FIGURA 2. La vitamina A, llamada beta-caroteno, se encuentra en frutas y verduras amarillas, como zanahorias, duraznos, melón, papaya, etcétera.
¿Has dejado alguna vez una bolsa de tostadas o de chicharrones abierta durante unos días, después de los cuales intentas comerte el contenido? No es que sepan especialmente mal, ni están hongueados ni podridos; pero, al comerlos, ya no crujen, porque están blandos; entonces decimos que están rancios. Este tipo de alimentos contiene grasas que, al estar en contacto con el oxígeno del aire, se oxidan. Tal fenómeno fue descubierto hace mucho tiempo y la industria alimentaria ha encontrado la solución para alargar la duración de sus productos y evitar que se arrancien: ¡les agregan antioxidantes!
Este mismo mecanismo es el que sucede en las grasas que forman parte de nuestro cuerpo; en particular, en los lípidos de las membranas celulares que, al oxidarse, provocan que las células mueran.
Las biomoléculas más abundantes y diversas presentes en las células son las proteínas, que actúan como hormonas o enzimas, entre otras funciones. Cuando las proteínas se oxidan, cambian su estructura tridimensional y pierden así su función. Pero, además, pueden agregarse y generar unos mazacotes proteínicos que han sido asociados con enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson y el Alzheimer.
La última biomolécula de la que hablaremos es el ADN, la cual posee la información genética que se transmite de célula a célula, por lo que debe conservarse íntegra y en buen estado para que la información se preserve. Cuando los radicales libres la dañan, a veces no se nota deterioro alguno, y sólo se hace evidente cuando esa célula se ha dividido muchas veces, pasando, en consecuencia, su material genético a sus células hijas. El daño oxidante al ADN se asocia con el envejecimiento y enfermedades como el cáncer.
