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Marzo-Abril 2013
Hélix
 
 

JUAN NEPOTE

El aire que respiramos
En la mayoría de las ocasiones minimazamos la relevancia que tiene el sentido del olfato, es más, llegamos a considerarlo menor que ver o escuchar cuando el olfato tiene varias funciones valiosas en nuestro organismo.
Aunque tratemos de olvidarla a diario, la nariz está ahí para permitirnos la respiración y regular la temperatura de nuestro organismo, mejorar el sabor de los alimentos o, simplemente, sostener los anteojos.

La nariz es un distintivo privativo de cada rostro y, sin embargo, goza de un prestigio más bien menor, al ser aparentemente derrotada por los ojos o los oídos. Creemos que vemos el mundo y lo escuchamos antes que olerlo, pero nos equivocamos, porque la influencia del olfato es absolutamente categórica para tomar nuestras decisiones más importantes; desde comprender si el alimento que estamos por comer podría hacernos daño, hasta alertarnos sobre potenciales peligros, como un incendio; además de auxiliarnos a diferenciar a nuestras personas queridas del resto de la humanidad.

Se sabe que el olfato es una de las formas de comunicación más primitivas, y no solamente debido a su papel determinante en la evolución de los homínidos, sino también porque se trata de uno de los estímulos más poderosos para la memoria y la imaginación; si lo que vemos es el reflejo de la luz sobre los objetos y lo que oímos es la vibración de las ondas en el aire, lo que olemos son las diminutas moléculas que vagan en éste.

La historia de la formación del sentido del olfato es cuento largo: aún dentro del vientre materno —de hecho, a unas pocas semanas de la concepción— comienza a plasmarse una primera tentativa de rostro con una oquedad que, al poco tiempo, irá tomando forma, hasta convertirse en las fosas nasales del embrión. Aunque las neuronas que perciben los olores ya estén bien constituidas, la verdadera capacidad olfativa permanecerá en espera hasta la maduración, cuando el feto adquiera una percepción funcional del olor; en tanto, los olores —múltiples, sugerentes— son capaces de atravesar el líquido amniótico, así que antes de mirar el mundo ya lo hemos olido.

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Septiembre - Octubre 2013
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