De Santos, monstruos y otras criaturas sin cabeza


De Santos, monstruos y otras criaturas sin cabeza
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El cine es un espejo de la realidad. A veces la falsea, la exagera o juega con ella, pero siempre revela lo que somos, lo que fuimos, y se asoma al futuro para proyectar, quizá, lo que seremos. Es una industria mágica. La ficción —ese coqueteo entre lo real/irreal— es su componente más cercano para lograr su propósito: contar una historia. A lo largo de más de 100 años de existir como industria, fundamentalmente, del entretenimiento, el cine nos ha acompañado con miles y miles de historias a través de las que hemos reído o llorado. Los temas han sido variados, desde los tradicionales géneros como el drama, la comedia o el suspenso, hasta argumentos basados en hallazgos científicos o tecnológicos, pasando por la fantasía y la llamada ciencia ficción,  que no es otra cosa que la utilización de temas científicos para construir o recrear una historia de a mentiritas.

El cine tiene ese encanto; puede contar cualquier historia. Sobre estos temas existe una vasta cinematografía a lo largo del orbe que ha dado cuenta de cómo son vistas la ciencia y la tecnología por el cine: cuál es el discurso o historia que nos presenta la pantalla; las maneras son variadas. Desde la vida de un científico memorable a manera de biografía o biopic, pasando por los beneficios o errores de la ciencia y sus actores —los científicos y las comunidades dedicadas a este menester—, hasta la edificación de mundos paralelos en la ciencia ficción

Dos monjes

Si volteamos la mirada al cine de manufactura nacional —nuestro cine—, ¿encontraremos representaciones o argumentos relacionados con la ciencia y la tecnología?; ¿posee nuestra industria fílmica referentes que puedan dar cuenta de cómo se mira o se ha mirado la ciencia desde las películas? Con base en una revisión (breve) de la filmografía nacional, se dará respuesta a lo anterior, afianzando criterios sobre lo que se dice de la ciencia desde la óptica del cine. 


     A diferencia de otras cinematografías, la ficción cinematográfica mexicana se ocupó más del fortalecimiento de la identidad nacional, vía la representación de la vida campirana y las costumbres —la mexicanidad o identidad nacional—, que de la representación de la ciencia o la inventiva, sus beneficios o perjuicios, es decir, los temas científicos o asuntos relacionados. Sin embargo, en lo que llamaríamos la protohistoria u orígenes del cine nacional de ficción, específicamente entre 1934 y 1936, se filma las primeras cintas mexicanas con representaciones de la ciencia. Se trata de Dos monjes, El Fantasma del convento, (Bustillo, J. y De Fuentes, F., 1934) y, la más conocida: El baúl macabro (Zacarías, M., 1936).
     En todas estas cintas, el cine nacional abonó a la construcción del estereotipo o molde del científico sobre el que se erigirían otros cientos de modelos ci-mentados, básicamente, a partir de la vestimenta propia de quienes son considerados como científicos: personas de bata blanca asociadas a escenarios propios de su actividad, como son laboratorios y hospitales. Los objetos relacionados con estas tareas o aquellas que ambientan el escenario son materiales y objetos de tipo farmacéutico, como matraces, pipetas, mecheros y todo el instrumental propio de sus actividades. 

La comedia ha sido uno de los sólidos pilares sobre los que se ha construido el edificio del cine nacional. Bajo un esquema de entretenimiento y evasión, el cine mexicano explotó la carcajada y el gag,* el enredo y el malentendido, hasta la conformación de personalidades como el peladito cantinflesco o el pachuco, al estilo de Germán Valdés Tin-Tan.
     La comedia mexicana ha sido el único género cinematográfico que ha logrado camuflarse o fundirse con otros géneros hasta lograr películas únicas en la cinematografía mundial. Dentro del melodrama —desde el cine de luchadores y hasta en el drama urbano—, la comedia ha sobrevivido como disipador del conflicto o para volver familiares y hasta normales los problemas de marginación y pobreza. Es precisamente por esta posibilidad del género, de burlarse y de reírse de las situaciones más serias, que la comedia pudo incluir en sus historias, representaciones del rol del científico. 
     Cabe señalar que la fusión de géneros es una característica del cine mexicano de ficción, sobre todo en temáticas y argumentos que pudieran significar un discurso denso o incomprensible para un público que acudía al cine a soñar. La burla, la sátira y la carcajada hacían ver asuntos del contexto sociohistórico; ejemplo: considerar la carrera espacial iniciada por Estados Unidos a fines de los sesentas, como un asunto simple, cercano, que podía entenderse desde una película. Los viajes interplanetarios de Capulina y la llegada de marcianos al rancho de Piporro dejaban ver el nacimiento de la era espacial que, para México, era todavía un sueño que sólo el celuloide podía representar.
     Algunos ejemplos: El Supersabio (Delgado, M., 1947), Los platillos voladores, (Soler, J., 1955), Viaje a la luna, (Cortés, F., 1959), Los astronautas (Zacarías, M., 1964).

Emilio “El Indio” Fernández.

Junto con la comedia, el melodrama ha sido uno de los géneros más recurrentes en la cinematografía nacional. La ciencia representada en estas ficciones se ofrecía encarnada en médicos, profesores e ingenieros, entre otros. Este cine, considerado melodramático, a diferencia del dramático, ofreció a los espectadores mensajes esperanzadores que alentaban y enseñaban modos de vida dignificados; mostraba la decadencia humana, victimada por la fatalidad de las acciones morales a través de un discurso severo y dignificante, con una moraleja o pena moral evidenciada. 
     En estas ficciones, la ciencia adquiere la forma de conocimiento al servicio del hombre para la resolución de sus problemas, mediante la profesionalización de la actividad del protagonista, ya sea en melodrama urbano (Médico de guardia, Fernández, A., 1950) o combinado con la comedia en El señor doctor (Delgado, M., 1965), pasando por las dignificantes sesiones de aula encarnadas por la maestra rural Rosaura Salazar (María Félix) en Río Escondido (Fernández, E., 1948) o el profesor Cipriano (José E. Moreno) en Simitrio (Gómez-Muriel, E. 1960), penetrando por los mundos psiquiátricos de María de mi corazón (Hermosillo, J., 1979) y El infierno de todos tan temido (Olhovich, S., 1981), hasta llegar a la fresca y desenfadada Sólo con tu pareja (Cuarón, A., 1991), sobre el supuesto contagio de sida de Tomás, Tomás (Daniel Giménez Cacho).
     Más ejemplos: Río escondido (Fernández, E., 1948), Médico de guardia (Bustamante, A. 1950), Simitrio (Gómez-Muriel, E., 1960), El Premio Nobel del amor (Baledón, R. 1973). 

Trasladada la arena de boxeo al celuloide, los cineastas explotaron por más de 20 años el fervor del público por el cuadrilátero, construyendo historias en torno a las hazañas de los luchadores, elevados por el cine mexicano al nivel de héroes. De esta camada de figuras del ring, la más emblemática es, sin duda, la de Santo, el enmascarado de plata. En el cine realizado por El Santo y otros luchadores de la época: Blue Demon, Mil Máscaras, Huracán Ramírez, etc., las luchas en el ring, o entre villanos y héroes, ocupan buena parte del metraje de las cintas. Es en el género de lucha libre en el que conviven monstruos y seres alienígenos; los tradicionales: Drácula, Frankenstein y el Hombre lobo coexisten con las momias de Guanajuato y la Momia azteca. Los filmes del luchador enmascarado invitan a imaginar, a suponer otros mundos que, bajo la pujante hegemonía de Hollywood, se antojaban más cercanos, más mexicanos, más vívidos a través de las hazañas de un héroe local. 

     El mítico Santo filmó más de 50 películas. Muchas fueron rodadas en varios países de Latinoamérica, en la cumbre de su popularidad. En buena parte de ellas aparece la figura estereotipada del científico, los laboratorios “de foquitos intermitentes, alambrotes y todo tipo de palancas forradas de papel metálico o  maquinarias absurdamente complicadas para solucionar problemas domésticos”* y que reiteran, reciclan y reproducen temas relacionados con los trasplantes de cerebro, la creación de robots con apariencia humana para el control y sometimiento de la humanidad. En la ficción fílmica nacional de aquellos años, la ciencia es representada a través de la reelaboración o reciclaje de temas tratados en el cine estadounidense, pero con limitaciones tecnológicas y, por supuesto, económicas. Sólo contadas y singulares excepciones, como algunas cintas de El Santo, se han convertido en filmes de culto, principalmente, en el extranjero. Algunos ejemplos: Santo vs. el cerebro del mal (Rodríguez, J., 1958), Santo contra el cerebro diabólico (Curiel, F. 1961), Santo en el Museo de Cera (Corona-Blake, 1962), Santo contra la invasión de los marcianos (Crevenna, A. 1967).

La revisión de filmes mexicanos de ficción con representaciones de la ciencia confirma que el cine, a través de sus productos, ha alimentado a la sociedad a lo largo del tiempo con imágenes estereotipadas sobre la ciencia y sus actores, de las que las audiencias se nutren para construir criterios y apreciaciones y, en mayor o menor medida, hacer algo con ellas. Transformador y transformado por la sociedad, el cine y la actividad científica establecen una relación circular y dialéctica, en la que se refuerzan estereotipos y se readaptan a nuevas condiciones. 

     Dentro de la ficción, el cine construye e hibrida géneros, recurre a viejas fórmulas y adapta visiones sobre sí mismo a su contexto particular. Aunque es cierto que estos estereotipos no son enteramente creados por el cine, tampoco cabe duda de que la visión de la ciencia y la tecnología que tiene el hombre común y cotidiano no derivan, precisamente, de la educación formal ni de la lectura especializada. Derivan, en gran medida, de productos tan mágicos y ficticios como son las películas. La visibilidad de estas películas permitirá encontrar esas coyunturas entre ciencia y cine nacional que, sin duda, nos harán mirar de otra forma a personajes, situaciones y momentos que son parte del cine que nos identifica. 

  • Backzo, B. (1991). Los imaginarios sociales. Madrid, Nueva visión. 
  • Elena, A. (2002). Cine, ciencia e historia. De Méliès a 2001. Madrid, Alianza Editorial.
  • Fernández, A. (2004). Santo, el enmascarado de plata. Mito y realidad de un héroe mexicano moderno. México, El Colegio de Michoacán.
  • Gurpeghi, J, et al. (2002). Realidad, ciencia y ficción. Seminario de Invitación al cine. Zaragoza, Ediciones Tierra.
Joaquín Mateo Gutiérrez Sanguino

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Anáhuac-Mayab. Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Profesor-investigador asociado “B” de tiempo completo de la Dirección General de Estudios de Posgrado e Investigación de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC) y coordinador editorial de la revista de Divulgación de la Ciencia, Innovación y Humanidades ¡Explora! de la UAC.

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