Dime qué olor tienes, conejo,
y te diré quién eres


Dime qué olor tienes, conejo,
y te diré quién eres
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Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de la novela El perfume, contaba con un supersentido del olfato que le permitió descubrir el mundo a través de su amplia diversidad de aromas, y también adquirió los conocimientos necesarios para extraer esencias y mezclarlas en un perfume del que sólo bastaba una gota para extasiar a una muchedumbre. Esta historia podría deberse a la estimación que se ha hecho respecto a que el ser humano cuenta con, aproximadamente, 100 millones de receptores olfativos; células nerviosas derivadas del propio sistema nervioso central, capaces de discriminar, al menos, un trillón de estímulos olfativos.1 Además, el olfato es el más sensible de nuestros sentidos, puesto que los receptores conectan directamente el sistema nervioso central con el ambiente. 

Nuestro sentido del olfato es, ciertamente, opacado por el de algunos animales cuya amplia capacidad para percibir aromas que, en ocasiones, resultan imperceptibles para otras especies es una consecuencia del proceso evolutivo entre el sentido del olfato y los compuestos químicos que constituyen los aromas; se trata así de una condición que permite discriminar entre un amplio número de señales olfativas (denominadas odorantes). De ahí que el olfato en los mamíferos sea, quizás, el sentido más complejo de todos y el más difícil de descifrar por parte de los científicos. De hecho, su complejidad se entiende aún más si consideramos que el sistema olfativo puede utilizar diferentes combinaciones de receptores para identificar una amplia gama de olores.

En los animales, este sentido se encuentra evolutivamente tan desarrollado que les permite detectar concentraciones muy bajas de una molécula volátil particular en un ambiente saturado con multitud de olores. En el caso de algunas especies de mamíferos, cuando un individuo libera sustancias odorantes (químicos volátiles o de contacto), éstas son percibidas por otro individuo, mediante dos sistemas olfativos denominados sistema olfativo principal y sistema vomeronasal, cuyas estructuras son anatómicamente paralelas y con funciones distintas y específicas, a las cuales llegan las moléculas activas del odorante, donde son procesadas, mediante los respectivos receptores de las neuronas sensoriales.
     De estos sistemas se sabe que el olfativo principal parece estar involucrado, primordialmente, en el aprendizaje de olores y su asociación a diferentes contextos de información que provenga del ambiente; por ejemplo, olores de otras especies, alimentos, etc. En cambio, el sistema vomeronasal es, funcionalmente, más especializado, pues permite al individuo percibir compuestos muy específicos, como las feromonas de individuos de su propia especie, lo que —potencialmente— le facilita asociar un aroma a cada individuo.2 De ahí que al ocurrir la quimio-percepción a nivel del sistema vomeronasal de cada individuo e identificarse entre el grupo de individuos, se espera ocasione potenciales cambios en el comportamiento, antecedidos por respuestas fisiológicas, como es el caso de variaciones hormonales.
     Así, cuando los animales establecen relaciones sociales y forman parejas o grupos, usan el olfato para identificarse entre sí, lo que facilita la organización de las interacciones —desde el reconocimiento madre-hijo hasta las de antagonismo—. Específicamente, los conejos recién nacidos aprenden olores nuevos mediante su sistema olfativo y los asocian con el amamantamiento y el reconocimiento entre individuos de la camada.

Las diversas señales químicas de los mamíferos consisten en compuestos volátiles que suelen estar en excretas, saliva y otras secreciones. La diseminación aérea de estas señales suele concentrarse en sitios estratégicos de su hábitat y pueden ser percibidas a cierta distancia por otros individuos. Dependiendo del tipo de mensaje transmitido, estos compuestos dan lugar a diferentes conductas, tales como: agregación (los individuos se concentran alrededor de la fuente de la señal), alerta (los sujetos reaccionan positiva o negativamente ante la presencia de otros individuos), como puede ocurrir ante la atracción sexual (inducida por feromonas femeninas o masculinas). 
     En síntesis, las señales químicas captadas a través de las fosas nasales desencadenan un cambio conductual.

Varias especies de mamíferos han sido estudiadas —incluyendo animales domésticos— desde la perspectiva de la comunicación química. El conejo europeo Oryctolagus cuniculus fue una de las especies analizadas en las investigaciones pioneras de quimio-percepción. Además, este lagomorfo delimita su territorio con marcas olfativas depositadas en orina y excretas, con lo cual establece una jerarquía social entre los miembros del grupo. Además, deponen sus excretas en letrinas que encuentran en áreas sobresalientes del entorno, tales como montículos, vegetación o rocas, y es ahí donde intercambian marcas visuales y olfativas para delimitar claramente su ubicación3 (figura 1). 
     Como el europeo, otros conejos y liebres impregnan los pellets con secreciones de las glándulas anales, cuya composición química se adhiere a la superficie de las excretas, convirtiendo las letrinas en verdaderos centros de quimio-percepción.4 Además, las áreas no marcadas, como las entradas de las madrigueras, son delimitadas con secreciones de las glándulas submandibulares; para realizar tal marcación, frotan el mentón sobre una superficie. Esta práctica les permite mantener la jerarquía social, porque los machos dominantes se ocupan más de dejar sus marcas, que los subordinados. De hecho, se ha demostrado experimentalmente que, cuando un conejo es expuesto a un ambiente neutro, sin excretas ni señales químicas, es altamente probable que asuma una posición jerárquicamente dominante.5

La importancia de investigar la función de la comunicación química en la biología de la conducta asociada al hábitat y los sitios de actividad de mamíferos permite contar con información básica desde distintas perspectivas. Específicamente, México alberga 18% de la diversidad mundial de lagomorfos (figura 2), por lo cual hay una consistente razón para insistir en mejorar los planes de manejo orientados a su conservación, y qué mejor alternativa que ampliar las herramientas de manejo, desde una perspectiva demográfica hasta una que involucre la ecología de la conducta y la quimio-percepción, puesto que no sólo importa analizar la estructura poblacional, sino también la forma como los individuos disponen de su hábitat al dejar sus marcas de olor.3 
     El estudio de sus letrinas en ambientes naturales y perturbados puede aportar información relevante acerca del uso de hábitat, la presencia de diversas especies y la jerarquía social, que pueden constituir criterios clave al aplicar las prácticas de manejo para la protección de especies vulnerables. Por ejemplo, el conejo de los volcanes (Romerolagus diazi) y el de las Islas Marías (Sylvilagus graysoni) son especies endémicas en peligro de extinción, según la NOM-059-SEMARNAT-2010, y afectadas por la grave pérdida de hábitat y más por la presión de la cacería furtiva en los ambientes que habitan (figura 3); por ello, es importante tener información de la ecología del comportamiento de las especies, además de otros parámetros, como las huellas, observaciones directas y uso del hábitat, entre otros, con el fin de obtener más sustento y establecer las Unidades de Manejo para la Conservación de Vida Silvestre (UMA).6
     Todos estos indicadores tienen gran importancia, aunque, recientemente, se publicó que las letrinas de conejos como centros de información olfativa aportan datos sobre la alteración que causa el comportamiento humano en las poblaciones de animales y cómo éste tiene implicaciones para la conservación de las poblaciones de conejos. Además, se explica, a lo largo de un gradiente rural a urbano, que las poblaciones de conejos en ambientes rurales pierden cada vez más hábitat, mientras en las zonas urbanas tienen mayor tasa de mortalidad, a consecuencia de alta competencia intraespecífica; en cambio, los hábitats suburbanos son estructuralmente heterogéneos y de baja competencia.7
     Datos de nuestros tesistas de doctorado indican que seis meses después de un incendio de origen antrópico, en zona de malpaís, en el valle de Perote, Veracruz, la liebre Lepus callotis y el conejo Sylvilagus floridanus establecen nuevamente letrinas en este tipo de ambiente perturbado por el incendio, aunque el tamaño de éstas es muy heterogéneo y hay menos excretas. Tal conducta refleja parte de la capacidad de tales especies para usar nuevamente su hábitat de forma relativamente lenta; por otro lado, el tamaño y ubicación de las letrinas favorece las redes de quimio-percepción entre individuos; todo aunado a la recuperación del hábitat, debida al aporte de nutrientes y dispersión de semillas.8 Por eso sería muy interesante probar si las marcas olfativas en las letrinas pueden, a su vez, constituirse en un indicador a larga distancia para atraer a liebres y conejos y así establecer nuevas letrinas.
     Por otro lado, nuestro equipo registró que nuevos rebrotes (cladodios) del nopal Opuntia huajuapensis, así como de pastos nativos, están siendo consumidos por liebres y conejos, condición que está favoreciendo, de nuevo, la presencia de la población al hábitat por estos lagomorfos, que vuelven a utilizar tales sitios y forman letrinas, después de seis meses de ocurrido un incendio.

 

La mezcla de cada individuo en la composición de olores de sus excretas es un tipo de código olfativo de reconocimiento entre individuos, poblaciones y comunidades de distintas especies animales. Así que retomamos un pasaje de la historia de la película El perfume, en el que el maestro Baldini explica a su alumno Grenouille: “todos los perfumes son armonías de fragancias individuales”. Por lo que, si usamos esto como una condicionante muy específica, tendríamos que la quimio-percepción de esa armonía depende de millones de receptores olfativos en la nariz de cada especie, lo cual representa la llave para reconocer una fragancia específica entre miles. Condición que deriva en cambios fisiológicos y despliegues de conductas que, a su vez, se relacionan con la supervivencia y reproducción de cada individuo, así como de toda una comunidad en su ambiente.

José Luis González Gálvez

Estudia el doctorado en Ecología Tropical, en la Universidad Veracruzana. Sus líneas de investigación versan sobre el uso de hábitat y comportamiento de los lagomorfos en ambientes semiáridos y su relación con el efecto de los incendios. Estudia, además, ecología funcional de las especies vegetales en ambientes perturbados.
C. e.: galvezj@gmail.com

Jaqueline Campos-Jiménez

Es Doctora en Neuroetología y sus líneas de investigación versan sobre interacciones planta-animal, en el Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana. Estudia el comportamiento de visitantes florales en ambientes antropizados, así como la conducta y dispersión de semillas por lagomorfos.
C. e.: kelly_cj@hotmail.com

Dr. Jorge López-Portillo

Es miembro del SNI nivel II y labora en el Inecol. Sus líneas de investigación versan sobre ecología funcional e interacciones de especies. Estudia la ecofisiología de especies de manglar y ambientes inmudables y de zonas áridas, desde una perspectiva de estrés ambiental. C. e.: jorge.lopez.portillo@inecol.mx

Dr. María del Socorro Herrera Meza

Es miembro del SNI (C) y labora en el Instituto de Investigaciones Psicológicas en la Universidad Veracruzana. Sus líneas de investigación se relacionan con la conducta alimentaria en modelos murinos y humanos. Estudia la composición de los ácidos grasos en semillas de plantas nativas de México y su efecto nutricio.
C. e.: soherrera@uv.mx

Dra. Grecia Herrera Meza

Es miembro del SNI (C) y posdoctorante del Instituto Tecnológico de Veracruz. Realiza estudios de biología de la conducta en distintas especies, neuropsicología y de las emociones en individuos que cursan distintos niveles escolares y, de forma paralela estudia el efecto de ácidos grasos en padecimientos neurodegenerativos en modelos murinos. C. e.: greehem@gmail.com

Dr. Armando Jesús Martínez

Es miembro del SNI (I) e investigador del Instituto de Neuroetología y Centro de Investigaciones Biomédicas, Universidad Veracruzana. Su línea de investigación versa sobre aplicaciones bioestadísticas en distintos entornos biológicos, además de Ecología funcional, interacciones intra e interespecíficas y ecología del comportamiento, así como neuropsicología. C. e.: armartinez@uv.mx

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