Las diez tribus perdidas de Israel


Las diez tribus perdidas de Israel
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Una de las leyendas más persistentes que ha surgido en torno al relato bíblico es la de la suerte de las llamadas diez tribus perdidas de Israel.

Después de ser conquistado Israel por los asirios —uno de los dos reinos en los que se había dividido la nación judía—, los despiadados conquistadores tomaron cautiva a la población y la condujeron con brutalidad a las cercanías de la ciudad de Nínive, capital del imperio llamado neoasirio. “En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria y llevó a Israel cautivo a Asiria y los puso en Halah, en Habor, junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos” (2° de Reyes, 17: 6). Esto corresponde con el hecho de que, en el año 732 a. C., el entonces rey asirio, Tiglat-Pileser III, saqueó Damasco e Israel, anexando Aram y el norte de la actual Palestina.
     Los asirios respetaron la independencia del otro reino hebreo, llamado Judá, cuya capital era Jerusalén y el cual quedó como estado tributario. La leyenda de las diez tribus perdidas surge del hecho de que, al dividirse los territorios correspondientes a las diez tribus del sur, se separaron de la autoridad hierosolimitana, estableciendo el reino de Israel con capital en la ciudad de Samaria.
     En lo que era el reino original con capital en Jerusalén sólo quedaron los territorios correspondientes a las tribus de Judá y de Benjamín, estableciendo el reino que tomaría el nombre de la tribu más numerosa: Judá.
     Lo cierto es que la división original de la población israelita en las doce tribus se había diluido casi totalmente a lo largo de los reinados de un Israel unificado formado por los de Saúl, David, Salomón y parte del de Roboam (928 a 925 a. C.), cuando se produjo la fractura, y se puede ya aseverar que tienen una cierta historicidad firme, alejándose de las leyendas primigenias.
     Los asirios, de esta manera, llevaron esclavizadas no a diez grupos autónomos, sino a toda la población mezclada del reino de Israel.
     Años después, en 587 a. C, el reino de Judá correría la misma suerte, pero a manos de los babilonios, bajo el reinado de Nabucodonosor II, quien se llevó a los pobladores de Judá al destierro célebre en la ciudad de Babilonia.

     Al contrario de los asirios, con los habitantes deportados de Israel los babilonios o neocaldeos no dispersaron a la población judía; en cambio les permitieron vivir en un distrito de la ciudad de Babilonia hasta que años después, en 538 a. C., Ciro el Grande de Persia derrotó a los babilonios, tomó su capital y permitió que los hebreos regresen a Israel, reconstruyeran su templo y mantuvieran un estado de semiindependencia hasta la caída del imperio persa en 332 a. C.
     Pero, la suerte de los deportados a Nínive es más oscura. Esclavizados en masa fueron dispersados por todo el imperio asirio y todos los indicios señalan que fueron absorbidos por las poblaciones locales.
     No hay evidencia histórica de que los israelitas secuestrados por los asirios hubieran logrado escapar al término del dominio de los asirios, y menos como un grupo organizado. Tampoco hay, en los registros asirios, evidencia de que en su seno hubiera una comunidad hebrea funcional.
     No obstante, a lo largo de la historia reciente se ha aprovechado la leyenda de las tribus perdidas, haciéndolas llegar a los sitios más insólitos e improbables, como es el corazón del continente americano. Los mormones aseveran que en el actual territorio de los Estados Unidos vivió una población blanca, la cual recibió la visita del mismo Jesucristo. Incluso, la población indígena de Norteamérica ha sido considerada descendiente de esas tribus, como señaló, en 1650, un adivino británico llamado Thomas Thorowgood, quien era predicador en Norfolk y publicó un libro llamado Judíos en América o probabilidades de que los americanos sean de esa raza.
     El historiador Tudor Parfitt* hace un reciente pormenor sobre los distintos pueblos de diversos continentes que han afirmado ser descendientes de las tribus perdidas de Israel, incluyendo africanos, como los lemba —del sur de África— algunos japoneses y muchos otros grupos.
     La fascinación sobre la suerte de las tribus desaparecidas sin duda continuará inquietando a muchos creyentes en las leyendas místicas. 

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