Los niños pueden ser inatentos, hiperactivos o impulsivos y no padecer TDAH; sin embargo, para el diagnóstico se analiza la intensidad y la frecuencia de estos síntomas. “Deben alterar la funcionalidad del individuo; es decir, su rendimiento en dos o más ámbitos de su vida, ya sea escolar, laboral o social, y principalmente, no debe ser causado por ningún otro problema médico, alguna droga o problema psiquiátrico”, explica.
Según Espinosa Méndez es fácil confundir este padecimiento al ver a un niño que es travieso, latoso o que tiene mucha energía, por eso, los últimos estudios marcan que existe un sobrediagnóstico. “En la escuela, por ejemplo, si ven a un niño latoso o que habla mucho dicen tiene TDAH, pero su actitud puede deberse a que tal vez el niño tenga falta de límites, problemas de ansiedad u otros, por ello se debe hacer una valoración clínica. Se evalúan tres aspectos: 1. La presentación predominante de la falta de atención, que se puede identificar cuando al niño se le olvidan las tareas, la lonchera, el suéter, o pasa una mosca y se distrae. 2. Dentro del aspecto de la hiperactividad y la impulsividad encontramos al típico niño que no espera su turno, interrumpe en clase, tiende a decir cosas fuera de lugar, lastima a los demás. 3. Otro aspecto se conforma por la combinación de la inatención con hiperactividad e impulsividad. Todos estos síntomas deben presentarse con alta intensidad y frecuencia”, menciona.
A los seis años se puede empezar a hacer el diagnóstico; sin embargo, “no existe algún estudio específico que indique si un niño tiene TDAH, por eso lo primero que hacemos es identificar las señales de alarma; por ejemplo, que el niño presente dificultades para permanecer sentado, su conducta es poco respetuosa, molesta a sus compañeros, pasa de un juego a otro constantemente, es desorganizado, se salta las hojas de los cuadernos, tiene bajo rendimiento académico, entre otros”, menciona.