El racismo en broma,
un tema muy serio


El racismo en broma,
un tema muy serio
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Todos los días leemos, escuchamos o hablamos del concepto racismo para definir múltiples discursos y conductas que evidencian la existencia de fuertes discriminaciones y exclusiones entre personas y grupos. El uso cotidiano de un término implica la existencia de un vínculo entre él y las cosas o situaciones que nombra, indica una definición socialmente construida del término, porque hay realidades vinculadas a él. El señalamiento constante del fenómeno deja ver las dimensiones que ha alcanzado, las múltiples formas que ha tomado y los distintos canales por los cuales se transmite; sobre todo, nos da cuenta de las relaciones jerarquizadas presentes al interior y entre distintos grupos sociales.
     Uno de estos canales es la broma, entendida como una expresión humorística derivada de un  juego de palabras, como la magnificación de un error o el énfasis en una incoherencia en la forma de relacionar dos o más ideas o situaciones. Específicamente, se hace hincapié en el tono chusco a través del cual profesores y estudiantes universitarios participan en procesos básicos de interacción establecida en sus encuentros cotidianos en el aula.

Durante los años 2010, 2016 y 2017, realicé observaciones en las aulas, a lo largo de las clases y en otros espacios institucionales, con la finalidad de registrar diversos momentos de la vida cotidiana institucional y las interacciones surgidas de ellos. Realicé estas actividades en dos universidades públicas ubicadas en el suroeste del estado de Hidalgo, México. En ambas encontré formas de interacción que, en tono de broma, surgieron de forma reiterada, en distintos momentos, tanto entre estudiantes como entre éstos y sus docentes. Los intercambios a través de la broma, durante las interacciones cara a cara, resultaron ser un elemento de interés, dada su frecuencia y contenido. Aquí muestro algunos ejemplos de los mencionados intercambios:

  • Después de varias preguntas que sus estudiantes no contestaban o demoraban la respuesta, un profesor les preguntó: “¿Dónde es latitud cero?” Dejó un breve silencio antes de hacer nuevas preguntas al margen de la anterior. “¿Fueron a la prepa? ¿A dónde los llevaron a tomar clase?” “Mmm, al cerro”, respondió una alumna, lo que provocó risas.
  • Una profesora preguntó a sus estudiantes sobre los estilos de vida presentes en el ejercicio de la enfermería y, para provocar respuestas insistió: “¿Qué encontramos en los espacios de la enfermera?” Pero, valiéndose del tono chusco, ella misma proporcionó una respuesta: “El catálogo de Avón, el desayuno”. Inmediatamente surgieron las risas, lo que reforzó el estilo del discurso de la maestra que continuó haciendo comentarios en broma.

Intentando que participaran todos los asistentes en su clase, un profesor expresó: “A ver, allá atrás, contesten. No muerdan el rebozo. A ver, las del rebozo, contesten”.
     Estas expresiones destacan en las relaciones sociales más cotidianas y permiten ver algunas de sus características y los procesos que siguen como microinteracciones:

  1. Reciprocidad, entre quien dice la broma y quienes la reciben, porque se inicia un proceso de intercambios verbales o actitudinales en ambas direcciones entre estudiantes y docentes. 
  2. Normalización, porque hay continuidad entre lo que dicen los docentes y aquello que afirman los estudiantes, quienes asimilan y construyen un orden de interacción en torno de ella. 
  3. Una relación entre lo explícito y lo implícito en las expresiones, entre lo que literalmente dicen los profesores y lo que sobreentienden los estudiantes. Este entendimiento les permite reiterar los comentarios de sus maestros. En el centro de estos procesos, la sonrisa y la risa dan forma al núcleo de la interacción.

     Entre reír y no reír por las bromas surgidas de la parte que ostenta la autoridad —con frecuencia una varita mágica—, verán que las cosas más frívolas se vuelven grandilocuentes, dice Bergson.1 En cambio, continúa el autor, desimpresiónense, asistan a la vida como espectadores indiferentes y tendrán muchos dramas trocados en comedia. Se opta por reír; quien no ríe se margina de la interacción. En un espacio tan acotado como es el aula, pero cargado de espontaneidad y rapidez con la que ocurren las interacciones, la consecuencia del no reír es una autoexclusión momentánea; lo que pudiera no parecer relevante, más allá de tal exclusión, corre el riesgo de caer en la antipatía; de modo que el mensaje es: interésense por un momento en todo cuanto se dice y se hace; obren mentalmente conectados con quienes practican la acción; sientan con los que sienten; “den su simpatía y actúen como si se agitasen”.
     Pero reír implica reproducir la expresión y hacerla agradable. “[…] la risa necesita un eco…, es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente…”.1 Quien construye la broma no suele ser consciente del racismo que promueve. Pretende hacer reír, pero también estereotipa, denigra, discrimina. Es una expresión que implica humillación o desaprobación sobre unos y/o enaltecimiento de otros. Es la confrontación de situaciones, características o individuos en las que unos quedan señalados por otros. Con la acción de embromar, la devaluación grotesca del destinatario queda como un acto de descalificación social y de exclusión del grupo.2
    El papel que toca desempeñar al destinatario de la broma es complejo, porque se le constriñe a dar una respuesta instantánea, aunque no necesariamente sea consciente de ella. Si ríe, se introduce como parte del juego y su risa lo hace parte de la broma; pues tácitamente acepta su papel, que a su vez lo legitima para reproducirla. Si no ríe, se asume como un observador de sí mismo, un papel reflexivo, pero pasivo y, a los ojos de los demás, inerte. Lo cómico neutraliza reacciones, en el menor de los casos, y las reproduce, en el mayor. Es un daño suavizado; es decir, un perjuicio proclive a su naturalización. Esta falta de conciencia sobre el racismo no quita responsabilidad a quien lo promueve e, incluso, lo niega.
     “En 1986, dos psicólogos sociales, Samuel L. Gaertner y John F. Dovidio, acuñaron el término ´racismo aversivo´ para definir el racismo de quienes no se consideran racistas. De aquellos que comienzan sus frases con un ‘yo no soy racista, pero...’ o de quienes hacen bromas racistas como si no tuvieran consecuencias.”3
     Además de los ejemplos específicos que ocurren en un espacio escolar, existe una gran cantidad de referencias al racismo en broma que circulan en medios electrónicos y redes sociales todos los días. Aquí hay un ejemplo de lo que Megan Strom publicó en un diario estadounidense:4
     Los comediantes que aparecen en la televisión también hablan mal el español, no para comunicarse con un público hispanohablante, sino para burlarse de los latinos. Hacen esto también para reforzar los estereotipos negativos hacia los latinos con frases como:

“5 de mayo mañana No work-o!” 
Obviamente “work-o” no es la palabra para “trabajo” (empleo). Si los comediantes quisieran comunicar un interés en la cultura e identidad latina, fácilmente podrían buscar la palabra para “work” en español. Por eso, es claro que su mal uso del español es a propósito, y sirve para menospreciar la complejidad del español (párrafo 6).
     Entonces, la próxima vez que alguien le dice “No más break-o” en vez de “se acabó el descanso”, ¿qué va a hacer? ¿Se va a reír o hará algún comentario para informar a esa persona que está haciendo algo ofensivo? 8).

     Se hace hincapié en la seriedad de la broma racista en el sentido de que el poder de lo cómico queda indubitable frente a las escasas posibilidades de imponerse a él y a su reproducción. El racismo no es una broma, pero se hace pasar como tal, porque es una manera de introducirse en una dimensión que permite evadir verlo como tal. Además, impide la apertura de pautas para inhibir o rechazar las expresiones y sus consecuencias. ¿Quién puede responsabilizar a otro de hacer una broma?; menos aún, tratándose de alguien que ostenta determinada superioridad. El hecho de que la expresión chusca surja de un docente o se exprese en un aula resulta una agravante, dados los objetivos de educación en ciudadanía y respeto a la diversidad social que deben reforzarse en las instituciones educativas.
     En otro ejemplo difundido en una nota periodística electrónica, Alexis Torreblanca5 da cuenta de una expresión racista protegida por un tono que pretende ser chusco:

El pasado 27 de febrero, un jocoso Checho Hirane hizo público un racista comentario sobre el posible “cambio que podía vivir la raza chilena” a causa de la inmigración en nuestro país. Este lamentable comentario, junto con otros miles en las redes sociales chilenas, nos revelan nuestro lado más racista como sociedad, el que hoy recién se muestra, pero que tiene un origen mucho anterior y más profundo: nuestra educación (párrafo 1).

     El discurso racista no se disfraza de broma, se presenta como tal y toma una forma real de broma, porque este estilo no sólo lo eufemiza, sino lo convierte en discurso que se acepta, se asimila y se reproduce. El hecho de que los señalamientos negativos sobre las diferencias aparezcan suavizados no implica que un acto no sea discriminatorio. Estas formas de interacción en las cuales se utilizan señalamientos negativos suavizados sobre la(s) diferencia(s) son profundamente discriminatorias, porque aluden a rasgos de origen, rasgos heredados o culturales, o tocan aspectos esenciales de la condición humana. El hecho de que sean expresiones suavizadas es agravante, en tanto minimizan, ocultan o toleran los efectos negativos emergidos de todo tipo de discriminación. “[…] un efecto esencial de las bromas: la humillación o ridiculización de la víctima…”.3 
     Es necesario comprender que el racismo no sólo es un término para nombrar determinados fenómenos; es una relación en la que unos se asumen con poder para imponer determinados actos o expresiones de denigración hacia cualquier aspecto de la condición humana de aquellos a quienes se considera diferentes. Además de conocer los diversos tipos de racismos, es necesario también buscar la comprensión profunda de estas relaciones y cómo, a través de mecanismos muy tolerables como la broma, se estructuran en la base social de la convivencia: las interacciones cotidianas

Ma. Ángeles Gómez Gallegos

Es maestra en Educación, con especialidad en Cognición en los Procesos Enseñanza-Aprendizaje, por la Universidad Virtual del ITESM. Doctora en ciencias con especialidad en Investigaciones Educativas (DIE-Cinvestav-IPN). Ha sido profesora de tiempo completo y por asignatura en la Universidad Tecnológica Tula-Tepeji. Participó como coautora y coordinadora del Programa de Apoyo a Estudiantes Indígenas en la Universidad Tecnológica Tula-Tepeji. Ha sido tutora en línea en el Módulo de Investigación de la Maestría en Comunicación y Tecnologías Educativas del CECTE-Ilce. Es miembro del subgrupo Educación, Interculturalidad y Racismo de la Red Integra.

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