Los compuestos obesógenos se han clasificado según su origen y/o uso, así pues, conviene señalar que, si bien la mayoría de ellos ya cuenta con evidencia biológica suficiente sobre su mecanismo de acción para ser catalogados como tales, otros lo son de forma potencial, con base en cierta evidencia epidemiológica y/o experimental.
Químicos industriales: en esta categoría encontramos el bisfenol A o BPA, el ácido perflurooctanoico (PFOA) y los ftalatos, los cuales pueden estar presentes en productos de plásticos (botellas de agua, envases de unicel) o en el recubrimiento de latas de comida; incluso, en el papel térmico de cajas registradoras, y su liberación al ambiente incrementa con el calor.
A pesar de que, desde hace varios años, algunos de los productos de plástico para bebés, como los biberones o los recipientes para comida con tapa se encuentran libres de BPA, en muchos otros productos continúa el problema.
El PFOA se encuentra en el teflón de sartenes, en el recubrimiento de las bolsas de palomitas para ser cocinadas en microondas y en los productos para textiles en forma de aerosol que son aplicados para repeler el agua.
Los ftalatos son utilizados para dar flexibilidad y dureza al plástico, como el PVC o como solventes, y pueden estar presentes en juguetes, dispositivos médicos, productos de cuidado personal, adhesivos, pigmentos de pintura y tapas para envases de comida y bebida.

Derivados de la combustión incompleta y el tráfico vehicular: dentro de esta categoría destacan las dioxinas, el benzopireno y las partículas atmosféricas menores que 2.5 micras (PM 2.5). Las dioxinas pueden producirse en procesos naturales, como las erupciones volcánicas y los incendios forestales, o bien, pueden ser subproductos no deseados de numerosos procesos industriales. Por ejemplo, la incineración descontrolada de desechos sólidos municipales y hospitalarios suele ser la causa más grave, pues la combustión es incompleta.
El hidrocarburo aromático policíclico benzopireno es producto de la combustión incompleta de la materia orgánica y son algunos alimentos la principal fuente de exposición por cocción a fuego directo con leña o carbón.
Algunos estudios realizados en niños sanos de la Ciudad de México o en mujeres méxico-estadounidenses con antecedentes de diabetes gestacional, residentes en California, revelan que la exposición a PM 2.5 afecta de manera adversa la concentración de hormonas y metabolitos bioquímicos que se alteran en la obesidad.
Metales: se ha establecido, así mismo, que el plomo podría tener un efecto obesógeno; sin embargo, existe poca evidencia al respecto. Otro metal con capacidad potencial obesogénica es el arsénico (As). Al respecto, diversos estudios epidemiológicos y experimentales han mostrado que la exposición al As por tiempo prolongado incrementa el riesgo a desarrollar diabetes tipo 2.


En América Latina, 14 de los 20 países —incluido México, con 18 estados afectados— presentan contaminación natural por As en el agua obtenida del subsuelo, y se estima que alrededor de 14 millones de personas se encuentran expuestas a concentraciones por arriba de la norma internacional.
En años previos mostramos que el As, tanto en modelos murinos como en humanos, afecta la funcionalidad de las células beta del páncreas, encargadas de la secreción de la hormona insulina, la cual regula los valores de glucosa en la sangre. Otros efectos conocidos del arsénico en roedores incluyen estrés y daño oxidante en páncreas, aumento de síntesis y liberación de glucosa por el hígado, mayor cúmulo de grasa en el hígado de animales con diabetes y en los músculos de animales sanos, así como disminución de la captura de glucosa estimulada por insulina en adipocitos.
Si bien se reconoce que el As es un factor importante para el desarrollo de diabetes, aún no existe evidencia suficiente para definirlo como obesógeno. Al respecto, en nuestro laboratorio estamos desarrollando varias líneas de investigación propias, orientadas a descifrar dicha cuestión, una de ellas en colaboración con el Instituto Nacional de Medicina Genómica (Inmegen), con la Doctora Sofía Morán y, en su momento, con la Doctora Alejandra Contreras, quien actualmente labora en Temple University.
Finalmente, el cadmio y, con menor evidencia, el mercurio, también se distribuyen de manera natural en la corteza terrestre y han mostrado tener la capacidad de aumentar los niveles de glucosa en sangre.