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Marzo-Abril 2013
Hélix
 
 

JUAN NEPOTE

El color y otras teorías luminosas
Isaac Newton
Isaac Newton estaba interesado —y mucho— en la luz, aunque el celebérrimo físico inglés también dirigió su atención hacia una pluralidad de tópicos: mecánica, matemáticas, dinámica y asuntos de alquimia, desde luego.

Además, se ocupó de la óptica: inventó un telescopio absolutamente inédito y explicó los aparentes misterios de la naturaleza de la luz, como el origen de los colores, mediante uno de los experimentos más celebrados en la historia de la ciencia, con tan sólo la ayuda de un prisma y un rayo de luz solar, como nos lo presentan los libros de texto.

Con ese tipo de experimentos, Newton demostró que los ángulos de refracción de la luz no eran idénticos, sino que conservaban ciertas diferencias causantes de la aparición de los colores elementales: “la propia luz es una mezcla heterogénea de rayos refrangibles en diferentes grados”, escribió. Incluso, demostró que esos mismos colores elementales ya no podían volver a sufrir otra refracción más, sino que, al pasar a través de una lente, regresaban a su origen: la luz blanca.

UN RIVAL ALEMÁN

La obra de Newton fue de capital importancia para la filosofía natural. Sus trabajos, lumínicos y luminosos, se convirtieron en una especie de acta fundacional de la óptica como ciencia. De igual forma, abonó a la conversación —unas veces cordial, otras, estridente— con aquellos que se reconocían, principalmente, como artistas y con quienes habrían de ser reconocidos como científicos; tal es el caso del francés Jean-Georges Vibert, quien, a finales del siglo XIX publicó La ciencia de la pintura; una especie de alegato en contra del uso excesivo de afirmaciones científicas en el arte, obra que prologó el certero Paul Klee, haciendo un llamado a “renunciar a pintar de acuerdo con los principios científicos del color, porque equivale a renunciar a la riqueza del alma”.

Un singular personaje que se dejó seducir por los encantos del color fue el alemán Johannes Wolfgang von Goethe, quien intuía que “si quieres alcanzar lo infinito, explora todos los aspectos de lo finito”. Quizá por ello se dedicó a elaborar, con emoción y constancia, una obra literaria de las más emblemáticas del Romanticismo, síntesis de la cultura alemana: poemas, novelas, obras de teatro y, también, tratados científicos.

J. W. Goethe entregó a la imprenta dos trabajos de sesgo científico: Contribución a la óptica y Teoría de los colores, con los cuales pretendía alcanzar sendos objetivos: develar todo misterio sobre la naturaleza de los colores, y atacar la “segura fortaleza del conocimiento” edificada por Newton. Entre otras cosas, el afamado alemán buscaba corregir al reconocido inglés, intentando —vanamente— demostrar que la luz blanca no es el resultado de la suma de todos los colores del arco iris, y como evidencia, señaló que, al combinar pigmentos rojos, naranjas, amarillos, verdes, azules y violetas, el resultado obtenido es un denso negro.
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Mayo - Junio 2013
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