
FIGURA 2. Ejemplo de ilustración humorística de un matrimonio clandestino, que las mujeres al fondo de la escena tratan, infructuosamente, de impedir, en la quinta imagen de la serie satírica La carrera de un libertino (A Rake’s Progress) (1733-1735), del artista británico William Hogarth (1697-1764). Cortesía de Trustees of the British Museum.
Este tipo de vacíos legales provocó la proliferación de otra clase de casamientos, conocidos como matrimonios clandestinos, los llamados coloquialmente Fleet marriages (literalmente, casamientos rápidos), para cuya celebración, un sacerdote que no contaba con un permiso, ni parroquia de adscripción, casaba de inmediato a quienes así lo desearan, falsificando registros y cobrando la cuota que juzgara conveniente.4
De este modo, si alguien con indumentaria sacerdotal leía los votos matrimoniales estipulados en El libro de oración común5 a una pareja, frente a testigos, podía considerarse como un matrimonio efectuado, lo que anulaba la posibilidad de contraer nupcias legales posteriormente.
Muchas personas recurrían a los matrimonios clandestinos por diversos motivos, entre otros, porque eran más rápidos y baratos que las bodas convencionales. Mientras que para casarse oficialmente se requería esperar, al menos tres semanas (para correr amonestaciones) o pagar una costosa licencia de dispensación, un matrimonio clandestino sólo requería conseguir que cualquier sacerdote (o alguien que al menos pretendiera serlo) leyera los votos frente algún testigo —muchas veces encontrado y pagado in situ—.
Los matrimonios clandestinos también resultaban muy convenientes para quienes buscaran privacidad o secrecía; por ejemplo, algunos jóvenes cuyos padres objetaban su elección de pareja podían casarse de este modo, y otros más optaban por este tipo de bodas para cometer bigamia, como se ilustra en la figura 2.
Esta peculiaridad de la situación jurídica y social del matrimonio inglés permea muchas de las manifestaciones culturales de la época en formas interesantes, que en no pocas ocasiones son pasadas por alto. Por ejemplo, aunque la gran mayoría de las comedias teatrales del periodo terminaba con el anuncio de una boda entre los protagonistas (a la manera de las comedias románticas actuales), no se acostumbraba representar la ceremonia en el escenario, por miedo a que la actuación pudiera considerarse como un matrimonio legal entre los actores. Un claro ejemplo de lo anterior puede observarse en El ¿cómo se llama? (1715), obra teatral satírica del escritor John Gay, que consistía en la representación de una puesta en escena, cuya broma final residía precisamente en el matrimonio accidental entre los actores que, dentro de la obra, caprichosamente, habían tratado de desafiar la costumbre de no representar bodas completas en el escenario.
Resulta difícil creer que en la misma época en la que se sentaron las bases del pensamiento social, político y económico que perdura hasta nuestros días en la sociedad occidental, las parejas evitaran a toda costa el casarse de broma, dado que, incluso, un juego podía tener repercusiones legales de por vida.
Probablemente, a los legisladores de aquel momento también les saltara a la vista esta incongruencia. Así pues, todo cambió a mediados del siglo, cuando la Ley de Causas Matrimoniales, propuesta por Lord canciller Philip Yorke, primer conde de Hardwicke, entró en vigor, el 4 de marzo de 1754; aprobación que no fue sencilla y dio pie a una serie de controversias que perduran hasta nuestros días. Dos puntos principales dividían a sus postulantes y opositores: la libertad de elección y la cuestión de justicia, equidad y vulnerabilidad de las mujeres. En cuanto al primer punto, puesto que la ley estipulaba que los menores de 21 años debían tener el consentimiento de sus padres, algunos se mostraban preocupados al pensar que esto favorecería que la familia continuara utilizando a sus hijos para establecer alianzas económicas y políticas. Por otro lado, mientras algunos sostenían que la nueva ley recrudecería la percepción social de que las mujeres eran propiedad de sus padres —lo que las dejaría desamparadas en caso de embarazos prematrimoniales—,6 otros consideraban que resultaría benéfica para las mujeres, al eliminar los vacíos legales propiciatorios de que éstas fueran seducidas con falsas promesas de matrimonio y, más tarde, abandonadas (muchas veces estando embarazadas), sin que pudieran probar la unión por carecer de testigos o de los recursos materiales necesarios para defenderse legalmente. Conviene comentar que, debido a que la Ley de Causas Matrimoniales no tenía jurisdicción en Escocia, a partir de 1754, Gretna Green —un poblado fronterizo con Inglaterra—sustituyó a la prisión Fleet de Londres como el lugar por excelencia para contraer matrimonios clandestinos.7