El grito de "religión y fueros" simbolizó la oposición eclesiástica y militar a la reforma liberal iniciada por la revolución de Ayutla. El primero de esos movimientos lo encabezó Tomás Mejía (1812-1867).

...Siendo ya insoportable el yugo impuesto a la Nación por una facción que, embustera, proclama la libertad y que con sagrado nombre ataca nuestras creencias, nuestras garantías y nuestra independencia, no nos queda más recurso que las armas para sostener nuestros derechos, nuestras naturales prerrogativas y nuestra existencia política. No proclamamos un hombre, porque odiamos la tiranía; no proclamamos un sistema de gobierno, porque respetamos los derechos que para constituirse tiene la Nación.

Queremos garantías en una ley mientras que el país se da la fundamental, y por ello fijamos la Constitución de 1824, en que creemos encontrar mayores simpatías. La proclamamos también para que los Estados elijan libremente sus gobernantes y cesen los electos por una facción o por las armas del despotismo; para que habiendo una base que conserve la confederación, no con la absoluta libertad de constituirse los Estados, perdamos la unión y la nacionalidad; la proclamamos interinamente, en fin, para que haya una ley que sujete al Ejecutivo General y cesen el despotismo, la arbitrariedad y la barbarie, que es lo que impera en los hombres de México.

Déspotas groseros han reemplazado al despotismo militar de Santa Anna, y el país y los hombres honrados no somos más que el juguete de ambiciosos sin pudor y tiranos sin mérito ni talento. Baste ya de engaños para este desgraciado país y reunámonos los hombres que, como ni buscamos el puesto ni la colocación para vivir. Propietarios y labradores tranquilos, queremos la paz y el orden, queremos patria y religión para nuestros hijos, queremos moralidad en nuestros gobernantes y que éstos sean elegidos libre y espontáneamente por el pueblo.

Queremos libertad bien entendida, queremos reformas materiales, queremos instrucción e ilustración en el pueblo; pero no la desmoralización y el pillaje. Queremos amistad y paz con las naciones extranjeras; queremos proteger su emigración y dar garantías al extranjeros que venga entre nosotros, protegerle su industria y su talento; pero no queremos la influencia exclusiva ni la dominación en el Gabinete, de ninguna de ellas, ni que tome parte en nuestros asuntos interiores, con oprobio y verguenza de nuestro orgullo nacional...

Fuente: De la Torre Villar, Ernesto et al. Historia Documental de México, Tomo II, Tercera edición, México: Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, 1984, Serie Documental 4, 678 pp.