El laberinto
de la sustentabilidad


El laberinto
de la sustentabilidad
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“El hombre no tejió la trama de la vida… él es sólo un hilo;
lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo”

Jefe Seattle, de la tribu Suwamish, 1854

Desde los albores de la historia, el ser humano ha sobrevivido gracias a la naturaleza, obteniendo directamente del ambiente los recursos necesarios para su subsistencia. Como un animal social, las pequeñas tribus nómadas
de los primeros seres humanos obtenían su alimento a partir  de la recolección, cacería, o bien, sintiéndose oportunos “invitados” a la cena de algún otro depredador. Entonces, la relación de esta pequeña e incipiente especie de primate y la naturaleza conservaba un profundo y equitativo balance. Luego, todo cambió.

El desarrollo de la agricultura y la posterior ganadería permitió que pequeñas tribus nómadas se convirtieran paulatinamente en multitudinarias y complejas metrópolis. Las sociedades tribales fueron remplazadas por complicadas estructuras sociales (como los sistemas clasistas, la división del trabajo y la política). La economía se diversificó, la población creció; la humanidad se dio cuenta de su capacidad de alterar el paisaje y… aquel delicado y equitativo balance… se perdió.

Con la explosión demográfica, las comunidades modificaron los ecosistemas progresivamente para resolver su necesidad de proveerse todo tipo de servicios (agua, alimento, refugio, etc.). Esta sobreexplotación de recursos naturales se llevó a cabo en detrimento de procesos de los cuales depende el funcionamiento armónico de los ecosistemas, lo cual ha alterado los sistemas de regulación, propiciando cambios de clima, erosión, producción primaria y la mitigación de impactos ante eventos naturales extremos, desencadenado la receta ideal para el desastre; por ejemplo: la pérdida de la cubierta vegetal deja los suelos descubiertos, los cuales se erosionan con la lluvia o el viento. La erosión de los suelos libera gran cantidad de sedimentos hacia los ríos, y cuando éstos llegan al mar bloquean el paso de la luz en el agua. Sin luz, las bacterias del fitoplancton marino no pueden fotosintetizar y, por lo tanto, no pueden transformar el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera en carbohidratos (a esto se le llama producción primaria y es la base de las cadenas alimenticias, ya que de ella depende cerca de 90% de la vida en el planeta). Sin la luz tampoco pueden crecer los corales (que dependen de una asociación con bacterias fotosintéticas llamadas “zooxantelas”). Sin fotosíntesis, en primer lugar, toda la cadena alimenticia se cae, pues depende casi completamente de este proceso; en segundo lugar, el CO2 no puede ser capturado, por lo que sigue libre en la atmósfera contribuyendo al calentamiento global por efecto invernadero. Además, la pérdida de los corales desprotege la línea de costa, haciéndola especialmente vulnerable a eventos perturbadores como los huracanes y haciendo su recuperación más difícil. 
     En el escenario contrario, el arrastre de los suelos que tuvieron uso excesivo de fertilizantes agrícolas libera gran cantidad de materia orgánica (no sólo sedimento) sobre los ríos. Al llegar al mar, la producción primaria se intensifica bloqueando el paso de la luz por la proliferación de algas verdes, contribuyendo a la baja en la oxigenación del agua y, en consecuencia, matando todo a su paso. Este fenómeno se conoce como eutroficación: el agua “se pone verde” y esto puede ocurrir tanto en el mar como en cuerpos de agua dulce. En resumen, los efectos siguen siendo catastróficos.
     Lamentablemente, las secuelas de ello pueden manifestarse en sitios separados espacial y temporalmente e impactar a distintos grupos sociales de manera diferencial, y los grupos vulnerables son quienes sufren las peores consecuencias.
     Como ejemplo tangible, a lo largo de la historia y en todo el mundo, diversas civilizaciones han emergido y se han extinguido; sus periodos de esplendor y ocaso han dependido de su capacidad para lograr el aprovechamiento de los recursos naturales (o bien, de su eficiencia para despojar de esos productos a otras culturas que ya lo hacen). 
     Se han glorificado, entre otros aspectos y culturas, la producción agrícola de los egipcios, la ingeniería hidráulica de los romanos, la jardinería de los babilonios, la flota naval de los vikingos y la arquitectura maya.
     Las grandes declinaciones se han atribuido a guerras, desestabilizaciones sociales, epidemias y desastres naturales, y en la mayoría de los casos estos y otros factores se conjugaron con caídas en la economía… o por lo menos así nos lo enseñaron en la escuela. ¿Qué determinó, entonces, el fin del Imperio griego?: el avance de los romanos. ¿Cómo concluyó el Imperio persa?: la conquista por Alejandro Magno. ¿Por qué colapsaron las sociedades mayas? … ¡ups!, ¡no se sabe! Lamentablemente, pocas veces nos detenemos a pensar que el fin de las grandes civilizaciones ha estado fuertemente relacionado con su medio ambiente.

FIGURA 1. Crónicas de un crecimiento no calculado
En 1798 se publicó el libro Ensayo sobre la teoría de la población, de Thomas Robert Malthus (economista inglés), en el cual se propone que el crecimiento de la producción de alimentos ocurre de manera aritmética (bajo un intervalo uniforme en cada ciclo), mientras que las poblaciones se multiplican exponencialmente (por duplicación en cada ciclo). Bajo estos argumentos, la relación producción-población se pierde a partir del tercer ciclo, propiciando insuficiencia de recursos.
     En las gráficas se muestra claramente esta diferencia: al término del ciclo número 6 (tiempo) —cuando el crecimiento aritmético ha alcanzado la cifra de 6—, el crecimiento exponencial ha alcanzado la cifra de 720.


     Según la teoría de Malthus, las poblaciones (incluidas las humanas) crecen siguiendo una función geométrica, mientras que los alimentos y el resto de los recursos crecen siguiendo una función aritmética (figura 1) y, la consecuencia lógica de tal hipótesis nos lleva a la insuficiencia de recursos.
     La velocidad de crecimiento de una población está determinada por la abundancia del recurso indispensable más limitado (frecuentemente: el agua). En ecología, sabemos que todos los ecosistemas pueden proveer recursos a las poblaciones que sustentan hasta cierto límite que los ecólogos han llamado “capacidad de carga”. Si consideramos limitados los recursos que un ecosistema puede proveer, entendemos que éste ha sido sobreexplotado y, en consecuencia, colapsa. Hablando de sociedades humanas, limitar los recursos puede generar competencia, a la vez que descontento y, en consecuencia, desestabilización social… guerras… hambruna… y otras situaciones de disputa.
     En nuestra experiencia como humanidad, las fallas en el establecimiento de relaciones armónicas entre economía, sociedad, poder político y medio ambiente son la receta infalible para el colapso.
     Así, la sobrepoblación y, consecuentemente, la sobreexplotación de los recursos pudo hacer más susceptibles a las civilizaciones a provocar epidemias y padecer enfermedades; situación que bien pudo provocar el abandono de Teotihuacán o el colapso de las ciudades mayas. Al revisar crítica y cuidadosamente la historia, podríamos entender que el apogeo de las grandes civilizaciones y su estabilidad política, social y económica ha dependido de la relación con su medio ambiente y sus estrategias para gestionarlo. 

FIGURA 2. Ensayo sobre la ceguera… ambiental. Cronología de algunos ejemplos
de civilizaciones que históricamente han colapsado como resultado de causas ambientales


     Además, los conflictos de carácter ambiental que incluyen temas como posesión de tierras, control sobre el agua y otros recursos (aunque no se limitan a éstos) son fuente común de conflictos sociales y, por ende, políticos y económicos.
     Por su parte, el deterioro de los sistemas ambientales debido a la pérdida de sus elementos estructurales (como la biodiversidad), de sus factores físicos (como el suelo, el aire o el agua) y, en el peor de los casos, de las interacciones de las dos pérdidas anteriores restringe la capacidad de resiliencia de los sistemas, provoca daños irreversibles y compromete el bienestar humano a futuro.

Terra nostra   

En todos los casos, el desarrollo de las comunidades necesita forzosamente utilizar los recursos naturales para satisfacer sus necesidades. Desarrollo que será sustentable si permite que los ecosistemas mantengan su capacidad de regeneración para proveer recursos y satisfacer las necesidades humanas a mediano y largo plazos. En este modelo, la provisión de un servicio no afecta la obtención de otro y promueve el bienestar de diversos sectores de la población por medio de la diversificación de las actividades de aprovechamiento. Por ejemplo: las actividades extractivas de los recursos maderables en un bosque pueden diversificarse a través de la obtención de recursos no maderables (como plantas medicinales, semillas, etc.), además de la obtención de ingresos complementarios por actividades no extractivas, como el ecoturismo. De esta manera la extracción no se concentra en un solo recurso y los beneficios se distribuyen de una manera más equitativa. 

     Bajo la perspectiva de la sustentabilidad, el bienestar humano, la salud de los ecosistemas y la prosperidad económica de las comunidades son beneficios interdependientes que forman un ciclo continuo en el proceso del desarrollo. Así, el bienestar presente y futuro de la sociedad depende de la buena salud, integridad y funcionamiento adecuado de los sistemas ecológicos, por lo que es imprescindible que simultáneamente se trabaje en la prevención, mitigación y reparación de daños ecológicos.
     Las políticas públicas gubernamentales determinan gran parte de las acciones y estrategias de relación de la sociedad con los ecosistemas. Determinan la inclusión de la sustentabilidad en los planes y programas regionales de desarrollo, los criterios de priorización, el otorgamiento de incentivos fiscales y económicos y el establecimiento de un marco legal ex professo, entre otros. Por tal motivo, la integración de una visión ecosistémica en las políticas públicas implica gestionar la coordinación efectiva entre sociedad, dependencias y órganos de gobierno. 
     La implementación de las estrategias para la gestión de los sistemas ecológicos también debe hacerse desde un enfoque holístico capaz de integrar a todos los actores y sectores posibles involucrados: tanto los beneficiados como los que pudieran verse afectados por las acciones de gestión y manejo. En una situación deseable, todas las decisiones deberían tomarse en conjunto y con base en información completa, actualizada y objetiva.
     El actual crecimiento de la población con la consecuente sobreexplotación de los recursos naturales exige que la innovación en la gestión hídrica y agrícola tenga un lugar prioritario en el desarrollo de las políticas públicas a futuro.
     Finalmente, todo este conocimiento debe difundirse entre la sociedad con prontitud, para diseñar y dar a conocer las estrategias integrales que sean determinadas a través de planes eficientes de educación ambiental y, por supuesto, con la reglamentación idónea y la disposición y fuerza para hacerla cumplir en todos los ámbitos. 

¿Dónde está el matorral? ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.
[Seattle, 1854]

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Josefina Ramos-Frías

Es bióloga y maestra en ciencias —en biodiversidad y conservación—. Apasionada buza, ecóloga molecular y conservacionista comprometida con el desarrollo sustentable. Actualmente, trabaja en Ecoydes, A. C. 

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