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JUAN NEPOTE |
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Revolución, ciencia y espíritus |
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Madero aprendió a ser un médium escribiente y, a su regreso a México, organizaba con frecuencia sesiones espiritistas, en una de las cuales le fue revelado que él mismo habría de ser un caudillo que encabezaría una lucha |
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Al recordar la inaprehensible serie de acontecimientos que nombramos Revolución Mexicana, viene al caso no olvidar que el Primer Congreso Científico Mexicano ocurrió, justamente, durante ese periodo de nuestra historia, en 1912.
A la inauguración acudió el presidente en turno, Francisco I. Madero, uno de los más ilustres y activos participantes de cierta postura filosófica denominada espiritismo, que estuvo muy en boga en Europa, durante el último cuarto del siglo XIX.
Mientras vivió en París, Madero aprendió a ser un médium escribiente y, a su regreso a México, organizaba con frecuencia sesiones espiritistas, en una de las cuales le fue revelado que él mismo habría de ser un caudillo que encabezaría una lucha. Desde ese momento, se entregó totalmente a prepararse para la misión que le había sido encomendada por la Providencia; se consagró a convertirse en un hombre dedicado a servir a su patria.
Y es que los espiritistas estaban convencidos de que era posible la comunicación con el más allá, apoyados por la hipnosis, el magnetismo, la incipiente psicología o las iniciales interpretaciones del darwinismo.
Porque en México —antes de que hubiera un encuentro nacional de científicos— se organizó, en 1906, el Primer Congreso Espírita Nacional, inaugurado por Porfirio Díaz, quien tenía un selecto grupo de colaboradores conocidos como los científicos; entre ellos, extrañamente, Ignacio Mariscal, quien fuera su ministro de Relaciones Exteriores, se encargó de traducir un libro espiritista: Después de la Muerte, de León Denis.
Esos años de revoluciones sociales, de peculiares vaivenes entre ciencia y espiritismo, son fundamentales para la construcción de la identidad mexicana, determinantes para el desarrollo de la investigación científica y para la construcción de una imagen pública de la ciencia en nuestro país. Como resultado de aquellas luchas, abre sus puertas nuevamente la Universidad Nacional de México (posteriormente, UNAM) gracias —en gran medida— al empeño de Justo Sierra, cuyo hermano, Santiago, es un caso ejemplar de aquella época: Santiago Sierra fue uno de los primeros traductores a la lengua española de El origen del hombre, de Charles Darwin, también fue un vehemente espiritista y murió asesinado en un duelo.
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Enero - Febrero 2015 |
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