- Espinosa, Isidro Félix de, fray. Crónica de los colegios de Propaganda Fide de la Nueva España, México, Imprenta de la Viuda de
- J. B. De Hogal, 1746.
- Morfi, Juan Agustín, fray. Memorias para la Historia de la Provincia de Texas, II, 52. (Material inédito). Actualmente los autores del presente artículo se encuentran preparando la primera edición paleográfica y crítica de este texto auspiciada por la UNAM.
- Río, Ignacio del. “Autoritarismo y locura en el noroeste novohispano. Implicaciones políticas del enloquecimiento del visitador general José de Gálvez”, Estudios
- de Historia Novohispana, núm. 22, 2000,
- p. 111.

En 2018 se cumplen 300 años de la fundación de la ciudad de San Antonio, Texas. Allá, en Estados Unidos, creen muchas cosas sobre ese acontecimiento; pero ¿por qué diantres debiera importarnos cuándo celebra o deja de festejar una ciudad estadounidense el día del inicio de su historia? La respuesta a ello nos incumbe más de lo que imaginarían muchos lectores. Y es que aquella localidad, hoy gran ciudad de pintoresco aire mexicano, se estableció gracias a los increíbles, costosos y hasta dolorosos esfuerzos de virreyes, marqueses, soldados, frailes y súbditos venidos de muchos lados sólo para extender los dominios del rey español en aras de la castellanización y el cristianismo como únicas vías de civilización en el norte de América, por demás indómito, desconocido e, incluso, aterrador.

Jean Ranc, Felipe V, rey de España, 1723. Museo del Prado, Madrid.
Todo comenzó a finales del siglo XVII: rebeliones indígenas en Nuevo México, a principios de 1680, y las constantes incursiones de europeos enemigos de los españoles habían angustiado a las autoridades virreinales. A principios del siglo XVIII la tensión se agudizó con las incursiones de Robert Cavelier de La Salle (1643-1687) hasta el río Mississippi y las constantes informaciones que corrían hacia Inglaterra y Francia.2 España se sumió en su Guerra de Sucesión (1701-1713) entre Carlos Francisco de Habsburgo (1685-1740) y Phillipe d’Anjou (1683-1746) —la cual fue resuelta a favor de este último, acaso por ser nieto de Luis XIV (1630-1715)—.

“Águila mexicana”, 1757. Resguardo contra el olvido, en el breve compendio de la vida admirable, y virtudes heroycas del Illmo. Sr. Dr. D. Alonso de Cuevas Dávalos, México, Imprenta de los Herederos de la Viuda de D. Joseph Bernardo de Hogal, 1757.
Acá, sin embargo, el nuevo virrey, Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1710-1716), sentó las bases de la nueva administración borbónica. Cuando llegó su sucesor, Baltasar de Zúñiga y Guzmán (1716-1722),3 se emprendieron las primeras acciones para tratar de normalizar el septentrión. Una de ellas fue la continuación de los esfuerzos de los primeros españoles llegados al lugar que hoy ocupa la moderna ciudad de San Antonio, el 13 de junio de 1691. Posteriormente, en 1709, visitó el paraje fray Antonio de San Buenaventura y Olivares, quien lo encontró casi abandonado y en el total descuido: “Amenazando ruina” —como se decía en aquel tiempo—, por lo que pidió ayuda al virrey y éste autorizó la fundación de una misión, lo cual no pudo concretarse hasta 1716, cuando hizo las diligencias para atraer pobladores y “diseñar” el asentamiento de la mano de fray Antonio Margil de Jesús y fray Isidro Félix de Espinosa, quienes, acompañados de más frailes convocados de los Colegios de Propaganda Fide4 de Querétaro y Zacatecas, se lanzaron hacia el septentrión, aun cuando ello significaba no volver jamás.

Antonio de Menchaca, Mapa del Presidio de San Antonio Bexar i sus misiones de la Provinsia de Texas,
f[ec]ho en 24 del mes de marzo de 1764 por el capitán Luis Antonio de Menchaca que lo es de d[ic]ho presidio, 1764. Tinta sobre papel, 36.7 x 46.7 cm. John Carter Brown Map Collection.
Diferencias de opinión con el gobernador de Coahuila, Martín de Alarcón —designado en 1717 como tal—, dejaron en el desamparo a Olivares y a los otros, lo cual retrasó en mucho todas las gestiones. El marqués de San Miguel de Aguayo, hacia 1719, opinó que, si la misión de San Antonio de Valero debía poblarse, buena sería la aplicación del “impuesto de sangre”; es decir, “donar” gente para colonizar espacios en las lejanías del imperio español. Sin embargo, esto no se aplicó inmediatamente; había que hacer algo... Una carestía de agua en el puesto cercano de San José pareció una providencia. Fray Antonio de San Buenaventura, el encargado, se trasladó con sus pobladores para apoyar la misión de San Antonio de Valero, con el fin de reforzar el espíritu carismático franciscano y, de paso, hacer presencia frente al avance extranjero. Al respecto, en el primer libro de Actas resguardado por la Arquidiócesis de San Antonio, Texas, Estados Unidos, puede leerse dicho inicio:
“En el año del Señor de mil sete-cientos y dieciocho años, día primero de mayo, se mudó esta misión por la inopia de agua que tenía en el puesto de San Joseph al de San Antonio Valero, por orden del Excelentísimo Señor Marqués de Valero, Virrey de esta Nueva España, al cuidado del reverendo padre procurador fray Antonio de San Buenaventura y Olivares, y dio el sargento mayor don Martín de Alarcón, general de estas provincias del reino de las Nuevas Filipinas, la posesión de dicho puesto al pueblo compuesto por las naciones del margen y por ser así, lo firmé como ministro de dicha misión en dicho día, mes y año que se prosigue la administración de los sacramentos que van a la vuelta.”I

José Antonio de Alzate, Nuevo mapa geographico de la America septentrional, perteneciente al virreynato de Mexico, dedicado à los sabios miembros de la Academia real de las Ciencias de Paris… 1769. 54 x 68 cm. Grabado en papel y coloreado. París, Chez Dezauche géographique. John Carter Brown Map Collection.
¿Cuál es la indicación al respecto? Si hay una fecha que la Modernidad deba recordar como el inicio de las actividades civiles en plena forma, es el 1° de mayo de 1718. Los canarios (por provenir de las Islas Canarias), que llegaron 13 años después, encontraron una población modestísima, pero afianzada en la inmensidad que fray Antonio Margil de Jesús, quien fue misionero entre 1716 y 1719, comparó con “la nada misma”.II Estos isleños, al parecer, nunca fueron bien vistos. De hecho, las opiniones que de ellos se tenía eran menos que halagadoras. Fray Juan Agustín Morfi, casi medio siglo después, afirmaba que si bien la tierra era apropiada para fundar una gran metrópoli, San Antonio dejaba mucho qué desear y, como si no fuera suficiente la mala disposición de sus calles y el terrible descuido en que estaba, los canarios no ayudaban mucho, pues habían sido “condecorados con unos destinos a los que jamás pudieran aspirar, olvidaron el fin con que Su Majestad los hizo traer de las Islas Canarias y se hicieron caballeros; se desdeña el cultivo de las tierras que con su fertilidad están reprehendiendo su holgazanería, y no se avergüenzan de depender de los indios de las misiones”.III Es mejor, pues, mirar a otro lado.IV

Con el ascenso de Carlos III al trono las cosas comenzaron a cambiar radicalmente, pues emprendió reformas de gran calado que terminaron transformando el sistema de administración del imperio; no obstante, la Guerra de los Siete Años (1756-1763) había mostrado su gran debilidad. Encargó, desde mediados
de 1760, a don José de Gálvez (1729-1787) esa gran tarea.
Vino a Nueva España en calidad de visitador y permaneció aquí siete años, de julio de 1765 a junio de 1772, tiempo en el que fiscalizó la Real Hacienda, expulsó a los jesuitas y reordenó los territorios. Gálvez se comportó como un funcionario con autoridad prácticamente omnímoda, más incontrastable, incluso, que la del virrey, lo que fue propiciado, en parte, por el propio genio del visitador, muy imperativo e inquieto, y otra parte por el respaldo que, aun cuando se extralimitaba en sus funciones, en algunos casos, fue “dispensado” por los más influyentes personajes de la corte de Carlos III.V

Su importancia fue tal que sirvió como barrera de contención de los avances extranjeros deseosos de ganancias a costa de los españoles y novohispanos: franceses e ingleses, por el este; los indios rebeldes, por el centro-norte; los rusos, en silencio por los mares del oeste bajando desde Alaska hasta Baja California. Las maravillas expresadas en muchas obras de los siglos XVI y XVII nuevamente atraían el interés de las potencias europeas para hacer de América el teatro de guerra donde definirían su hegemonía continental en el viejo mundo.

Anton Rafael Mengs, Carlos III, ca. 1765. Óleo sobre lienzo, 151,8 x 110,3 cm. Museo del Prado, Madrid.
Si de algo deben sentirse orgullosos en San Antonio, es del inmenso legado cultural que heredaron, entre el que se cuenta tanto la lengua española —viva, muy fuerte aún— y las expresiones materiales sobrevivientes, como los restos de las antiguas misiones franciscanas en los alrededores de San Antonio. Pero aún más, quienes transitan por las calles de la antigua Ciudad de México, ante los palacios y templos que sobrevivieron a la reforma liberal del siglo XIX; aquellos que miran el descuidado templo de San Fernando, cerca de la Alameda; quienes visitan el Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, y los que admiran el portento en Guadalupe, Zacatecas, deben recordar que una ciudad famosa en los Estados Unidos fue resultado del incansable celo hispánico, virreinal y franciscano de otras ciudades novohispanas que enviaron lo mejor que tenían y todo cuanto hallaban en las reales cajas para llevar hasta los confines del mundo la huella de una civilización que no cesa. Ni cesará jamás.
Es doctora en historia, profesora e investigadora de la UNAM. SNI, nivel I. Entre sus intereses académicos destaca el rescate, edición y difusión de fuentes primarias para la historia novohispana. A lo largo de su trayectoria ha publicado libros y artículos relacionados con la tradición escritural del septentrión novohispano, siglo XVIII, y ha dictado cursos, diplomados y conferencias en México y el extranjero. En la actualidad pertenece al Seminario de Historia de Texas, siglos XVI-XVIII (UNAM, San Antonio), así como a la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII.
Es historiador y editor egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se ha especializado en temas de la Nueva España, con énfasis en la historia del septentrión durante las exploraciones en los siglos XVII y XVIII, así como las reformas borbónicas entre 1765 y 1786. Ha colaborado en publicaciones de diversa índole en distintas entidades académicas. Actualmente es miembro del Seminario de Historia de Texas, siglos XVI-XVIII (Estados Unidos de América) y de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII (España).