El investigador inglés Morton N. Cohen ha dedicado casi 40 años de su vida a revisar cada instante del infinito rompecabezas vital de su compatriota Charles L. Dodgson, hasta convertirse en su biógrafo más acucioso.
Él detectó la trascendencia de que Dodgson formara parte de esa “capa alta de la sociedad victoriana descrita a menudo como clase media alta, oscilando entre los que trabajaban con las manos y los que nunca trabajaron”, aquellos que “[a] falta de blasones aristocráticos, de herencias que se traducen en riqueza hereditaria, de tierras, o de otros bienes, para mejorar de posición social sólo podían aspirar a desarrollar sus mentes” y que por eso se habría esforzado especialmente para aprender matemáticas de alto nivel en la Richmond School, ganar premios, labrarse cierta fama de “muchacho intelectualmente superior a sus compañeros”. De allí Dodgson brincó a la Universidad de Rugby y, por último, al afamado Christ Church de la Universidad de Oxford, merced a una beca.
Sus compañeros de entonces lo habrían de recordar como “un hombre alto, delgado, de rostro pálido, oscuros cabellos ondulados y característica voz atiplada”. Dedicado a la lógica hasta la obsesión, el reverendo Dodgson se dedicó a la redacción de amplios volúmenes: Tratado elemental sobre determinantes, con aplicaciones en ecuaciones lineales y algebraicas, Euclides y sus modernos rivales y Lógica simbólica en dos tomos (el segundo apareció post-mortem).
Juguetón, desafiante, Dodgson se inventó un pseudónimo: Lewis Carroll y, transformado en ese otro ser, firmó no solamente Alicia, sino también otras obras de imaginación desbordada, con personajes hilarantes y desquiciados en los que el orden de las cosas se halla tergiversado y los diálogos entre personajes imposibles son caóticos.

Lewis Carroll, autor de uno de los libros más populares en la historia de la literatura: Alicia en el país de las maravillas, es un personaje impar en la historia de la literatura.
Lo es a tal nivel que, formalmente, nunca existió; se trata de una más de las creaciones de Charles Lutwidge Dodgson, un ermitaño catedrático de Oxford; precoz y lúcido matemático; fabuloso narrador; audaz pionero del arte fotográfico y notabilísimo autor de retratos infantiles; estupendo y tartamudo conversador, diácono de la iglesia anglicana casi contra su voluntad.
Casi de manera inmediata a su publicación, Alicia ha ejercido una significativa influencia lo mismo en literatos que entre científicos, porque el relato gira en torno de un experimento en el sentido más amplio del término. Peculiar libro que nació como un relato oral casi espontáneo, imaginado únicamente para deleitar a una niña de diez años de edad y a sus dos hermanas, en una placentera tarde sobre un lago.
Entre las más de 100,000 cartas que Carroll escribió a sus amigas infantiles hay una gran cantidad de juegos matemático-literarios que incluyen acrósticos:
A boat beneath a sunny sky
Lingering onward dreamily
In an evening of July
Children three that nestle near,
Eager eye and willing ear 1
Donde la primera letra de cada verso va formando el nombre de la niña para quien escribió Alicia en el país de las maravillas, Alice Pleasance Lidell. Y, por otro lado, en la organización de los capítulos de Detrás del espejo, continúa la estrategia de una partida de ajedrez (otro esquema matemático), o hace uso de metagramas, un homomorfismo creado por el propio Carroll, en 1878, que él mismo describe como: “un crucigrama que te quita la migraña, si la tienes, y te la da, si no la tienes”, en los que debe sustituirse una letra en una palabra, de manera que conjuguen entre ellas dos opuestos, lo que ocurre para convertir amor en odio: “amor / amar / asar / asir / asió / apio / opio / odio”. Los relatos de Carroll subrayan el papel de las matemáticas, la química, la biología y la física en la vida diaria, en el universo que ocupamos. Cuando Alicia cae en lo que parece un pozo profundo, al inicio de su travesía por el país de las maravillas, el narrador señala que junto con ella caía un anaquel del cual extrajo un tarro vacío, que no quiso soltar “por temor a matar a alguien abajo”; discreta lección de física en cuanto a los objetos en caída libre, ya que, bajo esas condiciones, si Alicia hubiese soltado el tarro, habría quedado suspendido delante de ella, y no podría volver a ponerlo en su lugar en el anaquel, dado que la velocidad de descenso es demasiado alta. A esta metáfora vuelve Carroll una vez más en Silvia y Bruno, cuando describe lo difícil que sería tomar té dentro de una casa que va cayendo, con lo que se habría anticipado algunas décadas al famoso experimento mental de Albert Einstein de un elevador en caída libre, según el popular filósofo y divulgador científico estadounidense Martin Gardner.
La obra de Lewis Carrol es una de las favoritas de los investigadores científicos, a la cual recurren insistentemente en busca de inspiración para el desarrollo de diferentes campos de estudios o pistas para el desarrollo de métodos utilizados en distintas disciplinas científicas.
El oceanógrafo y escritor mexicano Luis Javier Plata (véase “Para continuar la conversación”) enumera algunos: en neuropsiquiatría, se habla del síndrome de Alicia en el País de las Maravillas para referirse a un conjunto de síntomas relacionados con una alteración de la percepción de la realidad; para el astrofísico Samuel Joseph George, la caída de Alicia dentro de un hoyo, al principio del libro, se asemeja a lo que en gravitación relativista se conoce como puente de Einstein–Rosen, esquema teórico que permitiría a quien atravesase uno de estos puentes trasladarse a un lugar y época lejanos, o a universos con diferentes leyes físicas a las que conocemos. Cuando Carroll habla de uno de los personales más emblemáticos, el Gato de Cheshire: “y esta vez desapareció, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato allí, cuando el resto del Gato ya había desaparecido”, parecería estar refiriéndose a un fenómeno conocido como rivalidad binocular, que explica por qué cuando llegan diferentes estímulos visuales a nuestros ojos —procedentes de la misma parte del campo visual— nuestro cerebro no los percibe superpuestos, sino que ve primero uno y luego el otro, sucesivamente y de manera alternada. Este fenómeno ha sido bautizado efecto Gato de Cheshire.
Cuando apareció publicada la obra completa de Lewis Carrol en un volumen de 1,293 páginas, Virginia Woolf se lamentó, con precisión y sinceridad: “ahora deberíamos haber sido capaces de asirlo en su totalidad, pero fracasamos una vez más. Creemos que ya comprendimos a Lewis Carroll, miramos de nuevo y descubrimos a un clérigo de Oxford. Pensamos que ya comprendimos al reverendo C. L. Dodgson, miramos de nuevo y descubrimos a un duende”.
- Carroll, Lewis, Alicia en el País de las Maravillas, trad. de Teresa Barba y Andrés Barba. Madrid, Sexto Piso, 2010.
- Cohen, Morton N., Lewis Carroll, trad. de Juan Antonio Molina Foix. Barcelona, Anagrama, 1995.
- Gardner, Martin, Alicia anotada, trad. de Francisco Torres Oliver. Barcelona, Akal, 1984.
- Plata, Luis Javier, El teorema del patito feo. Encuentros entre la ciencia y los cuentos de hadas. Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2013.