
La certificación es la garantía con la que cuenta el consumidor, donde se encuentre, de llevar a su mesa productos —ya sea fruta, hortalizas, miel, carne o café— que realmente hayan demostrado el cumplimiento de las normas prestablecidas en forma cabal (100%), ante un tercero facultado para validar la producción en campo. No obstante, el servicio de certificación ofrecido por empresas especializadas incrementa de forma importante el precio del producto en el mercado. Ahora bien, cuando el mercadeo ocurre en un país económicamente poderoso, no representa problema alguno, pero en otro que es deprimido en su economía, seguramente, la certificación hará que estos productos resulten inalcanzables para la mayoría.
Pero ¿sólo los consumidores de países altamente desarrollados tienen derecho a consumir productos certificados, ambientalmente amigables y socialmente justos? Pensamos que no necesariamente. Hoy día se sabe que en México se ha incrementado la compra de productos orgánicos a un ritmo de 10% anual,2 lo cual nos genera algunas interrogantes: ¿quiénes compran los productos orgánicos en México?, ¿sólo los sectores económicamente solventes pueden acceder a ellos, o puede hacerlo toda la población...?
Lo cierto es que no lo sabemos con exactitud, pero intuimos que, en un país como el nuestro, cuyo 55.3% de población vive en condición de pobreza —según datos de la Coneval, publicados en 2014—,3 no es la mayoría de los mexicanos la que compra productos orgánicos en los supermercados.
Partiendo de lo anterior, consideramos prioritario fortalecer la producción, sin afectar el ambiente, además de activar el consumo de productos orgánicos en el mercado local, buscando ofrecer precios accesibles a los compradores y justos para los productores; además de garantizar al consumidor el cumplimiento de los principios de salud, ecología, equidad y precaución establecidos por las normas internacionales de la producción orgánica.