La roya (
Hemileia vastatrix) es un hongo microscópico que vive sólo a expensas de hojas vivas de plantas de café que, al ser infectadas, presentan pústulas anaranjadas relativamente esféricas, las cuales van creciendo conforme prospera la enfermedad. Tales pústulas contienen miles de esporas que, como semillas, son el medio para propagarse. Cada espora germina en el envés de la hoja y, tras desplegar un tubo germinativo, ingresa al tejido foliar por un estoma, para luego producir masas de hifas o micelio —que es su cuerpo vegetativo—, por medio del cual penetra en las células vegetales para alimentarse y, eventualmente, salir de la hoja para producir nuevas esporas y así completar uno de varios ciclos en un año. En consecuencia, las hojas muy afectadas se caen, reduciendo la fotosíntesis y la producción de frutos en la cosecha siguiente. Si el ataque más fuerte de la roya coincide con la formación de los frutos, éstos no maduran; incluso, las plantas seriamente defoliadas o sus ramas, pueden morir.
Aun antes de llegar la roya a México sonaban las alarmas de su potencial destructivo. Como ejemplo se contaba la catástrofe provocada por esta enfermedad durante el siglo XIX, en la isla de Ceylán, hoy Sri Lanka (entonces, una colonia inglesa), donde las pérdidas provocaron el reemplazo del cultivo de café por el de té; decisión que daría origen a la costumbre británica de
la hora del té.
Los esfuerzos mundiales para enfrentar la roya se concentraron, principalmente, en la resistencia genética del café y los fungicidas. El camino de la resistencia fue abierto por el híbrido de Timor: un cruce natural entre las variedades de café arábica (
Coffea arabica) y robusta (
Coffea canephora), el cual confirió tolerancia a la planta resultante ante la roya. A partir de ese punto, se han efectuado cruzas y seleccionado cafetos de alto rendimiento, buscando buena calidad en la taza y resistencia de la planta a la enfermedad, como los “catimores”, un cruce de la variedad Caturra con el híbrido de Timor. México hizo lo propio y, en 1995, liberó la variedad “Oro azteca”.
5 En cuanto a los fungicidas, podemos decir que los primeros fueron de contacto, como el caldo bordelés y el oxicloruro de cobre, llamados así porque son efectivos sólo al ponerse en contacto con las esporas, por lo que se utilizan de manera preventiva. Después, vinieron los fungicidas sistémicos, es decir, aquellos que penetran la pared vegetal y matan al patógeno en las hojas enfermas, como triazoles y estrobilurinas.
A pesar de estos desarrollos tecnológicos, México no se encontraba preparado para confrontar la roya, como quedó demostrado con el
brote atípico6 que se presentó en 2012, causante de pérdidas estimadas entre 30 y 50% de la cosecha, tan sólo en el sureste de Chiapas, principal productor.
Para muchos, el brote atípico fue una desagradable sorpresa, pues nada igual se había presentado en 31 años de convivencia con la roya, pero, para otros fue la crónica de una devastación anunciada. En efecto, como suele suceder, la angustia con la cual se aguardaba el impacto de la roya sobre las cosechas se fue apagando, pues al paso del tiempo, los daños no correspondieron a las expectativas. Así, de la aprensión inicial, el sector cafetalero pasó a la despreocupación generalizada y, con ello, se zanjó el camino hacia la catástrofe. Curiosamente, parte de la solución estaba en la siembra de Oro azteca,
5 pero, el sector productivo despreció esta variedad tolerante y, en cambio —por paradógico que parezca— apostó por las variedades susceptibles, condenando a aquélla a dormir el sueño de los justos.