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JULIO DE 2006
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Victoriano Garza Almanza

LOS CIENTÍFICOS DEBEN ESCRIBIR

Publicar o morir

Esta costumbre obedece a una regla no escrita, de origen desconocido que ni Eugene Garfield, fundador y director del Institute for Scientific Information, ha podido trazar, y que la comunidad científica internacional sigue, aunque enuncia escuetamente: publica o perece. Tan breve sentencia ha marcado el desarrollo de la ciencia mundial comprometiendo a los científicos a exponer su trabajo ante sus pares. Así, la obra bien o mal hecha, queda a la vista de todos y lo que se publica se somete a escrutinio, eso es lo que marca a sus autores; en cambio, la investigación no publicada es como si nunca se hubiera hecho, sus realizadores no existen ante la comunidad.

Los científicos tienen que escribir; sin embargo, a diferencia de los literatos, historiadores y otros humanistas, sus habilidades no demandan la misma agudeza y finura, pues las características estructurales de los artículos científicos son sencillas; la prioridad es el contenido. A pesar de eso, el científico no puede dejar de cumplir con las mínimas reglas gramaticales y de estilo, y si su redacción es pésima, los trabajos que envíe a publicación se atorarán entre los revisores y hasta podrán ser rechazados, sin importar la originalidad del trabajo. Esto le acarreará al investigador pérdida de tiempo y de oportunidades de desarrollo.

Los métodos empleados por los científicos para dar a conocer su trabajo pueden ser informales, como intercambiar de forma estrecha ideas y experiencias con un colega cercano; o formales, en el marco de un riguroso protocolo como puede ser un congreso internacional (cuadro 2). Además, las vías de comunicación para divulgar su mensaje pueden ser tradicionales o modernas.

Los tipos de escritos, el modo de comunicación y las vías para la difusión de la información aportan al científico una amplia libertad de movimiento para exteriorizar sus ideas y el producto de su trabajo. Y aunque la escritura de artículos especializados es la prioridad del científico, esto no le impide usar otras formas de comunicación y acercarse a audiencias de otras disciplinas o al público en general.

En realidad, la escritura es una parte del trabajo que día a día realiza el científico, aunque éste apenas lo advierta, pues se hace hábito. Desde un acrónimo hasta un dibujo o una frase que engloba la raíz de una idea, le dicen algo a su autor. Esas simples líneas forman parte de lo que más tarde podrá ser un discurso o proyecto, y tanto las breves líneas disparadoras de ideas como el esbozo de un plan de investigación se registran por escrito.

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