Este año hará cuarenta, que tres seres humanos observaron directamente y por primera vez en la historia, el lado –para nosotros– oculto de la Luna.
Era el 24 de diciembre de 1968 cuando los astronautas Borman, Anders y Lovell, sentados en la cabina de la astronave llamada Módulo de Comando y Servicio (CSM), primera astronave tripulada, contemplaban a corta distancia aquella cara oculta de la Luna, más plagada de cráteres de impacto que la que siempre mira hacia la Tierra, cara por todos nosotros vista y conocida.
Y aquí, millones de espectadores seguíamos por televisión cada momento de la casi increíble hazaña, fascinados ante el pensamiento de que aquellos tres astronautas se hallaban girando en torno de la Luna, en el viaje más largo jamás emprendido, a casi 400 mil kilómetros de nuestro planeta. Era la misión Apollo VIII, precursora de las IX, X y XI, en la que Armstrong y Aldrin, el 20 de julio del año siguiente, dejarían sus huellas sobre la superficie selenita.
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