¿Cómo se investiga sobre cine?
Del periodismo al documental, pasando por la academia


¿Cómo se investiga sobre cine?
Del periodismo al documental, pasando por la academia
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Probablemente se escribe más sobre cine que sobre literatura. Averiguarlo con certeza está fuera de mi alcance y, sin embargo, pienso que mi afirmación podría ser correcta, porque lo fílmico —principalmente, películas y series de ficción— es de interés más generalizado, mientras que el público literario es bastante reducido. El amplio cuerpo de textos que se ocupan del cine abarca un rango amplísimo, desde reportajes banales, pasando por la crítica y el ensayo más serios, hasta investigaciones académicas y filosóficas.
     Todo el mundo tiene acceso al trabajo periodístico, pero no al académico. ¿Qué está pasando allí? ¿Y qué ocurre concretamente en México?

Hace unos años me pidieron responder una pregunta similar, pero más amplia, lo que implica no sólo ver qué pasa en la escritura académica sobre cine, sino en toda la enseñanza superior dedicada a ello.* La interrogante no se puede resolver, naturalmente. Lo que sí se puede es apuntar hacia algunas situaciones concretas y eso intenté. Retomo y reviso las que había encontrado:

  1. En México llamamos “estudios cinematográficos” al estudio técnico-artístico del cine; a diferencia de lo que sucede en el mundo anglosajón, donde la categoría identifica un área académica. De hecho, allá hay una distinción muy marcada entre estudiar Film (o Filmmaking) y Film Studies. Esta indistinción, pienso ahora, deja ver uno de los problemas más grandes de la educación mexicana en el presente: el predominio de las carreras profesionalizantes sobre la tradición científica.
  2. La mayor parte de los textos periodísticos sobre cine apenas cumple con un carácter informativo mínimo, cuando logra pasar del chisme. Sin embargo, tenemos una tradición crítica muy importante desde los sesentas, que incluye tres cimas muy altas: Nuevo Cine (1961-1962), Octubre (1974-1980) e Intolerancia (1986-1990). Ahora, ¿por qué hablo de periodismo, cuando se supone que debería estar hablando de ciencia? Por dos razones. En primer lugar, porque el trabajo inicial de investigación reflexiva sobre el cine como producto terminado suele ser periodístico. En segundo lugar, porque el paradigma académico, base para la investigación fílmica (la predominancia del cine “artístico”, la idea del director como autor…), es resultado de una política promovida por la revista francesa Cahiers du cinéma, en la época de su formación; por suerte, el paradigma tiene muchos opositores, lo que es más común en la academia que en el periodismo.
         Y hay algo más importante: como pasa en muchas otras áreas de las ciencias sociales y las humanidades, en México hay plumas que van de la academia al periodismo y viceversa, de modo que ambas prácticas se influyen mutuamente.
  3. Lo curioso es que la mayor parte de los esfuerzos filosóficos y teóricos están en la prensa, quizá por la libertad que ofrecen los géneros del ensayo y la crítica. No ignoro que los periodistas muy a menudo reproducen marcos teóricos ajenos sin discusión u oposición, pero ése es también un problema generalizado en la academia. Ahora, lo específicamente académico en México es, por un lado, una riquísima tradición historiográfica (Aurelio de los Reyes, Emilio García Riera…) a la que se pliega la mayor parte de los investigadores —prácticamente no queda un solo rincón en nuestra filmografía que no haya sido abordado desde esta perspectiva— y, por otro, pero muy en segundo lugar, lo que en México suele llamarse “análisis cinematográfico” (Lauro Zavala y sus seguidores), es decir, los estudios descriptivos de películas realizados desde perspectivas semióticas, narrativas y estéticas, principalmente. Faltan, como queda claro, más teorización y pensamiento filosófico originales; trascender lo monográfico y lo descriptivo. También hacen falta más investigadores que logren salirse de la especificidad mexicana. Es como si nuestro deber fuera ocuparnos sólo de lo que ocurre en el país. Salir de los límites nacionales podría dar mayor vigor a la investigación académica. ¿Por qué no atrevernos, por ejemplo, a elaborar un sistema teórico ambicioso —y, por lo tanto, imposible— sobre la totalidad del fenómeno fílmico?
         Ahora yo soy profesor de asignatura y editor-escritor de lo que pienso es periodismo serio, basado en investigaciones, realizado con rigor académico y/o conceptual; en consecuencia, mi percepción sobre el fenómeno del que escribo está sesgada por mi experiencia concreta. Así que, para ampliar mis perspectivas, entrevisté a tres académicos que respeto y cuyo trabajo me parece muy relevante: Antonio Zirión (Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa), Ignacio Sánchez Prado (Universidad Washington - San Luis, Missouri) y Diego Zavala Scherer (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, campus Guadalajara).
         De este ejercicio, recibí algunas respuestas que corroboran lo que ya dije, por ejemplo, tanto Zavala Scherer como Sánchez Prado coincidieron, en sus respectivas entrevistas, con lo que yo mencioné en el punto tres. No tiene caso repetir. Mejor ampliemos las problemáticas, para tener un panorama más completo. Todos los argumentos que presento a continuación son fragmentos de las entrevistas que realicé para este artículo. Cuando lo consideré necesario, agregué comentarios propios.
  4. “La investigación en torno al cine, en términos generales, sufre de una plataforma precaria: se realiza en departamentos (Comunicación, Literatura, Antropología, etc.), donde no es prioritaria”, dice Sánchez Prado. Zirión afirma, en tal sentido, que “esto ha hecho que la investigación sobre cine se lleve a cabo de manera espontánea y libre o desde diferentes trincheras disciplinarias, lo cual, a veces puede dar buenos resultados, pero otras veces conlleva una falta de seriedad y rigor para abordar el mundo del cine. O bien, una dispersión de enfoques tal, que inhibe la formación de una escuela o una corriente” mexicana. También hacen falta posgrados del área. Tenemos, hasta donde sé, uno en el ITESO, uno en el CUEC y algunos estudiantes de otras áreas (por ejemplo, Historia del Arte) dedican sus investigaciones al fenómeno.
  5. Estamos desactualizados en nuestras referencias. Para Sánchez Prado esto se debe a que las, por él llamadas políticas de la traducción, tienen poco diálogo con los enfoques teóricos más contemporáneos. Agrega que “si bien hay gran mérito y esfuerzo en recientes traducciones de libros esenciales como [los de Robert] Stam y [André] Gaudreault, de lectura obligatoria, por otro lado hay 20 años de estudios cinematográficos inexistentes en español”. A mí me parece que el problema es mayor, ya que no termina en las traducciones; en cambio implica, por un lado, que si uno no sabe inglés y lee artículos en ese idioma nunca estará del todo actualizado en la academia y, por otro, que las facultades y departamentos de ciencias sociales y humanidades mexicanos tienden a establecer cánones excesivamente rígidos, en los cuales se da más valor a investigaciones, como a la filosofía, escritas en inglés, francés y alemán. Desde otro ángulo, vemos que también es muy difícil mantenerse actualizados, si el grueso de los enseñantes de los aspectos académicos del cine son profesores de asignatura, viven de alguna actividad ajena al - cine y, en muchos casos, no tienen acceso a motores de búsqueda académicos.
  6. Por otra parte, hay una renovación de temas y enfoques. Zavala Scherer apuntó que “el trabajo de archivo y documental era algo que estaba latente y ahora ha emergido con fuerza”. También que le parece muy relevante “el proceso de desmitificación de las épocas de oro que se está dando, así como el esfuerzo por vincular al cine con el museo y las artes plásticas en el cine expandido”. Esto último también comienza a pasar fuera de la academia, en el periodismo más reflexivo.

Sin embargo, el panorama no está completo cuando se habla meramente de la palabra escrita, periodística o académica. Hay trabajo investigativo propiamente fílmico; es decir, el cine de carácter documental, y está en un gran momento, desde hace unos años.

Diego Zavala

Ignacio Sánchez Prado

Antonio Zirión

Cuando uno hace un documental, se captura imágenes y sonidos cuyo objetivo es dar cuenta de un suceso o fenómeno en el que está inmerso. En más de un sentido, el material recopilado funciona como un diario de campo. El proceso de investigación/recopilación va acompañado, inevitablemente, del planteamiento de supuestos o hipótesis y de los primeros atisbos de una construcción argumental. Finalmente, el material se revisa y se edita (se discrimina) en función de los objetivos del proyecto. Como se ve, el proceso es similar, metodológicamente, a las investigaciones periodística y antropológica, independientemente de que sus resultados tiendan hacia relatos testimoniales (Presunto culpable, de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, es un ejemplo reconocido) o poéticos (Los herederos, de Eugenio Polgovsky, es un ejemplo). Pero más allá de que el trabajo de los documentalistas es propiamente investigativo, al menos durante una etapa del proceso de creación de una película, su relevancia está en las preguntas que hace a la tradición de la palabra escrita.
     Es necesario partir de la obviedad que significa mencionar que el discurso documental se construye con imágenes y sonidos, que pueden implicar la voz o no. Esta relación recuerda que, en lo fílmico, la voz se integra al orden icónico, el régimen argumental dominante en nuestros días. Quien trabaja con las posibilidades de la imagen lo hace con cantidades de información ingentes, inalcanzables, aun con la mejor descripción. Sus posibilidades argumentales son muy distintas, incluso cuando todavía hay una fuerte influencia de la narración lógica y estructurada.


     Sin embargo, hay casos en los que los discursos visuales están prescindiendo de la palabra (ver lo que hace el Laboratorio de Etnografía Sensorial de la Universidad de Harvard), llegando a relatos expresivos, informativos y profundos.
     A partir de este punto todo son preguntas, como en todos los ámbitos que implican la posibilidad de expresarse tanto con palabras como con imágenes. Y, si hay preguntas, todo es emocionante, porque hay dudas y, en consecuencia, líneas de investigación que se abren más allá de lo que siquiera alcanzamos a vislumbrar.

Abel Muñoz Hénonin

Es Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana y Maestro en Medios y Cultura por la Universidad de Ámsterdam. Codirige la revista Icónica, por ahora un proyecto en línea, que originalmente fundó y dirigió (2012-2015) para la Cineteca Nacional. Imparte clases en la Universidad Iberoamericana y en la Escuela Superior de Cine. Coordinó junto con Claudia Curiel de Icaza el díptico de libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (Cineteca Nacional, México, 2012) y Documental (Cineteca Nacional, México, 2014).

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