las carencias o insuficiencias de micronutrientes (falta de vitaminas y minerales importantes)—, y la otra condición de malnutrición involucra: sobrepeso, obesidad y enfermedades no transmisibles (cardiopatías, accidentes cerebrovasculares, diabetes y cánceres), todas relacionadas con una alimentación inadecuada.4
La malnutrición puede presentar dos caras en el mismo escenario: desnutrición infantil coexistiendo con obesidad en adultos; fenómeno conocido como “la doble carga de la mala nutrición”, la cual, en parte, está asociada con cambios en los hábitos alimenticios y de estilo de vida.5, 6 La explicación es que en el mundo se ha incrementado el consumo de alimentos altamente procesados, sobre todo, consumidos por la población con bajos ingresos económicos, pues son baratos y de fácil acceso; sin embargo, se caracterizan por tener altos contenidos de grasas, azúcares, sales, colorantes y aditivos artificiales que, al ser consumidos en forma habitual, pueden producir sobrepeso y obesidad.
La disponibilidad y accesibilidad ofrecida por los alimentos procesados está cambiando los patrones dietéticos en el mundo, pues ha desplazado las dietas tradicionales, caracterizadas por ser diversas en alimentos y nutrientes, por bocadillos ricos en grasas, harinas procesadas y azúcares o sal en exceso. Estos cambios explican, en parte, por qué ha aumentado la obesidad en el mundo a más del doble entre 1980 y 2014.
En 2017, más de 672 millones de adultos en el mundo eran obesos (casi 13% de la población) y 41 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso. Además, la desnutrición crónica afectaba a 155 millones de niños menores de cinco años y una de cada tres mujeres en edad reproductiva padecía anemia…3 son situaciones que conviene modificar.