El término conductividad hidráulica alude al transporte de agua a través del tallo de las plantas y, en la mayoría de ellas, esto ocurre a través de células especializadas llamadas vasos, los cuales forman un sistema de tuberías en los tallos, y la teoría que mejor explica el ascenso del agua a través de estos conductos es la llamada “coheso-tenso-adheso-transpiración”, la cual, a grandes rasgos, nos dice que las plantas absorben agua por las raíces y las hojas la succionan, llevándola a los puntos más altos de la planta; así, se forma una columna de agua a través de los vasos, la cual se encuentra bajo constante tensión; proceso que resulta mucho más complicado cuando el suelo está seco, porque es más difícil extraer el agua, pues la mayor parte de la que sube por los vasos llega a las hojas, donde se evapora, mientras ingresa el CO2 necesario para que ocurra la fotosíntesis.1

a) En una planta sin embolias el agua fluye a través del xilema, desde las raíces hasta las hojas. b) Si ocurren embolias sólo en algunos conductos, el movimiento del agua podría continuar sin interrupciones a través de los conductos adyacentes. c) Cuando las plantas están sometidas a estrés hídrico severo, las embolias son generalizadas, el transporte de agua se detiene y la planta puede morir.
Ahora bien, si las embolias ocurren sólo en algunos conductos, el movimiento del agua hacia arriba de la planta podría continuar sin interrupciones a través de los conductos adyacentes no embolizados; pero, en una situación extrema, la reducción en la conductividad hidráulica puede ser tan grande que la planta ya no logre hacer subir agua por caminos alternos, por lo que sus tejidos se deshidratarán masivamente y la planta morirá.
La vulnerabilidad a estas embolias depende, en gran medida, de los diámetros de los conductos y, de éstos, los más anchos resultan ser más vulnerables a embolias que los estrechos, pues los conductos no tienen un diámetro constante a lo largo de una planta y, para entender por qué, examinaremos una relación matemática descrita por el físico alemán e ingeniero hidráulico Gotthilf Heinrich Ludwig Hagen, en 1839,1 y el médico y fisiólogo francés Jean L. Marie Poiseuille, entre 1838 y1840, la cual es conocida como la ley de Poiseuille o de Hagen-Poiseuille.2