Locos en la calle


Locos en la calle
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Cuando Sigmund Freud era jovencísimo, pasó unos días inolvidables en la ciudad de Trieste, “metrópoli fronteriza, un centro en la periferia. Cosmopolita y provinciana, caja de resonancia para todas las lenguas del mundo y pretendido bastión de la italianidad; puente hacia la otra Europa”, para Jean Piel. 

Pero, entonces, no pudo haber anticipado que allí, en la misma ciudad del poético Café de los espejos o del mítico Café San Marco, la locura se volvería a encontrar con la libertad. Y es que en Trieste se promulgó, hace 40 años, una ley que revolucionó la psiquiatría en Italia hasta convertirla en la única nación con un marco jurídico obligatorio para la clausura de sus manicomios. Se trata de la “Ley 180”, conocida como “Ley Basaglia”, en recuerdo de un científico impar convencido de que “al manicomio va la gente que no tiene voz ni acceso a la palabra. Es decir, los pobres, los desheredados”, luego de atestiguar que los manicomios no eran otra cosa sino cárceles donde los pacientes inmovilizados, alienados, cancelados, esperaban la llegada de la muerte.

Franco Basaglia era estudiante de medicina en la Universidad de Padua cuando se decidió, alentado por un grupo de compañeros de escuela, a pasar de la teoría a la acción en el combate contra el régimen fascista italiano. Pero algún delator acusó a los revolucionarios en ciernes ante la policía —se vivía la esquizofrenia de los últimos momentos de la segunda Guerra Mundial— y Basaglia terminó encerrado en la cárcel por seis meses. La experiencia le dejó una huella imborrable, pues su paso por la prisión lo llevó improvisar su futuro: se dedicaría a luchar para subvertir las relaciones entre las instituciones psiquiátricas y su exterior, un ambiente que encontraba no sólo completamente desasociado de las actividades al interior de los manicomios, sino que también le parecía un obstáculo insalvable: “Nuestra sociedad, tal como está organizada, no está hecha a la medida del hombre, sino solamente para algunos hombres que poseen fuerzas de producción, está hecha pensando en la eficiencia productiva… pues bien, quien no responde a este juego social es marginado”. 
     De manera que, apenas quedó en libertad, Franco Basaglia retomó sus estudios de medicina hasta especializarse en “enfermedades nerviosas y mentales”, mediante estudios de doctorado en medicina y cirugía. Permaneció unos años en el ambiente académico —fascinado por casi cualquier empresa intelectual relacionada con la mente: filosofía, psicopatología, existencialismo, fenomenología— hasta que, a principios de 1962, se trasladó a Gorizia, siempre al noreste de Italia, para dirigir el hospital psiquiátrico de aquella ciudad.
     Sin anticiparlo, sin capacidad de reacción, choca con la vida real, ajena al estudio bibliográfico de los procesos y las causas de los malestares de la mente. “Cuando estaba en la cárcel [habría de recordar] fui consciente de mi condición de prisionero; estaba del lado de los internos. Al terminar la guerra, pude continuar mi carrera como médico y, cuando fui nombrado director del hospital psiquiátrico de Gorizia, me di cuenta de que entraba por segunda vez en una institución cerrada llamada manicomio. Estas dos instituciones son diferentes, pero, en realidad, tienen la misma finalidad. La cárcel protege a la sociedad del delincuente, el manicomio protege a la sociedad de la persona que también se desvía de la norma; encarcelado y enfermo no son tratados por lo que son realmente, sino por la molestia social que causan. Esas dos instituciones no sirven al cuidado del sujeto, sino a su custodia.” 
     Consternado, apurado, comprometido, entró en contacto con algunos colegas que proponían alternativas a las terribles técnicas de electroshock en los hospitales psiquiátricos. Desde su pequeño bastión de la provincia italiana, Basaglia estableció una nueva manera de entender la locura. No solamente modificó radicalmente la forma de dirigir un manicomio; eliminó las terapias de descargas eléctricas directamente aplicadas al cerebro de los internos y los castigos físicos, abrió las puertas de los espacios de reclusión, buscó que la ingesta de fármacos estuviera acompañada de una relación más sensata entre el personal del hospital y los internos. Desencadenó una serie de reflexiones y debates en relación con los manicomios como instituciones: una prolongada discusión —nada suave ni dulce— social, científica, política, para aprehender de la manera más apropiada la locura. 

En 1967 publicó ¿Qué es la psiquiatría? y al año siguiente hizo un emotivo relato de las experiencias y los resultados obtenidos en un libro que se ha vuelto referencia obligada en el estudio de las relaciones entre locura y sociedad: La institución negada. En 1971 ganó el concurso para hacerse cargo de otro hospital psiquiátrico más; en esa ocasión, en la capital de la región de Trieste.
     A partir de entonces, encabezó a un puñado de entusiastas colegas dispersos en el ancho mundo para quienes era imposible reducir el tratamiento de la enfermedad mental al uso de medicamentos y técnicas de terapia. Ellos acusaban la necesidad de emprender una absoluta recomposición fundamental de las relaciones entre sociedad y locura; una transformación de las costumbres, modificación sustancial en la legislación. Para comprobar sus hipótesis, Basaglia consiguió emplear a enfermos recién salidos del hospital psiquiátrico —o a punto de salir— en labores de apoyo en la administración provincial y municipal, en sindicatos y empresas, todo esto arropado por la efervescencia de luchas sociales de la época, hasta que, en mayo de 1978, logró la aprobación de la Ley Basaglia, la cual establece la supresión de los hospitales psiquiátricos y los remplaza con “unidades sanitarias de base” donde habría de ofrecerse asistencia psiquiátrica de un modo no predeterminado y no segregativo. Pero el 29 de agosto de 1980, Basaglia murió inesperadamente a consecuencia de un tumor cerebral, a los 56 años de edad.
     La reglamentación que lleva su nombre, Ley Basaglia, se puso en práctica, pero de manera imprecisa y errónea, sin transición ni planificación; así, mal preparada y mal ejecutada, condujo a una situación social ciertamente contraria a su espíritu original. 
     Más de 40 años después no hemos sabido responder la interrogante: ¿cómo deben ser las relaciones entre la locura y la sociedad? 
     Y la voz de Basaglia persiste, quizá más nítida, acusando: “Al manicomio va la gente que no tiene voz, que no tiene acceso a la palabra”.

  • Colucci, Mario, y Pierangelo Di Vittorio, Franco Basaglia. Heber Cardoso (trad.), Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2006. 
  • Piel, Jean (comp.), Los misterios de Trieste. Trieste y lo triestino en Freud, Saba, Svevo, Joyce, Rilke, Julio Verne y otros. Marcos Lara (trad.), México, Fondo de Cultura Económica, 1985.
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