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Marzo-Abril 2012
Hélix

CARLOS ORTEGA
IBARRA

Ciencia y revolución en la arquitectura escolar
Ciudad de México (1910-1920)

Escuela Nacional de Artes y Oficios

Durante las primeras dos décadas del siglo XX prevalecieron dos visiones en torno a la arquitectura escolar: la erección de templos para la enseñanza y la construcción económica de escuelas, de acuerdo con su racionalidad política.

Durante las primeras dos décadas del siglo XX –caracterizadas por el movimiento revolucionario que finiquitó el gobierno de 30 años del general Porfirio Díaz, e impuso al frente del poder público al Ejército Constitucionalista, encabezado por el general Venustiano Carranza, tras el interregno de Francisco I. Madero y la subversión de Victoriano Huerta en su contra– la construcción de escuelas en la Ciudad de México fue un tema del que se ocuparon numerosos profesionales con una formación científico técnica, quienes, ante el elevado número de analfabetas que, según los censos de la época, representaban aproximadamente 80% de la población mexicana,1 promovieron, en distintos foros, una transformación del sistema educativo nacional orientada a ampliar su cobertura hacia diversos actores sociales tanto de las zonas urbanas como de las rurales, mediante el establecimiento de nuevas escuelas.

Para arquitectos, ingenieros civiles, médicos y educadores la erección de los edificios escolares debía estar regida por los principios y procedimientos de las ciencias médica, pedagógica y de la construcción. No obstante, en estos años tenemos, al menos, dos visiones que llegaron a ser antagónicas: la construcción de templos o monumentos para la enseñanza (permitiéndose, incluso, la reutilización de los edificios coloniales tras una serie de reformas que los acondicionaran para su nueva función) y la construcción económica de escuelas. Ambos puntos de vista respondieron a una racionalidad política diferente. El primero consistía en establecer, de forma paulatina, las nuevas escuelas, de acuerdo con los parámetros estilísticos entonces en boga en las Bellas Artes nacionales y las prescripciones teórico-técnicas de los modelos elaborados por la higiene pedagógica –definida ésta por algunos médicos como la aplicación de los preceptos de la higiene para conservar la salud de la población escolar. El segundo planteaba la necesidad de aumentar el número de escuelas sin detenerse en la satisfacción de nimiedades teóricas que las hicieran económicamente inviables para buscar, en cambio, ampliar la cobertura educativa entre los sectores populares, cumpliendo en lo fundamental con las reglas de la ciencias de la higiene y la pedagogía, y proscribiendo, en la medida de lo posible, la adaptación de locales destinados originalmente para otros fines.

La revolución constitucionalista adoptó una serie de medidas político-jurídicas para hacer posible esta segunda, sin llegar a desconocer los avances que la primera implicó para el desarrollo de la edilicia escolar en la Ciudad de México, y con ello ampliar la cobertura educativa bajo los criterios de las ciencias modernas, como lo demandaba una comunidad de intelectuales con una formación científico técnica.

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Mayo-Junio 2012
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Carlos Ortega Ibarra es maestro en Historia y actualmente realiza el Doctorado en Historia, en el Programa de Posgrado en Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras-UNAM. Es miembro del Seminario en Historia de la Ciencia y la Tecnología en México, dirigido por el Dr. Juan José Saldaña, en la misma institución.

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