Estamos frente a una severa crisis de la biodiversidad en el mundo, por lo cual la comunidad científica calcula en 338 las especies de vertebrados extinguidas desde el año 1500; además, enfatiza que las tasas modernas de extinción han aumentado bruscamente desde hace 200 años, lo cual es consistente con el surgimiento de la sociedad industrial;1 por lo que, de continuar este ritmo, se necesitarían de cinco a siete millones de años para recuperar la diversidad biológica tan sólo de los mamíferos;2 por ello podríamos estar presenciando la sexta extinción masiva de organismos.1
Como parte de esta crisis de biodiversidad, los anfibios están siendo afectados, pues sus poblaciones han mermado tanto como sus áreas de distribución, incluso, actualmente, se están presentando extinciones de algunas especies,3, 4, 5 por ejemplo, el sapo dorado Incilius periglenes, la rana leopardo de Las Vegas Lithobates fisheri y la salamandra Plethodon ainsworthi.
En México, las poblaciones del icónico ajolote Ambystoma mexicanum han disminuido alarmantemente; el último cálculo de su densidad poblacional fue medido en 0.0012 orgm2 (organismos por metro cuadrado), casi seis veces menos que el último censo realizado a la población;3 otra evidencia es la rana emblemática australiana Pseudophryne corroboree, la cual sufrió una catastrófica disminución poblacional desde mediados de 1980, por lo que, actualmente, es considerada funcionalmente extinta de su hábitat natural, siendo catalogada como uno de los vertebrados más amenazados en Australia.4
Estudios recientes8, 9, 10, 11 sobre el estado de conservación de los anfibios apuntan a una disminución de poblaciones a tasas más aceleradas que las de aves, reptiles y mamíferos, lo cual también ocurre con sus áreas de distribución e, incluso, se están presentando extinciones de otras especies, por ejemplo: el sapo dorado Incilius periglenes, la rana leopardo de Las Vegas Lithobates fisheri y la salamandra Plethodon ainsworthi.11