La existencia del tiempo


La existencia del tiempo
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Ha crecido, en el ámbito de la física, un debate muy interesante en torno a la existencia material del fenómeno del tiempo.

A lo largo de los últimos 50 años, muchos físicos han resaltado que las principales ecuaciones y funciones matemáticas orientadas a describir las interacciones de cuerpos materiales, ondas electromagnéticas —y aún las propias partículas atómicas y subatómicas— tienen la misma validez, tanto si se considera que sus acciones y movimientos proceden del pasado hacia el futuro como si lo hacen del futuro hacia el pasado. Aún en reacciones nucleares entre partículas diversas, sus diagramas —llamados de Feynman—, que describen sus choques e interacciones, tienen tanta validez en cualquier sentido que se les ha atribuido el fluir del tiempo.
      La flecha del tiempo ya se hace evidente cuando interactúan grandes cantidades de partículas, átomos o moléculas capaces de participar en fenómenos prácticamente irreversibles —como puede ser la ruptura de una taza de porcelana— en los que el fenómeno inverso, lo que sería reconstruirse de manera espontánea, nunca se observa.
      El tiempo que percibimos los humanos coincide también con la tendencia hacia el desorden de todas las cosas, algo que crece inevitablemente con el tiempo, al adoptar los conjuntos de objetos y las configuraciones desordenadas más probables.
      Así es que percibimos el paso del tiempo como el esfuerzo de nuestro organismo por mantener un estado ordenado y funcional, contrarrestando el deterioro.
      La inexistencia del tiempo como uno de los fenómenos fundamentales para interpretar la realidad del universo ha sido sostenida por personalidades como Victor J. Stenger1 y Julian Babour2 para quienes el tiempo sería más una opinión de los individuos que una ley natural.
      Pero ha surgido una reacción entre algunos científicos y filósofos, en particular, de Roberto Mangabeira Unger y Lee Smolin,3 quienes discrepan profundamente y llegan al extremo de calificar el tiempo como el fenómeno fundamental de la realidad y la existencia; evolución del universo y sus leyes.
      Para estos científicos, el tiempo no sólo posee una existencia objetiva, sino que ha perdurado indefinidamente desde el pasado más remoto… así lo hará hacia el futuro y no depende de la existencia del espacio y la materia.
      Unger y Smolin también ponen en duda la existencia del llamado multiverso —conjunto de universos paralelos—, el cual ha sido postulado por algunos físicos teóricos que también cuestionan la teoría de cuerdas y su explicación de la realidad subatómica.
      Para esto, alegan, desde luego, el hecho de que resulta imposible probar o falsear las conclusiones de todas estas teorías, pues no se puede mostrar evidencia alguna de su existencia. Critican el hecho de que la única base de estas abstrusas teorías cosmológicas, que implican la coexistencia de muchas dimensiones espaciales adicionales —muchas de ellas encogidas o apretadamente enrolladas en sí mismas— sólo se basa en que pueden modelarse matemáticamente.
      En efecto, no se han detectado efectos visibles, ya sea en el cosmos o a escala subatómica, de que estos hechos lleguen a ocurrir.
      Pero ¿qué proponen a cambio Unger y Smolin? Para ellos no hay universos paralelos de algún tipo; pero sí hay —en el pasado remoto de nuestro universo— universos antecesores, en los que regían leyes naturales diferentes a las nuestras, las cuales han evolucionado hasta convertirse en las que nos rigen ahora.
      Lo cierto es que aun cuando su propuesta no deja de ser interesante y plausible, tampoco hay evidencias observables de que así sea el cosmos.
      Ellos critican que la mayor parte de las teorías atómicas y cosmológicas en boga se basen en las matemáticas —complejos modelos matemáticos que hacen viable la realidad en la que subsistimos—. Pero eso, de ninguna manera, hace más viable su propuesta sobre la preeminencia del tiempo y la infinita sucesión de universos ya desaparecidos que dio resultado al nuestro.

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