
Existen, por lo menos, dos razones. La primera es el costo del transporte: a alturas inferiores a 160 km, la fricción con la atmósfera reduce considerablemente el tiempo de vida de cualquier satélite; por tanto, en la práctica, la mayoría de los satélites orbitan a alturas superiores a 300 km. Por otro lado, la mayor parte del cohete, si no es que todo, se pierde en cada lanzamiento —lo que resulta ser equivalente a tirar el avión a la basura después de cada vuelo—. Así, el costo por kilogramo puesto en órbita depende, en mucho, del tamaño del cohete.
Típicamente, cuanto más grande es el cohete, mayor es la masa transportada en cada vuelo y menor el costo por kilogramo, ya que es menor masa y complejidad por kilogramo útil transportado del costoso lanzador perdido. Esto hace que el costo de un kilogramo de masa puesto en una órbita baja pueda variar entre 2,000 y 20,000 dólares.


La segunda razón es prácticamente derivada de la primera y del hecho de que el espacio es un ambiente sumamente hostil. Siendo tan caro poner un instrumento en órbita, se debe minimizar el riesgo de perderlo por una falla técnica, y son varios los factores que contribuyen a aumentar tal riesgo. La carencia de atmósfera impide la disipación convectiva de calor y dificulta una homogeneización rápida de las temperaturas internas, lo que origina la producción de temperaturas extremas —ya sea frías o calientes—, así como grandes diferencias de temperaturas, simultáneamente, sobre un mismo componente mecánico o electrónico. Además de esto, partículas de alta energía —denominadas rayos cósmicos— que, en su mayor parte, son apantalladas por la atmósfera sobre la superficie terrestre, inciden con gran intensidad sobre los satélites, pudiendo producir daños considerables en sus componentes electrónicos. Todo esto, sumado, causa que el diseño de todos y cada uno de los sistemas de un instrumento orbital sea un proceso largo y costoso. Más aún, en la medida de lo posible, los componentes utilizados deben tener una certificación espacial que garantice su supervivencia en las condiciones extremas mencionadas; lo que los vuelve entre 100 y 1,000 veces más caros que sus equivalentes de uso terrestre. Así, un instrumento orbital, cuyo equivalente terrestre se desarrolle en menos de un año, puede llevar una década en ser diseñado y construido, además de costar 100 veces más